Introducción
Tratamos en este escrito un aspecto fundamental de los
diversos grupos humanos que en la antigüedad poblaron Costa Rica, el cual fue
la corta de cabezas de los vencidos en la guerra. En la diversa información
sobre el tema encontramos datos que señalan concretamente el acto de cortar la
cabeza del enemigo y llevársela a sus poblados. Esto pudo ser por simple
prestigio del ganador, una muestra física de la destreza individual o grupal
del guerrero. Pero también hay datos que indican un fondo religioso a la posesión
de la cabeza sin que sea una transferencia de poderes mágicos del vencido al
vencedor, pudiendo ser en un fenómeno también ligado, de cierta manera, a un
sacrificio formal, al menos en determinadas circunstancias y ejercido sobre
determinados individuos.
La evidencia arqueológica muestra la importancia de este
acto, tanto desde la perspectiva netamente guerrera como religiosa. Encontramos
representaciones de todo tipo de tratamiento de las cabezas, desde la reducción
hasta la conservación de esta ya fuera momificada o simplemente las calaveras,
como señalan algunas crónicas del periodo de conquista europea, pero también
abundan artefactos relacionados con el culto directo a la cabeza cortada,
mostrándose la faceta religiosa que tuvo el acto de cortar y
conservar cabezas humanas.
Antes de entrar propiamente en materia veamos algunos
aspectos básicos de los procesos de guerra y de los aspectos religiosos en la
antigüedad humana, con el fin de comprender mejor el origen y desarrollo de
ambos eventos culturales en términos generales.
1.La guerra
La guerra es un proceso en que, por uno u otro motivo, un
pueblo o una sección de este pelea a muerte con otro grupo social. Esto es tan
antiguo como lo es la misma humanidad y es universal. Dentro del proceso bélico,
como parte de este o como consecuencia posterior, el hombre tiene la costumbre de
tomar bienes materiales del vencido con la finalidad de mostrar a manera de
herencia o de recordatorio su triunfo, sea este personal o colectivo.
Vencer al enemigo en una guerra crea prestigio y riqueza y
entre más fuerte sea o haya sido el conflicto, mayor será la recompensa social,
psicológica y material que se obtenga.
Las guerras son el medio de apropiación de territorios, de
imposición ideológica y de establecer el derecho de uno sobre él o los otros, o
sea, tiene fundamento en aspectos de organización social, económica, religiosa
o étnica.
Durante el paleolítico superior del viejo mundo se han
encontrado individuos de los cuales no hay duda de que fueron asesinados,
estando entre este grupo huesos que fueron descarnados, lo que indica una acción de canibalismo. Se ha discutido si esto fue por causas
aisladas o enfrentamientos continuos entre bandas cazadoras-recolectoras. Fue
hasta hace poco que se halló evidencia crucial de un proceso de guerra durante
el paleolítico superior, en un sitio que en su tiempo era estratégico en
actividades económicas, tales como la caza, pesca, recolección de conchas,
caracoles y frutos silvestres. Un extracto de este vital descubrimiento lo cito
a continuación: “El proceso bélico más
antiguo documentado a la fecha es el del yacimiento de Nataruk, Turkana Oeste,
en Kenia, siendo el primer conflicto violento (documentado) entre grupos de cazadores recolectores. El
yacimiento se encuentra en una ubicación, que actualmente es una zona
caracterizada por la aridez, pero fue, tiempo atrás, en época de estos
«soldados» prehistóricos, la orilla del lago Turkana.
En éste se han
encontrado 12 esqueletos en conexión anatómica con claras muestras de haber muerto
violentamente, y en total se han contabilizado un mínimo de 27 personas, aunque
algunos de estos restos de forma fragmentaria. Además, también se han
recuperado restos fósiles de fauna —principalmente marinos al tratarse de un
lago en el momento del conflicto— y restos de talla lítica, ambos de vital
importancia para obtener una cronología del suceso. Después de haber utilizado
varios métodos de datación —absolutos y relativos— se ha concluido que los
individuos encontrados de Nataruk tienen una antigüedad entre 9.500 y 10.500
años… De los 27 individuos registrados, 21 eran adultos —8 hombres, 8
mujeres y 5 de los que se desconoce el sexo— y los 6 restantes, restos de niños
en estado fragmentario. También se ha registrado un feto en el interior de la
cavidad abdominal de uno de los miembros femeninos del grupo, estimándose que
podría tener entre 6 y 9 meses, lo que, sumado a los 27, haría un total de 28
individuos. De los 12 esqueletos encontrados in situ, al menos diez revelan evidencias de importantes
lesiones traumáticas que, si no fueron letales en el momento del impacto, lo
fueron a corto plazo. Hay 5 casos con un importante traumatismo en la cabeza,
otros dos presentan fracturas ante mortem en las rodillas, otras fracturas en
la mano derecha y un caso de fractura en las costillas. Tan sólo dos de los
cuerpos no presentan evidencias de traumatismos perimortem, es decir, durante
la muerte o alrededor de la hora de la muerte. Por otro lado, según la posición
de las manos de estos dos individuos, es posible que fueran inmovilizados en el
momento que se produjo su expiración. Por último, destacar que otros tres
individuos presentan evidencias de traumatismos provocados por elementos
arrojadizos que se han encontrado junto a ellos, tales como pequeños artefactos
elaborados con sílex y obsidiana.” (M. Mirazón, Rivera, Power et. al, 2016).
Es muy probable, en el caso expuesto, que se buscaba la
exterminación de la banda que ocupaba dicho lugar, pues niños y mujeres fueron
igualmente eliminados junto con los hombres. Puntas bifaciales fueron
encontradas en asociación directa con los huesos, otros con serias lesiones por
armas contundentes y al menos dos hombres que no murieron en la lucha, fueron
presumiblemente ejecutados, posiblemente por ahogamiento o estrangulación
(ídem). Con esta información, queda comprobado que el ser humano ha recurrido a
los procesos violentos grupales desde al menos el periodo paleolítico superior.
En esta nota se verá un aspecto de la actividad guerrera
documentada por la historia, etnohistoria y la arqueología en Costa Rica,
enfatizando en los botines de guerra, primordialmente las llamadas cabezas
trofeo, práctica que involucró diversas maneras de conservar las cabezas
cercenadas del enemigo.
Según los datos históricos, etnológicos y arqueológicos, se
perciben diferencias, algunas pequeñas, otras importantes, dependiendo de la
región y el periodo temporal de la evidencia. Para facilitar la comprensión de
las regiones a que haré referencia, se ilustran en la figura 1 los espacios
geográficos donde hay datos de una cierta manera cultural de tratar los restos
humanos en forma de trofeo de guerra y/o culto.
Figura 1: Regiones de Costa Rica según serán tratadas en este escrito.
2-El aspecto religioso
Aun no se sabe en qué época de la historia humana partes del cuerpo humano adquieren un valor mágico, religioso, es de suponer que este aspecto derivado de la guerra es sumamente antiguo. Por supuesto, el problema principal es la prueba de que esta o estas partes fueran vistas como un receptáculo de poder mágico después de la muerte. Un claro ejemplo de este punto lo tenemos en Goyet (Bélgica), donde se encontraron restos de huesos humanos que claramente fueron descarnados para consumir su carne, muchos de los cuales fueron quebrados para extraer el tuétano (H. Rougier, Crevecoeur, Beauval et. al. 1916). Este acto de canibalismo datado entre 40 y 45.500 años de antigüedad pudo ser parte de la estrategia de sobrevivencia de estos cazadores, pero también hipotéticamente se podría pensar que las víctimas fueron consumidas como parte de un ritual mágico, de igual manera que se ha documentado para muchos pueblos antiguos del mundo. Claro está que, sin más información física o escrita, la sola evidencia de cortes de descarnamiento en los huesos no señala más que un acto de consumo caníbal sin relación a algún rito religioso.
Para poder saber con algún grado de certeza si una o más partes del cuerpo humano sirvieron como elementos mágicos, debemos encontrar objetos relacionados con tal fin o que reflejen estos sistemas de creencias religiosas, como ocurre con las manos humanas pintadas en cavernas y abrigos rocosos en todos los continentes, siendo las más antiguas fechadas alrededor de hace 40,000 años (fig.2).
Figura 2: Manos pintadas de Carnarvaon Gorge,
Queensland, Australia.
Las fuerzas que llevaron al hombre al pensamiento simbólico están directamente relacionadas con el pensamiento mágico, de modo que las ideas religiosas se expresan simbólicamente usando diversos medios materiales, algunos de los cuales han perdurado hasta nuestro tiempo (fig.2). Es basado en estos residuos culturales que podemos aseverar que una u otra actividad social en pueblos ágrafos estuvo o no relacionada con prácticas espirituales.
Para el caso de Costa Rica la información tanto material como escrita señala un valor mágico a la cabeza cortada, aunque sin dejar de ser un signo de poder y estatus. Esto parece que se dio según fuera la importancia del vencido. Los símbolos asociados a casi todas las representaciones de cabezas decapitadas no solo son mágicos, también funcionaron en alguna medida como indicador del rango social que en vida tuvo la persona.
La corta de cabezas en la información
histórica: 1545-1820
Jerónimo Benzoni, un soldado italiano al servicio de la
corona española tuvo la fortuna para la historia de haber servido de cronista y
no haber muerto durante la entrada que realizó el primer gobernador de Costa
Rica desde Suerre al interior. Narra Benzoni la gran derrota sufrida por los
europeos, y de cómo una vez aniquilados los españoles y sus esclavos negros,
los indígenas “…habían cortado y llevándose
la cabeza, pies y manos del Gobernador, así como de dos negros, y a todos los
demás habían despojado (de sus cosas) y
arrojado a un riachuelo…” (León Fernández, 1889, pág. 90) . De esta
importante crónica vemos el primer aspecto importante de la costumbre, al menos
en la región de Tayutic (fig.1; R-II), de solo decapitar al principal, en este
caso el gobernador, y a dos negros, lo cual es lógico pues nunca los habían
visto antes. Pero de los personajes decapitados, también se les cortaron las
manos y los pies, lo que indica que además del prestigio de guerra que
conllevaba cortar la cabeza del enemigo, aspectos mágicos también eran
importantes, pues las manos y pies solo pueden tener significación en el
contexto religioso.
A todos los demás soldados y esclavos que iban con la tropa
conquistadora les tomaron las cosas que llevaban, desde las armaduras hasta las
armas y calzados, dejando los cadáveres sin mutilar en una hondonada, lo que
quiere decir que los indígenas comunes se podían llevar los objetos, pero solo
los principales podían llevarse las partes del cuerpo de los vencidos, escogiendo
para este efecto solo a aquellos individuos significativos, ya fuera por ser el
jefe (en este caso Diego Gutiérrez) o de los negros, por ser distintos a los
demás. Este aspecto del ritual de los decapitadores lo vemos comúnmente en las
estatuas de guerreros con cabezas en la mano y en las cabezas individuales
hechas en piedra o cerámica, donde a manera de identificación física o
espiritual de quién fue el enemigo muerto y su rango, en la parte superior de
la cabeza aparecen signos específicos que no se repiten en ninguna otra
escultura de estas (fig.3 y 7).
Figura 3:
Distintos “peinados” o símbolos de cabezas esculpidas en piedra. Mason, 1945.
|
Era muy importante individualizar la cabeza y esto se
trataba de hacer en la escultura de piedra marcando los rasgos faciales más
sobresalientes del individuo, pero siempre se reforzaba la imagen con emblemas
especiales, muchos de los cuales parecen gorros, entre mayor su complejidad es
de suponer que mayor fuera el rango del decapitador o de su víctima (fig.4).
Figura 4:
Cabezas con gorros y tocados complejos. Mason, 1945.
|
También se encuentran cabezas que enfatizan más en su
condición momificada, unas con símbolos de rango y otras simples, lo que apunta
a un complejo sistema de conservación de la cabeza real durante mucho tiempo,
hasta que la humedad ambiental las deteriorara irreversiblemente (fig.5).
El aspecto de conservar la cabeza del vencido y marcar el
rango que en vida tuvo está más acorde con un acto de trofeo de guerra mientras
la figura retrato en piedra o cerámica procuraba extender en el tiempo el
prestigio del guerrero. Sin embargo, es posible que a la escultura se le diera
algún tipo de culto. En excavaciones realizadas en Las Mercedes, Guápiles,
(fig.1, R-II), por el Museo Nacional de Costa Rica, se encontraron algunas
estatuas de guerreros que en una mano llevan una cabeza y en la otra un hacha,
notándose que normalmente se les quebraba una pierna, colocándose la misma al
lado, algo así como “matando” la escultura. Este aspecto también se ha visto en
otras esculturas, en algunas amputándoles las cabezas o los brazos, o bien,
quebrándolas en varias partes, eso sí, colocando todas las partes juntas
(fig.6).
Figura 5: Tipos de cabezas trofeo, donde se aprecian varias momificadas. Esto se nota en la forma de los ojos hundidos y la quijada extendida, ya sea mostrando los dientes o no. Mason, 1945.
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La importancia del símbolo radica en su poder mágico o
religioso, además de indicar la posición social del individuo. Resulta en
muchos casos difícil identificar uno de otro y puede que en todo caso ambos
aspectos estuvieran mezclados, ya que al parecer no se buscaba conservar
cualquier cabeza, sino aquella del más poderoso. Por tanto, el símbolo de rango
y el símbolo mágico estarían relacionados.
Figura 6:
Estatua de un Usekar con rasgos de jaguar y un collar de colmillos del mismo
felino sosteniendo una cabeza. La flecha señala el quiebre intencional de una
pierna al momento de ser enterrada, cosa muy común en estas esculturas de la
región de Línea Vieja (R-II).
El poder del símbolo quedó milagrosamente documentado en la
crónica realizada por el hijo de Cristóbal Colón, Hernando Colón, al
desembarcar en el pueblo de Cariay en 1502: “Y al día siguiente, bajando a tierra el Adelantado para tener
información de aquellas gentes, se acercaron dos de los principales a la barca
donde él estaba, y tomándolo por los brazos en medio de ellos, lo sentaron en
la hierba de la orilla; y preguntándoles el Adelantado algunas cosas, mandó a
los escribanos de la nave que anotasen lo que respondían. Pero viendo el papel
y la pluma se alborotaron de tal forma que la mayor parte de ellos se dieron a
la fuga. Lo cual, según se pudo conjeturar, fue por el miedo que tuvieron a ser
hechizados con palabras o signos…” (Colección de documentos para la historia de Costa Rica relativos al IV y
último viaje de Cristobal Colon., 1952, pág. 156) .
Figura 7: Retratos de cabezas cortadas en cerámica, propios de
la región II (fig.1, R-II). Nótese la gran cantidad de símbolos que las cubren.
Estos estarían no solo indicando el rango del individuo, sino también elementos
mágicos.
Una magnífica descripción de lo que parece ser un sitio
especial para matar prisioneros de guerra la hace Juan Vásquez de Coronado
luego de la batalla en la cual se dio la caída del fuerte y pueblo de Couto en
el año de 1563 (fig.1, R-III). Vázquez de Coronado describe un montículo
situado a la entrada del fuerte donde se encontraban una gran cantidad de
cadáveres indicando que se trata de “sacrificios”, ya que no eran muertos
durante la batalla, sino capturados para ser ejecutados en ese lugar específico.
En palabras de Vásquez de coronado: “Tienen
junto al fuerte un cerrezuelo (montículo artificial) en que hay mucha cantidad de cabezas y cuerpos muertos de los que en la
guerra cautivan, que los sacrifican, sino son mugeres y niños, que los tienen
por esclavos…” (Fernández, 1976, pág. 97) . No queda claro
en esta relación de hechos que tratamiento se le hacía a los cuerpos de los
muertos en batalla, si solo eran dejados en el sitio o también se les cortaba
la cabeza a todos o solo a algunos. En la misma crónica anterior de Coronado,
este anota: “Vimos una cosa notable, que
están allí la auruas (buitres) tan
encarnizadas y son tan comunes las batallas y guaçabras entre los naturales,
que luego como se da una grita acude tanta cantidad dellas que casi quitan el
sol, entendiendo que a de aver cuerpos muertos en que se ceben” (ídem).
Aquí queda claro que muchos cuerpos quedaban tirados en el campo siendo que los
cuerpos vistos en el montículo habían sido de prisioneros.
En otra relación de hechos sobre el mismo asunto, Coronado
aclara el punto anterior, y no queda duda que la costumbre era la de cortar la
cabeza a todos: “A los que toman en la
guerra a todos los matan y les toman por trofeo las cabeças; a los muchachos y
mugeres tienen por esclavos y para sus sacrificios…” (ídem, pag.107-108).
Queda por saber a que se refiere Coronado con lo de “sacrificios”, si era esta
costumbre u otra derivada de la guerra, pero con efectos prácticos distintos,
como sería el de sepultar los esclavos con el amo cuando este moría: “…quando muere el señor manda a matar y
sacrificar a los esclavos que tiene y enterrarlos consigo” (ídem: pag.108).
Pero también cabe la posibilidad de que se tomaran prisioneros y fueran
ejecutados luego. Estos serían los que observó Coronado en el montículo a la
entrada del fuerte.
De acuerdo con los relatos de Coronado y Benzoni, la forma
de escoger a quienes se les cortaba la cabeza variaba según fuera un pueblo u
otro. En la crónica de Benzoni (fig.1: R-II), solo se ejecutaba este acto sobre
aquellos personajes determinados como importantes, acto que se ejecutaba en el
mismo sitio de la batalla, mientras que en la crónica de J.V. de Coronado
(fig.1, R-III) sería llevada a cabo sobre todos los prisioneros de guerra y
sobre aquellos que quedaran muertos en el campo de batalla. Esto revela que el
montículo servía de lugar especial donde se ejecutaba la decapitación, pues
estaban las cabezas y los cuerpos sobre él.
Un montículo que posiblemente tuvo una función similar a la
vista por Juan Vázquez de Coronado fue excavado en Las Mercedes, Línea Vieja (R-II),
por el arqueólogo sueco Carl Hartman a finales del siglo XIX. Este era una
estructura de piedra en forma de cono truncado, de 30 metros de diámetro en la
base y 20 en la parte superior, con una altura de 6.5 metros. Tuvo en la parte
superior dos grandes estatuas colocadas de forma contrapuesta una de otra, a
1,20 metros del borde hacia adentro. En el centro de la plataforma superior
encontró unas grandes piedras enterradas que sirvieron para sostener un gran
poste, lo cual Hartman interpreta como el poste base de un techo que cubriría
toda la plataforma superior. (Hartman, 1991, págs. 58-62) .
Figura 8:
Idealización de cómo se vería el montículo excavado por C. Hartman en Las
Mercedes.
De ser el montículo de Las Mercedes semejante al descrito
por V. de Coronado, la función de ambos pudo ser la misma, o sea, un sitio
especial donde se decapitaban prisioneros de guerra. Uniendo la información de
Coronado y la descripción del montículo de Las Mercedes con un gran poste en su
centro, podemos inferir que algunos de los vasos trípodes de la R-II describen la
función del poste. En la figura 9 se aprecian tres casos de estos, donde hay un
individuo amarrado a un poste.
En el ejemplar 1 se ve un cuerpo completo en estado de pudrición, con un buitre sobre el cadáver, mientras que en los ejemplares 2 y 3 se ven los cuerpos decapitados amarrados en vigas o troncos. En los tres casos de la figura 1 se ve claramente que el poste era especialmente diseñado para sujetar cuerpos, así en el caso 1 de la parte vertical sale una prolongación que termina en una especie de corona, sobre la que se ataba el cuerpo. El caso 2 es un poste más complejo, el cual tiene dos prolongaciones en “V” atravesadas por un tronco horizontal, de modo que el cuerpo quedara con los brazos en alto. Otro poste horizontal sirvió para que el cuerpo estuviera sentado, que no colgara, y lo mismo se observa para los pies. El caso 3 es interesante, pues el cadáver carece de brazos y está amarrado por la cintura sobre un travesaño horizontal de modo que se apoye, mientras los pies están amarrados en forma individual al poste vertical. Toda la escena es rematada por dos buitres que, desde arriba con la cabeza hacia abajo, empiezan a comerse el cadáver.
En el ejemplar 1 se ve un cuerpo completo en estado de pudrición, con un buitre sobre el cadáver, mientras que en los ejemplares 2 y 3 se ven los cuerpos decapitados amarrados en vigas o troncos. En los tres casos de la figura 1 se ve claramente que el poste era especialmente diseñado para sujetar cuerpos, así en el caso 1 de la parte vertical sale una prolongación que termina en una especie de corona, sobre la que se ataba el cuerpo. El caso 2 es un poste más complejo, el cual tiene dos prolongaciones en “V” atravesadas por un tronco horizontal, de modo que el cuerpo quedara con los brazos en alto. Otro poste horizontal sirvió para que el cuerpo estuviera sentado, que no colgara, y lo mismo se observa para los pies. El caso 3 es interesante, pues el cadáver carece de brazos y está amarrado por la cintura sobre un travesaño horizontal de modo que se apoye, mientras los pies están amarrados en forma individual al poste vertical. Toda la escena es rematada por dos buitres que, desde arriba con la cabeza hacia abajo, empiezan a comerse el cadáver.
Figura 9:
Trípodes típicos de la R-II, mostrando cuerpos amarrados a un poste
especialmente hecho para este efecto.
En la estatuaria de Las Mercedes y de la toda la zona de
Línea Vieja, son muy frecuentes las figuras de decapitadores, los cuales llevan
en una mano el hacha y en la otra una cabeza (fig.12). Pero también aparecen
esculturas de prisioneros en distintas poses (fig. 10), mostrando lo importante
que era el aspecto de la guerra, la toma de prisioneros y esclavos (niños y
mujeres). Todos los aspectos de la guerra fueron plasmados en diferentes
objetos, incluyendo el oro y el jade, lo que sugiere que algunos aspectos
relacionados o derivados, como la cabeza, tuvieron un valor religioso
importante.
Figura 10:
Esculturas que muestran prisioneros. En ambos casos se pueden apreciar los
símbolos de rango que en su momento identificaron al prisionero. Línea Vieja,
R-II.
Además de la figura del decapitador también aparecen
esculturas donde un individuo lleva entre ambas manos una cabeza la cual puede
ser de tamaño más o menos normal o reducida. Es muy probable que estos casos
muestren a un personaje de alta categoría social que exhibe una cabeza trofeo
de otra persona que en vida fue también de alto rango. En estos casos la
escultura funciona como un “retrato” de una hazaña, de un gran logro, y debió tenerse
por un bien muy preciado ya fuera por el clan o la familia nuclear del
personaje triunfante (fig.11).
Figura 11:
Escultura de un personaje de alto rango que exhibe una cabeza reducida de quien
tuvo que ser otro individuo importante. Línea Vieja, R-II.
Nuevamente las fuentes escritas junto con la evidencia
arqueológica señalan una importancia dual de la cabeza capturada en la guerra. El
aspecto mágico de los poderes de la cabeza del enemigo radica en el poder que reside
en la misma cabeza, por este motivo es que hay cabezas más valiosas que otras,
las cuales se marcaban con símbolos que servían tanto para identificar al
personaje, como por la importancia que tuvo en vida.
Un relato importante de la escogencia de a quién se le
cortaba la cabeza y a quienes no en algunos pueblos, lo tenemos en los autos hechos con motivo de la sublevación de
la Talamanca y su castigo, suceso acaecido entre los años de 1709 y 1710 en
Talamanca (fig.1, R-IV). En estos documentos vemos como al llegar al pueblo de
San Joseph de Cavécar, el capitán y gobernador José de Casasola encuentra entre
las ruinas de la iglesia los huesos de Fray Antonio de Zamora, entre ellos la
cabeza, aunque partida en dos (Fernandez, 1976, pág. 236) . En otro auto
menciona el capitán Casasola “Logre
recoger los vasos sagrados y los huesos de los muy reverendos Padres misioneros
y soldados, menos la cabeza de Fray Pablo…” (ídem, pág. 240). Hasta aquí
esta claro que solo la cabeza de Fray Pablo de Rebullida fue cortada, no así la
de otros misioneros y soldados. Es evidente que los indígenas determinaron
quienes eran los más importantes, los jefes, y a esos se les cortó la cabeza
dejando los restos de soldados y otros misioneros en el campo de batalla. El
valor mágico de la cabeza lo vemos en este caso en la forma en que se corto en
dos la perteneciente a Fray Antonio de Zamora. Era importante destruirla, pero
no valía como trofeo.
Finalmente encontramos otro auto firmado por Lorenzo Antonio
Granda y otros, donde se menciona un curioso evento “…Deparí había muerto un soldado en el Real San José; y el dicho Presbere
y los demás referidos (indígenas presos)
le han dicho cómo Antonio Cachaverí, que fue el que trajeron preso de mi orden
de Boruca, á esta ciudad (Cartago),
había salido á dicho Boruca con otros y que habían ofrecido á los Talamancas
llevar la cabeza del Padre Fray José Rozas en cambio de la del Padre Fray Pablo…”
(ídem, pág. 260). Resulta interesante esta propuesta de intercambio, pues
siempre se supone que la cabeza trofeo más importante era conservada por el
jefe o su clan vencedor, pero en la cita anterior se manifiesta que estos
trofeos podían ser que tuvieran más valor para un grupo distinto, y que este
tuviera una cabeza que era importante para el otro grupo. En este punto no se
aprecia un valor religioso importante en la cabeza, siendo la tenencia de esta
una demostración de poder y estatus personal. Otro dato que se deduce de la
anterior cita es que la cabeza estaba conservada, posiblemente momificada, pues
de no ser así se hubiera podrido quedando solo la calavera, la cual no tendría
valor de intercambio, pues era un simple resto oseo, con importancia solo para
quien hubiera llevado la cabeza aun con facciones ante los miembros de su
pueblo.
La momificación era una costumbre común, incluso fue
observada por el propio Cristóbal Colon en Cariay (fig.1, R-II). En el relato
que hace Hernando Colon se lee: “Lo más
notable, que vio (C. Colón), fue que
dentro de un palenque grande de madera, cubierto de cañas, tenían sepulturas, y
en una de ellas, había un cuerpo muerto, embalsamado, en otra, dos, sin mal
olor, envueltos en unos paños de algodón…” (Colección de documentos para la historia de Costa
Rica relativos al IV y último viaje de Cristobal Colon., 1952, pág. 156) . Por su parte,
Pedro Mártir de Anglería menciona como momificaban los cuerpos: “También los de Cariai conservan,
desecándolos en parrillas, lo cadáveres de sus próceres y padres…” (ídem,
134). El proceso de momificación consistía en poner el cuerpo en un enrejado
sobre brasas, de modo que se fuera secando lentamente hasta quedar la momia en
la posición que se quisiera.
La costumbre de momificar cuerpos fue observada aun entre
los años de 1853 y 1854 por los viajeros alemanes Wagner y Scherze, quienes en
la zona de Chirripó de Talamanca (fig.1, R-IV), vieron un sitio muy semejante
al descrito por Colón y Anglería. Ellos lo describen de la siguiente manera: “El cadáver se exhibía durante tres años en
una casa mortuoria especial hecha de enrejados de palma, y que se celebran
todos los años el día de su fallecimiento solemnidades especiales cuidando y
velando el cadáver de nuevo. Este se soterra solo a fines del tercer año;
entonces estaba tan duro y enjuto como el tronco de un árbol” (Wagner, 1944, pág. 343) .
Debido al clima sumamente húmedo y lluvioso los cuerpos y
cabezas momificadas poco a poco se iban carcomiendo por los hongos, motivo por
el cual finalmente se enterraban. Esto causó la necesidad de conservar para la
memoria del pueblo, en el caso de las cabezas trofeo, hacerlas de materiales
más durables, tales como cerámica y piedra. Igual se hizo con la imagen del
guerrero y su trofeo de mayor valía en esculturas de piedra (fig.12).
Figura 12:
Guerreros que en una mano sostienen una cabeza y en la otra un hacha. Obsérvese
los símbolos distintivos que sirvieron para identificar al guerrero. Al igual
que en las cabezas retrato de piedra y cerámica, los signos y símbolos nunca
son repetidos, individualizando la figura de manera que todos supieran quién
era.
La reducción de cabezas fue un medio muy usado,
principalmente en la R-II y IV, donde las vemos en muchas esculturas. El
proceso de reducir una cabeza consiste en abrir el cuero de la cabeza por atrás
para sacar la calavera, luego mediante una serie de baños en agua hirviendo el
cuero se encoje hasta quedar del tamaño requerido, aplicando durante el proceso
raspados internos. El tamaño puede variar según el tratamiento que se haga en
la etapa final, aplicando piedras calientes o con arena caliente para evitar
deformidades. Hubo dos modos de presentar la cabeza al público, uno era con los
ojos y boca cocidas, y el otro era sin costuras visibles amarrando la mandibula
al cráneo para evitar que se abriera. Los ojos podían dejarse como una
concavidad que luego, si se quería, se podían rellenar de algún material, o se
cocían durante el proceso para luego quitar las costuras. Por ejemplo, en la
fig. 13 se ven dos cabezas con la mandibula amarrada mediante una cuerda que
pasa de lado a lado por los oídos, mientras los ojos son una simple raya, lo
que revela que posiblemente estuvieron cocidos.
Figura 13: Cabezas trofeo en cerámica. En este caso no hay
muchos elementos individualisadores, como signos o símbolos. En cambio el
peinado y la pintura facial indicaban a que pueblo pertenecian. Una tira con
refuerzo sobre la barbilla servía para mantener la mandíbula cerrada, paso
previo a su reduccion o momificado. Los buitres de cabeza roja sobre la frente
parecen ser un símbolo de muerte. R-II.
En la figura 14 se aprecia un sistema parecido al
anteriormente descrito, solo que la mandíbula se asegura por dentro de la
cabeza, mientras que los ojos ya rellenos fueron cocidos.
Estos métodos procuran evitar que las cabezas queden con
tiras o amarres muy visibles, ya que todo lo usado para sostener la mandibula y
para tratar la concavidad de los ojos es luego retirado, quedando la cabeza
expuesta de modo más natural (fig.15, a).
Figura 14: Cabeza trofeo en cerámica que muestra la forma en
que la mandíbula era sujetada por dentro de la cabeza. Los ojos abultados con
puntos al medio muestran como la cavidad ocular fue rellenada y cocida. Este
caso muestra múltiples signos o símbolos sobre la cabeza. R-II.
Las cabezas se representaban del modo en que tuvieran valor,
fuera este mágico o por estatus. Esto obligaba no solo a marcar símbolos y
rasgos especiales, sino también a hacerlas lo más parecido al modelo natural,
ya fuera momificada, reducida o recién cortada. En la figura 15 (b), se aprecia
la efigie de una cabeza recién cortada. Esto se ve claramente en la forma plana
de la base, misma que es extendida, pues al cortar la cabeza esta se debe
apoyar sobre sí misma. También se nota claramente la boca semi abierta y la
barbilla pequeña, disminuida por servir de base. En contraste, una cabeza muy
parecida pero ya tratada se observa en la misma figura 15 (a).
El motivo de representar unas cabezas de una forma y otras
de manera distinta puede obedecer a una forma particular, cultural, de un
pueblo determinado de conservar o tratar la cabeza cortada. Pero esto también
puede tener implicaciones religiosas o referentes al rango del decapitado. No
hay duda de que entre más realista la representación mejor, pero esto solo
tiene sentido si se quiere presentar a los demás un retrato de alguien muy
importante, algo que diera estatus al guerrero. Al no existir un estudio de los
símbolos que acompañan a estas cabezas retrato es imposible saber si los mismos
solo correspondían a un mensaje de identidad, o si son símbolos mágicos para
controlar el poder del enemigo muerto o ambos. Puede sugerirse que ciertos
detalles de la representación sirvieran para indicar el origen del decapitado,
pero es importante tomar en cuenta la narración de Hernando Colón sobre el peso
mágico de los signos o símbolos. En todo caso es de esperar que tanto aspectos
de estatus como religiosos impregnan estas cabezas retrato o trofeo, siendo los
signos o símbolos la parte mágica, y los detalles físicos los que dieran el
estatus, mientras que el origen del individuo se señalaba mediante otros arreglos
de orden cultural, como son los gorros, corte de cabello, uso de cinturón,
máscaras zoomorfas y/o tatuajes corporales.
Figura 15:
Cabezas retrato o trofeo mostrando una cabeza seca, reducida. Obsérvese la
línea de puntos sobre las cejas, indicando costuras hechas durante el proceso
de reducción (a); y una cabeza recién
cortada (b). R-II.
Los únicos datos sobre el tratamiento de cabezas cortadas provienen
de Talamanca (fig.1, R-IV). Se trata de varios relatos recogidos por algunos
investigadores, entre ellos D. Stone y M.E Bozzoli, donde se narran hechos y
costumbres sobre la guerra que tuvieron alrededor de 1820 los Cabécares y
Bribris contra los Térrabas. En todas las narraciones está claro que la guerra
era liderada por los Usékares -máximos jefes religiosos, con amplios poderes
administrativos- y se recuerda específicamente la muerte de uno de estos jefes
religiosos como algo de suma importancia (Stone, 1993, págs. 106-109) . Aunque no se narra
la toma de cabezas por parte de los Bribris y Cabécares, si se describe la de
los Teribes o térrabas, y debemos suponer que las costumbres eran iguales o
semejantes.
Es evidente que el siguiente párrafo describe la reducción
de cabezas: “Los Terribíes cercenaban
cabezas, las limpiaban, y las usaban como copas. Cocinaban las cabezas, las
secaban bien y luego las ponían en ciertas casas” (ídem, pág.106). Al decir
que las limpiaban era que sacaban la calavera, la cual era cortada para ser
usada como una copa. La reducción de las cabezas se confirma cuando se indica
que cocinaban las cabezas, las secaban y las ponían en bohíos especialmente
construido para estos fines.
En una narración recopilada por Bozzoli se describe cómo se
llevaban las cabezas habidas en la batalla: “Cuando los tëröm (Teribes o Térrabas) ganaban la pelea, ellos cortaban la cabeza de los bribis. Esta cabeza
la metían en un bejuco y la amarraban a un palo, y se la llevaban a su casa
para hacerle una gran fiesta, ellos le cantaban a la cabeza” (Bozzoli,
1977, pág. 78) .
Dos formas tenían de trasportar la cabeza, una era haciendo un orificio en los
oídos pasando una cuerda de lado a lado de esta, amarrando la o las cabezas a
un palo. La otra forma era metiendo la cuerda por la boca y sacándola por
debajo de la garganta “…luego decidieron
meter un bejuco por la boca y llevarla en la espalda…” (ídem, pág.79), (fig.16).
Figura 16:
Esculturas de Diquís que muestran guerreros llevando cabezas. En el caso “a” se
ve claramente como lleva una cabeza al frente colgada de una cuerda pasada por
los oídos, mientras que en la espalda lleva otra, que en este caso fue atada
por la boca. En el caso “b” aparece un guerrero con hacha y una cabeza colgando
por la espalda, atada por un cordel que pasa por los oídos. R-III.
Tal y como lo narran las crónicas de Vásquez de Coronado,
una ves terminada la batalla se llevaban a las mujeres y los niños de esclavos.
En los relatos Bribris y Cabécares se señala esta situación con respecto a una
niña, pues esta era sobrina de un Usekar que había sido decapitado: “Un día de tantos mataron un useköL y ellos
como no creían en los sukias ni “usékares”, mataron un montón de cabécares y
entre ellos un useköL; les cortaron la cabeza para llevárselos, también se
llevaron una chiquita usékar que era la sobrina del que mataron…” (ídem;
pág. 80).
En todas las narraciones el personaje importante era el
Usekar y su sobrina, aunque se mencione que a todos cortaban la cabeza y se la
llevaban. Esto refuerza la idea que las representaciones en piedra y cerámica
eran siempre de jefes, ya fueran religiosos o no, nunca de gente común. Otro
dato importante es el de la fiesta que se les hacían a las cabezas en un
recinto especial, pues está en concordancia con la idea de que estas tenían
poder y había que aplacarlo. De hecho, la cabeza tan mencionada del Usekar
terminó por encubar un gigantesco jaguar que vengó a los Bribris y Cabécares.
La cabeza, aunque fuera un bien de prestigio que daba
estatus a quién la tenía, también era un peligro potencial por sus poderes
espirituales. Posiblemente esto tenga relación con los símbolos que se ven en
las cabezas trofeo-retrato de la región II.
Algo que refuerza aún más el valor mágico de las cabezas,
era una danza que se hacía entre los Bribris, la cual se registró por Stone
como la danza de los huesos: “Los hombres
y las mujeres forman un círculo con los brazos entrelazados…se bailaba y los
cráneos se balanceaban en los brazos…los hombres cantaban y las mujeres se les
unen en coro cantando ékéké que quiere decir “bueno” o “bien”.” (Stone,
1993, pág. 154) .
Esta danza no tenía fecha especial para realizarse y solo se hacía cuando un sacerdote
“está particularmente seguro de sí mismo”
(ídem, 154). Nuevamente se ve el poder mágico de las cabezas, en este caso
calaveras, de los guerreros muertos durante las guerras. Aunque de la danza
casi no se sabe nada, solo lo antes expuesto, tiene información valiosa. Esta
no era danza común, no era tampoco un festejo de triunfo. Está claro que se
trataba de un acto religioso donde el sacerdote tenía que aplacar el poder que
radicaba en las cabezas, para lo cual debía estar preparado y no tener ningún
miedo de enfrentarse a una colectividad de espíritus poderosos que permanecían
en las cabezas o calaveras.
De acuerdo con algunas crónicas del siglo XVIII los Bribris
no conservaban cabezas momificadas o reducidas, sino solo las calaveras (como
queda claramente explicado en la danza de los huesos). En un fragmento de una
carta misionera que describe como eran los funerales de los Bribris, se indican
los casos en que él fallecido había sido un guerrero o una persona de estatus:
“…y llegados al sepulcro, si el muerto
había sido principal o valiente llevan una guacamaya prevenida: allí la matan y
la entierran; si tiene esclavo también lo matan y lo entierran, y encima ponen
los huesos del difunto (se trataba de entierros secundarios)…si había hecho muertes, allí cerca le ponen
las calaveras de los que había muerto…” (Fernandez, 1976, pág. 284) .
La información escrita sumada a los diferentes residuos
materiales recuperados arqueológicamente en conjunto brinda una importante
información de las diversas prácticas culturales en torno a la cabeza trofeo.
Lo primero que se debe resaltar es que esta actividad derivada de la guerra
mantuvo diferencias según el pueblo y no la región. En algunos casos solo se
cortaban las cabezas de aquellos individuos que fueran importantes en la
comunidad derrotada, mientras que en otros se procedía a decapitar a todos los
vencidos, ya fueran muertos en combate o prisioneros, en tanto que es una regla
no matar mujeres ni niños, los cuales se incorporan al servicio del pueblo
ganador.
También queda claro que cada pueblo tuvo una forma
distintiva de conservar las cabezas, aunque aquí es importante señalar que se
carece de información suficiente para saber si el modo de conservación tenía
relación con el estatus social del decapitado. En unos casos la cabeza era
reducida, en otros fue momificada y en otros se dejó podrir para conservar la
calavera. Pero en todos los casos se tenía un gran respeto y hasta temor ante
la cabeza, recinto que guardaba algún tipo de poder mágico, mismo que derivaba
del sistema religioso en general.
Otro aspecto que no queda explicado es el de si el trofeo
era conservado por el guerrero, o era depositado en un lugar especial,
manipulado solo en determinadas ceremonias. De ser esto, el de guardarlas en
unas casas especiales, las esculturas tanto de las cabezas como del guerrero
con su trofeo vendrían a sustituir la tenencia de la real. Esto tiene su
fundamento en la práctica de inutilizar ciertas esculturas quebrándolas, pero
conservando todas sus partes al ser finalmente enterradas. Por tanto, aun la
representación de la cabeza tenía cierto poder, al igual que la del guerrero.
El prestigio social adquirido por el guerrero queda
manifiesto en el esfuerzo colectivo de hacer las cabezas retrato y las
esculturas vinculadas a la guerra, entre ellas las de prisioneros y demás.
Estas esculturas se han encontrado in situ tanto fuera de estructuras de piedra
supuestamente habitacionales, como también en recintos públicos como plazas o montículos
(Guayabo de Turrialba y Las Mercedes, región II), pero también en sepulturas
evidentemente de personas que pertenecieron a la elite social. Prestigio social
y de orden religioso parecen que van juntos en esta praxis cultural en las
regiones II, III y IV.
Inferencias relativas a las cabezas trofeo según regiones: la evidencia
material.
Las representaciones de guerreros y cabezas trofeo varían en
frecuencia según la época y la región. En el caso de la región I, las
representaciones de guerreros son prácticamente nulas y las de cabezas trofeo
no son frecuentes. Además, pareciera que luego del año 1300 d.C. no se hacen
más. En las crónicas y relatos del periodo de conquista no se menciona nada de
las prácticas guerreras, pero si de sacrificios humanos estrictamente
relacionados con el calendario agrícola, esto al menos en el pueblo de Nicoya.
En la región I la representación de cabezas trofeo más común
es la de una cabeza sin ojos, con dientes expuestos y con la parte superior del
cráneo exhibido o cortado. En la figura 17 se ven dos cabezas de estas hechas
en cerámica. La cabeza de la derecha muestra claramente el corte del cuero
cabelludo dejando expuesto el cráneo, mientras que la del lado izquierdo
aparece con el cráneo cortado en su sección superior, en ambos casos los ojos
no están, dejando la cavidad ocular vacía.
Figura 17:
Cabezas trofeo de cerámica cuyas características concuerdan con haber sido
momificadas. R-I.
El modelo de la cabeza trofeo con la parte superior cortada,
sin ojos y con dientes descubiertos también aparece en esculturas de piedra
(fig.18). Es muy interesante que estas no tengan elementos que sirvieran para
efectos de identificación de la persona, como es lo usual en la región II. Este
mismo aspecto se ve en las esculturas de guerreros con cabezas trofeo de la
región III, aunque aquí quien lleva símbolos o signos es el guerrero, mismo que
muchas veces aparece con rostro de jaguar (fig.21).
Figura 18:
Esculturas que representan personas momificadas. La 1 corresponde a una cabeza
trofeo con la parte superior de cráneo cortada, mientras que la 2, también con
la parte superior del cráneo cortado representa un individuo completo, con las
piernas flexionadas. R-I.
En cierto tipo de representación cerámica de cabezas trofeo de la región
I, estas pueden aparecer con o sin ojos, pero siempre presentan símbolos,
algunos muy complicados. Sin embargo, estos emblemas no son singulares de cada
caso apareciendo los mismos en otros artefactos, lo que sugiere que poco tienen
para identificar al individuo como persona, más bien estos emblemas relacionan
la cabeza con el sistema de creencias religiosas (fig.19).
Figura 19:
Vasijas retrato de cabezas trofeo. Los casos 1 y 2 conservan los ojos, aunque
hundidos, piel estirada y dientes expuestos. El caso 1 corresponde a la cabeza
de alguien que fue importante, pues los dientes limados están en relación con
el estatus del individuo. El caso 3 representa la manera tradicional en que
estas cabezas aparecen, o sea sin ojos, con la piel estirada y dientes
expuestos. En los tres casos la efigie corresponde con la cabeza que su parte
superior fue cortada. En el caso 1 esto se ve en el punto donde surge el cuello
de la vasija, mientras que en caso 3 la sección cortada está marcada por una
línea negra horizontal. R-I.
El seccionar la parte superior del cráneo está relacionado
con la extracción del cerebro. La sección superior cortada pudo usarse como
envase de manera similar a la antes vista de los Teribes de la región IV. Las
representaciones de cabezas trofeo de la región I muestran, al parecer, dos
formas de tratarlas: la primera sería la momificación, las cuales se distinguen
por carecer de ojos, mientras que la segunda es la de cabezas no tratadas. Pero
en ambos casos parece que se trato de efigies de personas importantes, siendo
relativamente pocas cabezas de estas las recuperadas arqueológicamente. Una
posibilidad para explicar este fenómeno es el de que las cabezas fueran
cercenadas solo a personas que tuvieran un rol social muy importante, y que
este acto se realizara totalmente dentro de un ritual religioso, o sea, que
corresponden a sacrificios. Esto se refuerza por la poca -o ninguna-
importancia dada a representaciones de guerreros y prisioneros, cosa tan común
en las regiones II y IV (fig.1).
A pesar de ser extremadamente raras, también existen algunas
cabezas trofeo de la misma tradición de la región II en la región I (fig.20).
Figura 20:
Cabeza trofeo en cerámica que no presenta emblemas rituales. Las líneas
faciales estarían señalando de quién se trató en vida. R-I.
La cabeza de la figura 20 muestra claramente estar fresca,
un poco hinchada y con una tira que mantiene la mandíbula cerrada. No tiene
ningún símbolo asociado, solo lo que evidentemente es pintura facial que
estaría indicando quién fue la persona.
A pesar de encontrar más comúnmente representaciones de
decapitadores con su trofeo en la región III, son bastante menos frecuentes que
en la región II. Además, en la región III las figuras de cabezas individuales
son rarísimas. Otro elemento importante que tener presente es que en la región
III los decapitadores normalmente aparecen con rostro de jaguar, indicador de
su estatus religioso (los máximos líderes espirituales podían convertirse en
este felino, que era su emblema), y solo se representan en estatuas de piedra
(fig.21).
Figura 21: Estatuas típicas de regíon de Diquís, en la region
III. Lo normal es que los personajes que aparecen llevando las cabezas trofeo
tengan rostros zoomorfos relacionados con el jaguar y cinturones que
representan serpientes.
En las esculturas de decapitadores de la región III es
normal encontrar que la cabeza se sostiene al revés. En ciertos casos aparece
un individuo llevando dos cabezas, una al frente y otra a la espalda, siendo
que una de estas está al revés mientras la otra se sostiene en posición normal.
Las cabezas pueden estar sostenidas por una cuerda o simplemente llevadas en
las manos, pero nunca aparecen hachas u otras armas en las esculturas, lo cual
está en relación directa con mostrar la cabeza en un acto ritual o comunal por
parte de personaje de orden religioso muy importante, equivalente al Usékar de
Talamanca (región IV). Un dato muy importante es que la mayoría de estas
esculturas no se marca el sexo, en su lugar va la cabeza de una serpiente que
sirve de cinturón al individuo (fig.21).
La región IV es más complicada en cuanto a las
representaciones de decapitadores y cabezas trofeo, pues se encuentran aquí
estilos propios de las regiones II y III. No está claro la distribución
geográfica ni temporal de las diferentes expresiones materiales, pues esta
región es la menos estudiada arqueológicamente. Por las crónicas españolas
sabemos que en la región IV vivieron una gran cantidad de grupos distintos, con
costumbres que, si bien tenían una base en común, diferían bastante en
determinadas creencias, lo cual lógicamente se refleja en la diversidad de
expresiones materiales. Los límites de los macro-grupos (establecidos mediante
sus restos materiales) son muy variables en el tiempo, o al menos esto es lo
que se presume, pues no se tiene una seriación formal ni temporal de los restos
materiales. Aun así, en las tierras altas encontramos un estilo de escultura
típica de estos lugares, en las cuales se nota un parecido con el estilo de
Chiriquí y de Diquís. Estas esculturas siempre tienen una cabeza reducida en
una mano y en la otra un objeto cilíndrico indefinido (fig.22).
Figura 22:
Esculturas de las tierras altas de la región IV donde la cabeza trofeo es
cogida por el cabello y mostrada de medio lado. Normalmente llevan en una de
sus manos un objeto cilíndrico no identificado.
En este tipo de representación puede o no aparecer un hacha
como parte del atuendo, pero no en la mano, sino en el cinturón (fig.22, 2). Lo
más interesante es que siempre llevan la cabeza trofeo de medio lado agarrada
por la cabellera, siendo esta claramente del tipo reducido, sin que exista el
menor interés de señalar el origen tribal de las cabezas cercenadas. En cambio,
elementos como collares y cinturones elaborados funcionan como indicador de
quien es el personaje central de la escultura.
Llama la atención que estas representaciones no tengan nunca
símbolos mágicos que hagan referencia al poder del personaje central o para
contener cualquier peligro espiritual que emane de las cabezas cortadas, por lo
que se puede creer que estos individuos representados con las cabezas más que
grandes guerreros sean sacerdotes. Si esta posibilidad es cierta, las cabezas
cortadas en la región III y parte de la IV solo aparecen en esculturas de
usékares o su equivalente.
Conclusiones
La guerra y su botín más preciado no eran los cientos de
cabezas que se podían capturar, fueron unas pocas las que tenían valor
suficiente para dar prestigio y poder. Tenían que capturarse los individuos de
máxima categoría social, los sacerdotes y los jefes, o los representantes de
clanes importantes. Pero esto tuvo un costo muy alto pues en todo momento fue
un crimen y no pocas veces entre pueblos o clanes que se conocían muy bien. El
descargo de conciencia por causar la muerte se debía aplacar, y esto solo se
podía hacer manteniendo las cabezas del enemigo en lugares especiales y con
ceremonias y bailes de los cuales también disfrutaran los vencidos.
La forma de retener y lograr un balance de conciencia era la
de incorporar los restos enemigos dentro de un sistema muy complejo de orden
espiritual (mágico, religioso) y con más razón si el decapitado era un alto
personaje del pueblo contrario. Prestigio y crimen debían estar balanceados de
manera que el ganador pudiera exhibirse como un gran guerrero, un conquistador,
sin temer las represalias de la conciencia manifestada en la represalia que el
poder del trofeo podía desatar.
En las diversas regiones vistas en este escrito se ven
distintas maneras de tratar este asunto variando también la manera de tratar
tan prestigioso y peligroso trofeo. Puede ser este factor el que determinara en
la región II la amputación de ciertas esculturas al momento de ser sepultadas,
era digamos, matar de forma definitiva el peligro que tenía el decapitador,
causante de la muerte de alguien poderoso, capaz de tomar represalias contra
todos aquellos que tuvieron contacto con el guerrero ganador. Este temor a las
represalias espirituales fue el causante de que unos pueblos tomaran todas las
cabezas y otros solo las de las personas importantes. Para algunos es obvio que
la gente común no era un peligro ya muerta, pero no así la gente de estatus
religioso o de jefatura incluyendo a los miembros de los clanes a los cuales
pertenecían los sacerdotes y los jefes. El temor se concentraba en aquello que
podía tomar represalias. Pero en otros pueblos el poder que radicaba en la
cabeza, fuera de quien fuera, obligaba a cortarla y mantenerla de manera que no
se enfureciera. Esto no es más que la culpa del ejecutor trasladada a todo su
pueblo, lo cual motivaba al esfuerzo general de tratar las cabezas de manera
distinta, ya fuera momificándolas, reduciéndolas o cuidando las calaveras.
Figura 23:
región II.
En la figura 23 se puede apreciar bien el punto antes
expuesto. Lo primero que se ve con claridad es el atuendo del personaje que
lleva la cabeza: múltiples signos dirigidos a protegerse del poder de la
cabeza. Por otro lado, este individuo lleva una corona de plumas, signo de
rango. La forma de sostener la cabeza con cuidado señala respeto. Por último,
la misma cara del individuo toma la forma de una cabeza cortada. En este caso
es obvio que se trata de un acto ceremonial, de respeto, posiblemente durante
algún festejo a los caídos en batalla. La vasija en si debió usarse solo en
determinadas ocasiones y no de forma cotidiana.
Pero no en todos los casos existió respeto por los muertos,
ya que en ocasiones las representaciones muestran a personas sacrificadas,
sostenidas en postes y aseguradas por travesaños, las cuales se dejaban podrir
para que los buitres hicieran su trabajo. Esto no solo lo vemos en ciertas
vasijas trípodes, también fue narrado por Vásquez de Coronado en Couto, incluso
el conquistador castellano enfatiza que se trata de sacrificios, supuestamente
de cautivos. En las regiones II, III y IV no son tan extrañas las figuras de
prisioneros atados de pies y manos, mismos que siempre llevan emblemas de rango
y no de tipo religioso. En estos casos solo puede especularse que los prisioneros llevados al "sacrificio" eran de pueblos distantes, con los cuales existió poco o ningún contacto en tiempos de paz, o bien que existiera una necesidad de tipo religiosa que obligara a dar muerte a alguien de manera especial. ¿Son las representaciones de prisioneros comunes los amarrados a postes? Puede que determinados personajes capturados ya fuera por su rango, linaje u oficio debían morir de una manera pública. Estas son cosas que posiblemente nunca sabremos.
Por último, cabe resaltar la intención de cambiar una cabeza
por otra entre los borucas y los talamancas. Este acto no tiene una explicación
sencilla, pues va en contra del supuesto de que el jefe o el guerrero destacado
se deje la cabeza principal. Se puede intentar una explicación de este hecho,
la cual sería que entre iguales era posible que un grupo tuviera el trofeo que
al otro grupo le importaba y viceversa, pudiéndose dar un intercambio de
cabezas trofeo de manera que cada pueblo tuviera la que le importaba,
implicando el mismo efecto de prestigio para ambas partes.
Se puede concluir diciendo que el fenómeno de la cabeza
trofeo es algo complejo y difícil de entender en todas sus dimensiones, pues
tiene que ver con prestigio social del guerrero o jefe, pero en mucho tiene que
ser justificado por el sistema religioso. Esto como es lógico era distinto
según el pueblo de que se trate y la época en que se realizó el acto, de quién era el enemigo y de las causas que motivaron el conflicto.
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