Introducción
Todo pueblo en la historia de la
humanidad ha elaborado distintas representaciones de sí mismos, según fuera lo
que querían expresar: fertilidad, nacimiento, vida y muerte, son temas
recurrentes desde la era paleolítica hasta la fecha de hoy. Los magos, jefes y,
ciertas personalidades con cualidades especiales aparecen en Europa y África
pintadas en paredes de abrigos rocosos y cavernas desde hace cuarenta y cinco
mil años, según fuera la visión que de ellos tenían, lo cual ha permitido no
solo estudiar aspectos psicológicos de aquellas lejanas personas sino que nos
permiten “verlos” en acción. Y desde aquella lejana etapa del desarrollo humano
no se ha cesado en ningún lugar ni en ningún tiempo, de crear representaciones
“espejo” de personajes y situaciones culturalmente importantes.
Las distintas sociedades que
poblaron el hoy territorio de Costa Rica incorporaron la representación humana
de sí mismos y de los otros, a su arte funcional figurado. No hay manera de
saber qué se quería demostrar con tales imágenes que de seguro tuvieron un
significado especial, pero podemos aun ver a esos pueblos retratados por ellos
mismos a través de las formas particulares, ya fuesen de índole naturalista,
tipo retrato o estilizadas.
Forma y estética
¿Qué manera de representar al ser
humano encontramos en el arte antiguo de Costa Rica? La representación humana
por lo general bastaba con una figura sencilla, sin mucho detalle en los
elementos singulares, ya que en la antigüedad lo que se buscaba era determinar
particularidades mediante signos que delataran quién era la persona
representada. O sea, la mayor parte de las figuras humanas no se puntualizan en
sus facciones, sino en los emblemas que se le incorporan o en la postura. Así
encontramos figuras que abarcan casi todas las actividades normales de la vida,
desde el acto sexual hasta la muerte.
Para nuestro beneficio, muchas
figuras tienen toques de naturalismo en detalles que nos dicen cómo se veían. Atuendos varios, peinados y formas de vestir son comunes. También
encontramos insignias de poder religioso, militar y civil, poses que reflejan
fuerza y orgullo, así como la de individuos comunes en actividades cotidianas.
Poco encontramos de los rasgos
naturales y únicos de un individuo particular, como en el caso de las
representaciones humanas de la cultura mochica en Perú. La estética en la
antigüedad costarricense se enfocaba más en la armonía general, con los signos
particulares en poses recurrentes para retratar personas, pero también hay
algunos retratos muy exclusivos, realistas, con los cuales podemos ver los
rasgos físicos y la expresión única de una persona.
Conjugando la representación
naturalista simple y la figura tipo retrato, tenemos un vasto panorama que nos
muestra al hombre como era en la vida diaria y en los momentos solemnes, acorde
con su rango social.
Existe una estética particular
que trata de la muerte o, de los muertos. Figuras de sacrificados, cabezas
cortadas y rostros cadavéricos.
Curiosamente en este grupo es donde encontramos los mejores ejemplos de
retratos, y veremos porqué en su momento.
El caso de ciertas patologías
también están presentes, individuos deformes o enfermos fueron representados,
pero de forma naturalista, donde al igual que en la mayoría de las presentaciones
humanas, el sujeto se identificaba por signos o emblemas, y no por sus rasgos
particulares.
Ilustración 1: Regiones arqueológicas y culturales de Costa Rica, cómo se emplean en este artículo |
La figura femenina
La mujer ocupa un lugar de
privilegio en la representación antigua. En principio es normal que al analizar
diversas figuras pensemos en estas desde nuestra óptica cultural, perdiendo de
vista la realidad del rol de la mujer en la sociedad ancestral.
La mujer cumplió con funciones
comunes y así fue retratada, pero también lo fue en funciones de poder
religioso, chamánico. Hay representaciones antropomorfas de mujer-jaguar,
mujer-cocodrilo, entre otras, que señalan directamente a que tales funciones
mágicas de transformación física no estaban limitadas al hombre. Un grupo de
figuras femeninas de la región de Nicoya y Guanacaste occidental resulta
importante por ser de las más antiguas figuras femeninas encontradas hasta la
fecha. En ellas podemos ver varios aspectos llamativos, entre los que destaca
el modo de enfatizar una expresividad singular en cada objeto, aunque todos
sean hechos de modo naturalista, parece que representaban a mujeres de rango
superior.
En la figura 1-a vemos una mujer
de fuerte contextura, hombros prominentes que sugieren fuerza. Está ataviada
con un collar que, a juzgar por la época y que se enfatizara en el mismo, será
de cuentas de jadeíta u otro material marcador de rango social de la época, al
igual que las orejeras. Sobre el ombligo tiene lo que será un tatuaje y en la
cintura una banda, igual que en ambos antebrazos. Los rasgos faciales son
particulares: nariz perfilada, pómulos pronunciados, ojos pequeños bajo un
marcado arco supra orbitario. El cabello aparece con un corte común, el cual
consiste en un corte frontal que enmarque el rostro, exponga las orejas y cubra
la cabeza atrás. Pero el rasgo más llamativo y de interpretación más polémica
es lo que tiene sobre la boca. Para mí, se trata de una regurgitación ritual.
Por supuesto caben más interpretaciones como sería el caso de embarazo, o que
simplemente sea “algo” que cubre la boca. El embarazo se descarta pues lo
prominente es el tórax, no el abdomen.
La pose, la forma de la cara
inferior y el atuendo, me recuerdan ciertas imágenes de un chamán que, luego de
consumir ciertas sustancias alucinógenas que provocan el vómito, realiza el
viaje al mundo de los espíritus.
La pose típica del chaman también
la vemos en la figura 1-b, donde una mujer de rasgos más suaves, ataviada con
collar, pintura facial o tatuajes que cubren también los hombros y las manos,
parece estar en trance. Sobre las muñecas lleva algo que pueden ser pulseras
grandes. Este último elemento no aparece en el caso 1-a, pero sí en el 1-c.
El ejemplo de la figura 1-c es
muy interesante. No hay duda que se trata de una mujer embarazada, con las
manos sobre el vientre y una clara mueca de dolor en la boca. La cabeza
inclinada a un lado, ojos grandes almendrados y pómulos fuertes, conjugado todo
en un retrato único, de un momento especial. En esta representación no aparece
el collar ni ningún otro elemento agregado, pero si las pulseras, la pintura
facial casi idéntica a la de la figura 1-b, y lo que serían tatuajes en los
brazos y piernas. Las manos aparecen en todas estas representaciones pintadas
de negro, lo que podría ser tatuajes o algo que las cubra. En ninguna de las
tres figuras mostradas se aprecian rasgos esquemáticos que indiquen que lo que
se representa sea un símbolo. Hay individualidad en las poses, las facciones,
el cuerpo y el atuendo. Esto sugiere fuertemente que se está de alguna manera
retratando un caso singular, un chamán poderoso. Lo que hay que recalcar es que
en todos los casos siempre es una mujer.
En la figura 2 se aprecia una
corpulenta mujer sentada sobre un taburete de cuatro patas, que lleva una
cabeza de cocodrilo en cada extremo. La mujer carece de rasgos que la individualicen,
ya que la figura fue modelada de modo estilizada, enfatizando en la pose, el
taburete y lo que puede ser pintura corporal o tatuajes.
La forma en que aparece sentada
esta mujer la vemos en otros objetos que siempre se han identificado con los
chamanes, muy típicos de la región central y oriental de Costa Rica (fig. 2-b).
Esta descrito etnohistóricamente la pose y la parafernalia típica de los
chamanes, donde se indica el uso de una banca de cuatro patas con cabeza de
animal a un extremo y cola en el otro (Stone, 1993, pág. 102).
En la figura 3 se aprecian trajes
o atuendos de chamanes, en este caso mujeres. Las representaciones “a” y “b”
están sentadas en pequeños bancos, mientras que el caso “c” retrata un chamán
danzando, con la cabeza cubierta totalmente por un yelmo.
Existen otras representaciones femeninas que
pudieran corresponder tanto a chamanes como a jefes o caciques. En todo caso
hay que tener presente que no pocas veces los grandes sacerdotes eran jefes.
La mujer también aparece
representada en sus actividades normales, ya sea moliendo en una piedra o
manipulado una vasija (fig. 4; a, b).
Figura 4: Representaciones de mujeres en actividades cotidianas. A la izquierda una mujer sentada con una vasija entre las manos; a la derecha otra en la actividad de moler. Región occidental. |
En la figura 4, izquierda, se ve una mujer
con un vestido especial. Consiste en una especie de manta que también le cubre
la cabeza, dejando fuera solo el rostro. No es clara la imagen para saber si
tal traje cubría los brazos, pero sí que es muy largo, como se aprecia su final
arriba de las rodillas. Este traje o cubierta también aparece en algunas
esculturas en piedra de la zona de Palmar Sur, en la región suroccidental de
Costa Rica. Un testigo español, según Ferrero, narra cómo vestían las mujeres
Boruca “… las mujeres con una manta se tapan la cabeza, la sien, y llega hasta
los pies… (entre los) chánguinas, térrabas y dorases…las mujeres con mucha
honestidad traen sus mantas de algodón, de la que menos desde el cuello hasta
la rodilla” (Ferrero, 1975, pág. 208).
La figura de la derecha aparece desnuda, con
brazaletes o pulseras, un gorro plano y lo que pueden ser tatuajes arriba del
antebrazo.
En la figura 5 aparece representada una escena
donde la madre, recostada en una hamaca, se balancea usando de mecedor su pie,
mientras sostiene a su hijo recostado en ella. La madre lleva un gorro circular
cónico, y el niño unas pulseras sobre el pie. Una imagen parecida o del mismo
carácter se ve en la figura 6-c, donde una madre parece que peina el cabello
del hijo, ambos sentados en una banca. La madre y el hijo llevan una banda que
recoge el cabello largo para que no caiga sobre la cara.
Escenas maternales las miramos en
la figura 6. En “a” se aprecia una madre amamantado a su hijo, mismo que parece
llevar unas pulseras. La madre tiene pintura facial roja y, ya sean tatuajes o
pintura negra corporal. En el objeto b se mira una madre llevando a su hijo en
un bolso especial sobre la espalda. Ambos tienen pintura roja alrededor de los
ojos y el cabello cortado recto al frente y corto a los lados y atrás. La madre
lleva ya sean tatuajes o pintura facial y corporal, y cubriendo el pubis una
tanga, atada por una correa roja.
La deformación de la cabeza
mediante la técnica de presionar partes de la cabeza desde que la persona es un
niño fue una práctica común en el norte de Perú. En el área maya también se
tiene ampliamente documentada, donde la deformación craneana era un símbolo de
estatus. De acuerdo con determinadas figurillas modeladas parece que tal
práctica fue usada durante un tiempo indeterminado en Nicaragua y Costa Rica
occidental. Lo curioso es que ningún cronista europeo registrara tal práctica,
que en otros lugares les llamó mucho la atención.
No se ha encontrado, o al menos
no que yo sepa, ninguna representación de un hombre con la cabeza deformada, lo
cual sugiere que esta costumbre pudo tener un origen maya, y que solo ciertas
mujeres por su posición social podían tener tal atractivo.
En la figura 7 aparecen unas representaciones
de mujeres con deformación craneal y con un atuendo muy elaborado, que no deja
margen de error en cuanto a quienes así representadas eran personas
importantes, ya fuese por poder religioso o civil.
La práctica de deformar el cráneo
tenía que hacerse bien si no se quería crear un problema a la persona. Lo que
se amarraba era la parte arriba de las cejas, haciendo que la cabeza creciera
hacia arriba. Cuando se amarraba más abajo, casi sobre el tabique de la nariz
producía estrabismo, como se ve en la figura 7-b y c. Debido a que en el grupo
“norte” de estas representaciones siempre está presente el estrabismo, parece
que era inducido a propósito, lo cual recalca más el hecho de que estas
figurillas representaban personas de alto nivel, aunque nunca encontremos un
objeto realizado tipo retrato.
Otra forma en que se retrató a la
mujer de modo consistente, es en poses eróticas, donde aparece normalmente
ofreciendo sus mamas en una forma que se ha conocido como “esculturas de pechos
oferentes”. El significado simbólico del retrato se ha perdido y debió de ser
importante (fig. 8)
Figura 9: Representacion de una mujer dispuesta al acto
sexual. Región centro oriental.
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El sexo en las antiguas
sociedades conllevaba un acto mágico, pues de él surgía la vida. Es esperable
que tal acontecimiento se envistiera de sentido religioso, estableciendo tabúes
y reglas, mitos y leyendas que sirvieran ya fuera para fomentar el crecimiento
de la población o para contenerla. También el acto sexual con sentido religioso
se extendió a la naturaleza, explicando así la reproducción de todo lo
existente como obra de espíritus superiores o dioses. En tal sentido ha de
verse las expresiones materiales como las mostradas en las figuras 8 y 9.
La mujer también fue representada
como guerrera, cazadora de cabezas. El acto de cortar cabezas al enemigo
vencido tenía un alto valor social y simbólico pues era signo de valentía en la
guerra.
Pero no a cualquiera se le
representaba como guerrero, y menos con alguna cabeza trofeo, puesto que para
que esto sucediera se tenía que haber vencido a alguien importante que
mereciera retratar tal evento. En la figura 10 se muestran tres ejemplos de
esculturas de mujeres guerreras. Los ejemplos a y b llevan una cabeza trofeo
cada una (“b” en la espalda), mientras que “c” muestra una mujer con un hacha
de guerra en la mano derecha. El retrato en estas esculturas no era como lo
entendemos hoy, sino que una característica propia de la persona servía de
identificación, como son los gorros o peinados. El caso “a” lleva un gorro
segmentado y limitado en su circunferencia por una banda, mientras que en el
caso “b” solo se aprecia un gorro circular. El caso “c”, en el cual se enfatiza
en las piernas largas, lleva un gorro cónico con marcas distintivas. Como
elementos de vestido y adorno, el caso “a” lleva solo un collar, “b” una correa
sobre la cadera y, “c” nada, salvo una marca horizontal sobre el vientre que
pudiera interpretarse de muchas maneras. Fuera lo que fuera esta marca era
importante para identificar a la guerrera, pues es muy raro que marcas de este
tipo fuesen representadas.
La figura masculina
La representación del hombre
cambia con respecto a la de la mujer más en grado que en forma. El hombre
enfatiza en determinadas acciones de una manera más retratista en algunos
casos, recalcando de forma especial el rango social, la fuerza y el poder.
No hay en las representaciones
antiguas costarricenses figurillas familiares como las encontramos en Perú o en
México, porque lo que se caracterizaba era una acción individual, aunque dentro
de un modo más o menos monótono que da la falsa impresión de estar ante
interpretaciones y no representaciones de casos específicos.
La representación más realista se
da en lo que parece ser imágenes de jefes. En estas imágenes no encontramos
elementos significativos que sugieran que lo en ellas visto sean sacerdotes o
chamanes, pues carecen del simbolismo asociado principalmente en la pose, o
sea, nunca es ritual.
En estas manufacturas vemos
singularidad y detalles que señalan a una sola persona, tanto en pinturas o
tatuajes corporales como en indumentaria textil u otro tipo de accesorio. El la
figura 11-a vemos la imagen de un jefe. Como accesorios lleva un gorro circular
con emblemas y orejeras. En la figura 10-b se representa un jefe ricamente
ataviado. El rostro está cubierto por tatuajes, la boca y alrededor de los ojos
con pintura facial roja. Tiene orejeras y discos metálicos adheridos a un traje
con múltiples diseños. Un gran disco cuelga de un collar sobre el pecho, y más
abajo se ve dónde termina el traje en forma de picos. Si se observa la postura
se nota que mira de arriba hacia abajo, en una posición corporal de autoridad.
El retrato de jefes también aplicó para altos
sacerdotes chamánicos. En este caso son relativamente pocos lo que se conocen,
ya que los diversos chamanes se solían representar en estado de transición, o
sea, parte animal y parte humana.
En la figura 12-a se mira el
retrato de un chamán. La expresión en conjunto con los emblemas pintados en el
rostro es enigmática. No se ve en este tipo de retrato el orgullo y la firmeza
que sí muestran los retratos de jefes (fig. 12; b-c).
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La representación del chamán como “hombre”,
sin mezcla de elementos con animales, es frecuente en la región suroccidental y
centro oriental, donde tanto en cerámica como en piedra se estampó la imagen de
estos sacerdotes. En la región occidental la figura en estos términos del
chamán no es tan popular, limitándose bastante esta representación, cosa
opuesta a lo que antes vimos con las mujeres, las cuales desde épocas
anteriores a Cristo ya se hacían de modo más o menos frecuente.
Figura 13: Representaciones de chamanes típicos de la zona de Osa en la región suroccidental de Costa Rica. Los casos “a” y “B” sostienen espejos metálicos, donde “b” parece estarse mirando. En cada caso el espejo es diferente, al igual que el peinado o gorro, pero la postura y los pendientes de las orejas son iguales. “c” aparece en una postura distinta, con los brazos cruzados en X y apoyados sobre las rodillas. La forma de representar los brazos cruzados en X es común en la escultura de la vecina zona de Diquís. Obsérvese como los tres casos tienen una manta en la espalda que les cubre desde los hombros hasta debajo de la cintura. Región suroccidental, zona de Osa. |
Figura 14: Esculturas de chamanes, realizadas según estilos culturales diferentes. En el caso “a” vemos la figura de un chamán sosteniendo con la mano derecha una pequeña vasija, mientras con la izquierda sostiene al frente la trenza de cabello. Lleva por atuendo una ancha correa con diversos signos. En “b” se aprecia un chamán en pose rígida, delgado. De atuendo lleva algo colgando del cuello, una cinta en cada pierna y un gorro simple. “c” tiene una postura corporal distintiva. Piernas flexionadas soportando el peso del cuerpo, con las manos sobre las rodillas. El cuerpo muy erguido con la cabeza ligeramente hacia atrás. Sobre el pecho y los hombros parece llevar un tatuaje, mientras que la cabeza está cubierta con un gorro decorado sobre el que aparece un pequeño animal con la cola sobre la espalda, lo que representa un espíritu auxiliar u otro con él que se comunica. “a” región centro oriental, “b” región suroccidental, “c” región suroriental. |
Como se puede apreciar en las figuras 13 y 14
la forma de representar al chamán como “persona” era muy regular, dándose
lógicas variaciones según la época y la cultura. En el caso de las
representaciones naturalistas de Osa vemos algo muy interesante, y es el traje.
Cada figurilla tiene una especie de manta que le cubre todo el cuerpo, a
excepción de un orificio por donde sale el pene (fig.12) El traje se acompaña
de un complicado gorro que en cada caso es distintivo.
En las interpretaciones de
chamanes en metal (oro, cobre y guanina, una aleación en oro y cobre) es donde
se ve al chamán en más “movimiento”, no en poses tan rígidas cómo las mostradas
antes (fig. 15).
Figura 15: Representaciones de chamanes en diversas actividades relacionadas con la música, el canto y la danza. En estas imágenes se aprecian todos los instrumentos esenciales del chaman, excepto las piedras. “a”, danzante y cantor; “b” tocando el caracol; “c” tocando la flauta ceremonial y el tambor. Región suroccidental. |
En la figura 15-a se ve un chamán en el acto
de danzar y cantar, en una pose que debió ser muy importante en las diversas
ceremonias que se practicaban pues es algo común en objetos metálicos. El canto
era realizado en un idioma secreto que solo los chamanes comprendían, pues era
para llamar a diversos espíritus. La boca del danzante está abierta de manera
natural, lo que solo se mira en estas representaciones danzantes. Había
instrumentos musicales de uso exclusivo para los sacerdotes, tal el caso del “duk”,
un caracol grande que se aprecia en la figura 15-b, sonado por dos chamanes al
unísono y que llevan sonajeros atados sobre el empeine. Otro instrumento de
particular importancia ritual era una flauta larga que solo los chamanes podían
hacer y que se tocaba en casos especiales, como se mira en la figura 15-c
(Stone, 1993, págs. 97, 102). El tambor aunque de mucha importancia en el
ritual chamánico, no era un instrumento exclusivo de estos personajes aunque sí
muy usado durante las sesiones mágicas donde el ritmo monótono inducia al
trance, ya fuera de ellos mismos o de los demás, según fuera la ceremonia
oficiada.
No hay imágenes masculinas en
actividades domésticas, comunes, como ocurre con las mujeres. Existe un grupo
de cabezas retrato que podrían caber entre este tipo de representación Es
realmente difícil asegurar que tales cabezas no sean de jefes o parientes
clánicos de los mismos, pero difieren bastante de la típica imagen de un jefe o
un chamán. Apoyándome en lo dicho por Colon en el diario de su cuarto viaje,
diría que es posible que estas cabezas sean las que el navegante observó cómo
retratos de unas momias en Cariai (actual costa de Limón, posiblemente al norte
del puerto de Moín) en el año de 1502: …”i en algunas la figura del que estaba
sepultado, i con él Joias de las mas preciosas tenían” ( Academia de Geografia
e Historia de Costa Rica, 1952, pág. 264). Siendo estas figuras las cabezas que
aquí refiero, aun así no serían de la gente común, sino de ciertos
personajes que Martir de Anglería denomina “próceres y sus padres” (ídem, pág.
134), que eran a quienes se momificaban.
Figura 16: Cabezas retrato propias de la región oriental central. Nótese la expresión en los rostros donde no hay intención de marcar rasgos fuertes ni indicativos de alguna actividad que denote rango. |
Las cabezas retrato muestran
rostros simples en los cuales no se puede señalar ningún elemento que vaya más
allá del retrato de un rostro común. Como elementos distintivos lo más
destacable son los gorros, todos con diseños distintos pero de la misma forma.
En la fig. 16-c se marcó sobre la frente algunas líneas que pudieran ser
tatuajes muy simples. En los casos “a” y “b” de la misma figura se señalan con
hoyos sobre el lóbulo de las orejas para colocar aretes, pero no se
representaron.
La representación del guerrero
presenta gran variación entre las distintas regiones de Costa Rica, pero no
dentro de las mismas. O sea, tenían un modelo para representar a los guerreros
según una visión cultural. Puede que esta característica refleje el
nacionalismo de cada pueblo, estableciendo para algo tan importante como serían
sus mejores guerreros una forma propia de mostrarlos, y que fuera excluyente
con respecto a otros pueblos.
La región oriental y norte son
las que más representaciones de este tipo tienen, lo cual indica su carácter
belicoso, mientras que la región con menos representaciones de guerreros es la
occidental, lo cual es extraño y amerita en el futuro un estudio particular.
El guerrero se representa ya sea
con un hacha y cabezas humanas cortadas, o solo con uno de estos elementos, ya
sea el hacha o las cabezas. Se singulariza al individuo representado por algún
rasgo notable, generalmente un peinado o un gorro único.
En la figura 17 se ve claramente
las distintas formas de llevar la cabeza del enemigo. En “a-1” la cabeza está
sujeta por una correa que pasa por los oídos quedando en posición frontal,
natural, mientras que la otra cabeza (a-2) está atada por abajo, quedando al
revés y sujeta por la misma cuerda que lleva la cabeza frontal. En el caso de
la escultura “b” la cabeza está atada de igual manera que en el caso “a-2”,
llevándose al revés. Las dos formas de llevar las cabezas del enemigo mostradas
en la figura 17 son exclusivas de la región suroccidental y oriental.
La representación del guerrero en
las regiones norte, central y oriental enfatiza en un personaje que no solo
lleva una cabeza cortada, sino que mantiene visible un hacha de guerra (fig.
18). La cabeza cortada nunca es llevada del lado izquierdo, y el hacha siempre
se representa en la mano izquierda. Cada escultura para individualizar al
guerrero enfatiza en detallar el gorro, el cual según ya hemos visto debió ser
singular de cada personaje, ya fuera por su forma o por su arreglo (comparece
los gorros de las esculturas de la figura 18).
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Las representaciones de guerreros de las regiones
norte, central y oriental se dividen en dos grandes grupos, donde el más
corriente es en el que aparece el guerrero desnudo sin elementos agregados como
tatuajes, correas, pendientes o aretes. El segundo grupo se constituye por
imágenes de guerreros ataviados con distinciones especiales. En la figura 18-b
se aprecia un individuo con lo que parecen ser tatuajes en forma de banda
vertical desde el ante brazo hasta la rodilla. Sobre cada rodilla y como
término de la banda vertical hay dos pequeñas cabezas que parecen calaveras, lo
mismo que sobre el codo. Lleva este personaje una correa en la
cintura de la cual cuelgan unos “dientes” que adquieren la forma de lo que
parecen cabezas.
El guerrero “a” de la misma
figura tiene la pose típica y normal de estas representaciones, mientras que el
“c” aparece llevando la cabeza sujetada de lo que parece la trenza del pelo,
tirada sobre la espalda.
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El prisionero aparece figurado en formas
variadas, aunque la más común sea con las manos amarradas sobre la cabeza. Esta
forma de representar al detenido muestra, al igual que en el caso de los
guerreros, dos maneras de reproducirlo, ya sea con elementos agregados que
indiquen de quien se trata la imagen (cinturones, emblemas, gorros
particulares) o sin nada, totalmente desnudo. Un ejemplo de escultura de
prisionero con elementos agregados para la identificación del personaje se
aprecia en la figura 19-c, donde una amplia correa cubre casi todo el abdomen,
mientras que la cabeza tiene puesto el gorro. Tanto la correa como el gorro
tienen signos que identificaban al personaje.
Hay algunas representaciones de
prisioneros en poses que bien pueden ser de tortura, como la que se observa en
la figura 19-d, donde los soportes de una vasija tienen forma de personas
amarradas y colocadas cabeza abajo. En cada caso el prisionero tiene amarras
distintas y está despojado de todo signo de identificación particular, por lo
que se supone serán prisioneros comunes. La imagen de prisionero al lado
derecho carece de ambos brazos. Esto se puede deber a que los mismos se
quebraran con el paso del tiempo, o que se representara al individuo con los
mismos amputados. En la imagen izquierda los brazos están bien colocados y
amarrados, cruzados sobre el abdomen, mientras que en la figura derecha es
claro que nunca las amarras pasaron sobre los brazos.
Una representación muy
interesante es la mostrada en la figura 19-a, donde un individuo amarrado tiene
la parte frontal abierta. Obviamente es porque tuvo una incrustación de alguna
piedra, al igual que en los ojos, pero con o sin incrustación la imagen de un
individuo sacrificado es evidente. Nótese el gorro con puntas, que individualizaba
al sujeto.
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La mujer también fue representada cómo
prisionera, aunque no de una manera habitual o con mucho detalle. En la figura
20 se aprecian dos pequeñas esculturas cuya imagen es la de mujeres
prisioneras. En la figura 20-a la imagen enfatiza en un rostro triste o
preocupado. Las manos sobre la cabeza agarrándose el pelo recuerdan las cabezas
cortadas vistas antes llevadas por el guerrero cogidas por una larga trenza de
cabello. En la imagen de la figura 20-b se mira una mujer con las manos atadas
a la espalda. Tiene un gorro cónico truncado que debió individualizarla.
Obsérvese el cabello largo atrás, pero cortado en toda la parte frontal, lo
cual es muy típico de la manera de llevarlo en la región oriental.
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La representación del coito.
El acto sexual fue representado
de varias maneras, pero no de una forma individualista, aunque si realista.
Tampoco puede decirse que tales representaciones sean comunes.
El sexo en todas sus formas fue
una actividad sin sanción moral, natural. No había grandes restricciones salvo
aquellas referentes al matrimonio y al incesto, aunque en lo tocante al
matrimonio había múltiples variaciones según fuese la legislación de cada
nación.
En la región occidental, de donde
son la mayoría de las representaciones del acto sexual, la prostitución era una
actividad aceptada donde la mujer entre sus clientes escogía al esposo y, ya
casada era una mujer igual a aquellas que no ejercieron tal oficio (Ferrero,
1975, pág. 124). También se tenía la costumbre de entregarle al cacique de
turno las mujeres jóvenes y esto era a pedido de los mismos padres (ídem, pág.
15).
Todos los datos existentes sobre
las costumbres sexuales de la antigüedad hay que tenerlos con cierta prudencia,
pues se debe tener en cuenta que corresponden a lo que un observador extranjero
vio y comprendió en una época determinada. Curiosamente las representaciones de
actos sexuales no corresponden al tiempo en que llegaron los europeos a tales
regiones, sino que son anteriores en varios siglos.
Figura 21: Representaciones del acto sexual y detalles de vestimenta y accesorios. “a” y “b” son de la región occidental y “c” es de la región norte. |
En la figura 21-a una pareja realiza el coito
en la misma posición que “c”, donde el hombre pasa las piernas debajo de las de
la mujer, y ambos se sujetan mutuamente a la altura de los hombros. En el caso
“a” de esta figura se aprecia claramente como ambos personajes tiene sobre sus
espaldas una capa o manto. La mujer aparece con un gorro circular mientras el
hombre usa una especie de gorro levantado (borde de la vasija). Solo en el
hombre se puede ver algo de cabello escapando bajo el gorro y cayendo sobre la
frente.
La figura 21-b resulta muy
interesante por la representación de las cabezas, ya que la de la mujer es
aplanada al frente y atrás, o sea, con deformación craneal de origen cultural,
mientras que la cabeza del hombre es normal. Tanto la mujer como el hombre
llevan grandes orejeras, y solo la mujer unas pulseras sobre el empeine,
mientras el hombre las lleva en la muñeca. Como distinción singular la mujer
tiene lo que pudiera ser un tatuaje o pintura corporal sobre el abdomen.
En la misma figura 21-b se aprecia
claramente el tipo de gorro que llevaba la mujer y el hombre. El de la mujer es
idéntico al de otras representaciones femeninas (ver figura 7) que es de forma
oblonga, mientras el del hombre es cónico invertido terminado en cuatro picos,
uno en cada esquina.
El caso mostrado en la figura
21-c es de carácter simple. Aun así se ve un complejo peinado en el hombre que
se adecua al tipo de gorro usado. Este gorro circular parece que cubre con una
tira toda la parte central de la cabeza, pero tiene unas aperturas en los lados
sobre los hombros por donde sale el cabello, que se aprecia largo. La mujer
parece tener una cara feliz, con el cabello tirado hacia atrás.
Los rostros de la muerte
Toda cultura humana enfrenta a la
muerte desde una óptica que, necesariamente, debe ser mágica y religiosa. La
muerte produce miedo pues es inevitable y misteriosa, ni aun la promesa de una
“vida mejor” después de la muerte elimina el temor de enfrentarla.
En el caso material de las
antiguas sociedades de Costa Rica la muerte tuvo dos grandes vertientes
representativas, ambas como es lógico esperar, mágico-religiosas. La primera
forma es la del honor al fallecido, ya fuese por su relación clánica, su poder
personal o, alguna otra característica que hubiese tenido en vida. Es aquí
donde se da una interesante representación del sujeto, pues se le retrata no
como se miraba en vida, sino muerto. Esto difiere radicalmente de la
representación vista en la figura 16, donde el retrato giraba en torno al
recuerdo de cómo se miraba al muerto en sus mejores momentos en vida.
Por supuesto que ambos tipos de
retratos pertenecen a la misma vertiente representativa, pero el segundo no es
un “rostro de la muerte”, sino lo contrario.
La cabeza retrato busca, para aclarar el punto, hacer una figura de la
manera que se veía la persona en vida, aunque fuese hecha para fines de
enterramiento. Los rostros de la muerte por el contrario buscan que quién los
mira, sepa que mira un muerto. Es en esta vertiente que encontramos dos formas
interesantes de retrato: la máscara personal y, el retrato del enemigo vencido
y decapitado.
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La máscara fue un elemento
importante en los ritos funerarios de personas de alto rango social, y fueron
hechas en metal (oro, guanín y cobre), piedra y madera. En la figura 22 a-b se
aprecian dos máscaras de metal (“a” de guanín y “b” de oro) donde se pueden
observar los rasgos de la persona ya fallecida. No hay en estos objetos ningún
resto de vida; ojos semi-cerrados, pómulos salientes y boca ligeramente
abierta, con la forma de las mandíbulas superior e inferior frontales bien
indicadas, tal y como se mira el rostro de un cadáver. Solo el caso “a”
conserva una corona muy elaborada, lo cual sirvió para identificar el cadáver
por su rango. Este tipo de máscara se solía usar sobre el rostro de momias
enfardadas, y por ese motivo no tienen hoyos para sujetarlas.
En la figura 23 a-c se aprecian
máscaras de calaveras realizadas en arcilla (a, b) y piedra (c). Los pequeños
hoyos que se les observa indican el método de empleo, ya que eran para coserlas
al fardo funerario, sobre el rostro del difunto. Las aperturas que se miran muy
bien en la figura 23 b-c, eran para pasar por ahí una tira o banda que sujetara
la máscara al rostro del muerto. Por los hoyos para fijarlas se deduce que
estas máscaras eran fijadas contra el rostro del difunto cuando ya estaba
envuelto en su fardo fúnebre. Solo la máscara “c” carece de estos hoyos, pero
muy posiblemente fuese suficiente con la banda sujetadora que iba a través de
las aperturas laterales.
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En estas representaciones no se
buscaba que el muerto fuese identificado por el rostro, sino que elementos de
orden mágico-religioso eran los que incidían en la forma y material empleado
para la máscara.
Por supuesto que se ignora el
alcance real de esta clase de artefactos dentro de la cultura antigua, y no
podemos saber el porqué de hacer máscaras en forma de calavera. Pero
considerando la importancia espiritual que se les daba a los huesos en
Talamanca hasta no hace muchos años atrás, bien puede darse el caso de que
representado el material óseo se trasfiriera “vida” a los restos. Esta idea que
parece hoy estrafalaria no lo es tanto cuando recordamos a ciertas reliquias
sagradas de la fe católica, donde se conservan partes de cuerpos para su veneración.
Otro ejemplo de la importancia de la materia ósea lo tenemos en México, donde
en ciertas regiones los huesos eran símbolo de vida y salud (de aquí salen las
famosas fiestas del día de los muertos en México, donde se consumen golosinas
en forma de esqueletos y calaveras).
El otro modo de representar al
muerto es si se quiere, despectivo. No se le agregan elementos innecesarios al
objeto, pues basta con uno que otro detalle si se le quiere identificar. Se
trató de representaciones de cautivos o de personajes decapitados en la guerra.
Era costumbre en todas las culturas costarricenses el decapitar enemigos, y no
pocas veces vemos artefactos semejando a un individuo en particular. Esto
sucedía cuando el guerrero derrotaba a un enemigo de rango mayor o igual, pues
no tenía sentido representar una cabeza de alguien sin importancia.
En el año de 1710 durante un
levantamiento indígena en Talamanca, los seguidores del cacique de Suinsa,
Pablo Presberi y Melchor Deparí, cacique de Urinama, cortan la cabeza de unos
curas (Pablo de Rebudilla y Juan Antonio de Zamora) y, recibieron la oferta de
cambiar la cabeza de otro cura de nombre José Rozas que tenían los de Boruca
por la de Pablo de Rebudilla (Fernández,
1976, págs. 259-260). Es importante señalar que también se habían matado
soldados, los cuales se determinaron por los indígenas como de baja o ninguna
importancia. Las cabezas capturadas eran aquellas de los que se tenían como
importantes enemigos, y su valor era tan alto que eran objetos de intercambio.
Quién tuviera la cabeza de un enemigo importante, obtenía poder y prestigio. Lo
mismo había ocurrido unos siglos antes durante la conquista emprendida por
Diego Gutiérrez, gobernador de Cartago (Costa Rica) en el año 1540, donde
perdió la cabeza el gobernador y casi todos los que le acompañaban, pero solo
se llevaron la cabeza de Diego Gutiérrez y de los negros esclavos (Fernández L.
, 1975, pág. 56). Resulta evidente por qué cortaron la cabeza de los negros,
eran personas que nunca habían visto antes.
Figura 24: Representación de cabezas cortadas. Esta clase de objetos, típicos de la región occidental, se caracterizan por mostrar la cabeza ya seca, o sea, momificada. |
La representación de la cabeza retrato del
muerto se dio de modo especial en las regiones occidental y oriental, aunque de
modo distinto entre sí.
En la región occidental la cabeza
se figuró “seca”. Se puede ver en tales objetos las características propias de
las cabezas de momias, tales como la piel hundida, muy estirada, ausencia de
ojos y dentadura expuesta debido al
estiramiento de la piel. Es obvio y se aprecia bien en las dichas
representaciones que la cabeza se mantenía con la calavera, o dicho de otra
manera, no se reducía (fig. 24).
Una característica interesante de
la cabeza de la región occidental es que pareciera que se le realizó un corte a
la altura de la frente. No hay ninguna representación de estas que tenga la
cabeza completa, siempre la parte superior
es plana o, en el caso de vasijas, es el borde que viene a dar la misma imagen
de una cabeza sin la parte superior. En la figura 24 lo anterior se mira
claramente, mientras que un caso interesantísimo lo encontramos en la figura
25-a, donde una cabeza de estas tiene claramente un corte circunferencial
arriba de los ojos, dejando expuesto lo que sería el hueso craneal. Esta
práctica podía darse con el fin de sacar el cerebro y evitar que la cabeza se
pudriera.
En la región oriental la cabeza
se representa completa, con todas sus partes y elementos agregados que
identificaban al muerto, tal y como se mira en la figura 25-b. La cabeza
mostrada en esta figura tiene unas características importantes muy bien
definidas: la ausencia de cuello hace que la cabeza se incline hacia atrás y se
mire más gruesa, o sea, no natural. La nariz aparece muy grande, debido a que
el cartílago la mantiene en su forma y dimensión normal, mientras el resto de
la carne de la cabeza tiende a caer sobre sí misma. El pelo, tipo de corte,
gorro, pintura o tatuaje facial se representa cuando lo había. En el caso 25-b
las orejas tienen el hoyo donde estaban los aretes, cosa que también se aprecia
en el caso 25-a.
Figura 25: Tipos de representación de cabezas de muertos. “a” propia de la región occidental; “b” típica de la región oriental. |
Consideraciones finales
En este breve repaso a la figura
humana en la antigüedad podemos ver los usos y costumbres según cada época y
región. La manera de llevar accesorios como aretes, collares, pulseras. El tipo
de vestimenta, gorros, peinados; instrumentos musicales y hasta pasos de baile,
todo fue registrado por los participantes de cada esfera cultural tal cual
ellos mismos se miraban.
Los retratos de actividades y
eventos abarcan muchísimo más de lo que aquí se trató. La complejidad y riqueza
del conjunto es casi un libro de fotografía, lo único que hay que hacer es juntar
y acomodar las fotografías y tendremos una visión más amplia de las personas de
aquellas épocas perdidas.
Todas las figuras humanas
representaron una cosa ideológica comprensible y estimable solo en la cultura y
tiempo en que se hicieron, pero nosotros ahora las podemos apreciar y analizar
desde nuestra óptica. ¿Para qué hicieron retratos de quienes estaban
sepultados? No importa, porque es imposible retomar el pensamiento de ese
momento, el significado mágico-religioso. Importa el contexto en que tales figuras
están inmersas y lo que nos revelan hoy, pero hay que saber leer y comprender
tal material gráfico, para no caer en el coleccionismo museístico las más de
las veces estéril y seco.
La arqueología ha cometido el
máximo error posible en los tiempos actuales: recolectar todo lo posible sin
darlo a conocer plenamente, sin interpretación histórica que, aunque pudiera
ser errada, puede también ser luego corregida y aumentada. Si a esto sumamos la
destrucción (intencional o no) de los yacimientos antiguos y, el saqueo
mercantil de los mismos, la pérdida de todos esos capítulos de la historia
será un
desastre global e irreversible. Recordemos que la historia antigua no es
parte de una nación actual, sino más bien es la historia de todos nosotros, de
la humanidad completa que no existiría sin cada fragmento regional.
Bibliografía consultada
Bibliografía consultada
Academia de Geografia e Historia de Costa Rica.
(1952). Colección de documentos para la historia de Costa Rica relativos al
IV y último viaje de Cristóbal Colón. San José: Editorial Atenea.
Fernández, L. (1975). Historia de Costa Rica.
San José: Costa Rica.
Fernández, L. (1976). Indios, Reducciones y el
Cacao. San José: Editorial Costa Rica.
Ferrero, L. (1975). Costa Rica Precolombina.
San José: Editorial Costa Rica.
Stone, D. (1993). Las Tribus Talamanqueñas.
Heredia: Departamento de Publicaciones Universidad Nacional.