miércoles, 16 de mayo de 2018

La cabeza humana como trofeo de guerra, prestigio y magia. El caso de Costa Rica.



Introducción

Tratamos en este escrito un aspecto fundamental de los diversos grupos humanos que en la antigüedad poblaron Costa Rica, el cual fue la corta de cabezas de los vencidos en la guerra. En la diversa información sobre el tema encontramos datos que señalan concretamente el acto de cortar la cabeza del enemigo y llevársela a sus poblados. Esto pudo ser por simple prestigio del ganador, una muestra física de la destreza individual o grupal del guerrero. Pero también hay datos que indican un fondo religioso a la posesión de la cabeza sin que sea una transferencia de poderes mágicos del vencido al vencedor, pudiendo ser en un fenómeno también ligado, de cierta manera, a un sacrificio formal, al menos en determinadas circunstancias y ejercido sobre determinados individuos.

La evidencia arqueológica muestra la importancia de este acto, tanto desde la perspectiva netamente guerrera como religiosa. Encontramos representaciones de todo tipo de tratamiento de las cabezas, desde la reducción hasta la conservación de esta ya fuera momificada o simplemente las calaveras, como señalan algunas crónicas del periodo de conquista europea, pero también abundan artefactos relacionados con el culto directo a la cabeza cortada, mostrándose la faceta religiosa que tuvo el acto de cortar y conservar cabezas humanas.

Antes de entrar propiamente en materia veamos algunos aspectos básicos de los procesos de guerra y de los aspectos religiosos en la antigüedad humana, con el fin de comprender mejor el origen y desarrollo de ambos eventos culturales en términos generales.



1.La guerra

La guerra es un proceso en que, por uno u otro motivo, un pueblo o una sección de este pelea a muerte con otro grupo social. Esto es tan antiguo como lo es la misma humanidad y es universal. Dentro del proceso bélico, como parte de este o como consecuencia posterior, el hombre tiene la costumbre de tomar bienes materiales del vencido con la finalidad de mostrar a manera de herencia o de recordatorio su triunfo, sea este personal o colectivo.

Vencer al enemigo en una guerra crea prestigio y riqueza y entre más fuerte sea o haya sido el conflicto, mayor será la recompensa social, psicológica y material que se obtenga.
Las guerras son el medio de apropiación de territorios, de imposición ideológica y de establecer el derecho de uno sobre él o los otros, o sea, tiene fundamento en aspectos de organización social, económica, religiosa o étnica.

Durante el paleolítico superior del viejo mundo se han encontrado individuos de los cuales no hay duda de que fueron asesinados, estando entre este grupo huesos que fueron descarnados, lo que indica una acción de canibalismo. Se ha discutido si esto fue por causas aisladas o enfrentamientos continuos entre bandas cazadoras-recolectoras. Fue hasta hace poco que se halló evidencia crucial de un proceso de guerra durante el paleolítico superior, en un sitio que en su tiempo era estratégico en actividades económicas, tales como la caza, pesca, recolección de conchas, caracoles y frutos silvestres. Un extracto de este vital descubrimiento lo cito a continuación: El proceso bélico más antiguo documentado a la fecha es el del yacimiento de Nataruk, Turkana Oeste, en Kenia, siendo el primer conflicto violento (documentado) entre grupos de cazadores recolectores. El yacimiento se encuentra en una ubicación, que actualmente es una zona caracterizada por la aridez, pero fue, tiempo atrás, en época de estos «soldados» prehistóricos, la orilla del lago Turkana.
En éste se han encontrado 12 esqueletos en conexión anatómica con claras muestras de haber muerto violentamente, y en total se han contabilizado un mínimo de 27 personas, aunque algunos de estos restos de forma fragmentaria. Además, también se han recuperado restos fósiles de fauna —principalmente marinos al tratarse de un lago en el momento del conflicto— y restos de talla lítica, ambos de vital importancia para obtener una cronología del suceso. Después de haber utilizado varios métodos de datación —absolutos y relativos— se ha concluido que los individuos encontrados de Nataruk tienen una antigüedad entre 9.500 y 10.500 años…  De los 27 individuos registrados, 21 eran adultos —8 hombres, 8 mujeres y 5 de los que se desconoce el sexo— y los 6 restantes, restos de niños en estado fragmentario. También se ha registrado un feto en el interior de la cavidad abdominal de uno de los miembros femeninos del grupo, estimándose que podría tener entre 6 y 9 meses, lo que, sumado a los 27, haría un total de 28 individuos. De los 12 esqueletos encontrados in situ, al menos diez revelan evidencias de importantes lesiones traumáticas que, si no fueron letales en el momento del impacto, lo fueron a corto plazo. Hay 5 casos con un importante traumatismo en la cabeza, otros dos presentan fracturas ante mortem en las rodillas, otras fracturas en la mano derecha y un caso de fractura en las costillas. Tan sólo dos de los cuerpos no presentan evidencias de traumatismos perimortem, es decir, durante la muerte o alrededor de la hora de la muerte. Por otro lado, según la posición de las manos de estos dos individuos, es posible que fueran inmovilizados en el momento que se produjo su expiración. Por último, destacar que otros tres individuos presentan evidencias de traumatismos provocados por elementos arrojadizos que se han encontrado junto a ellos, tales como pequeños artefactos elaborados con sílex y obsidiana.” (M. Mirazón, Rivera, Power et. al, 2016).

Es muy probable, en el caso expuesto, que se buscaba la exterminación de la banda que ocupaba dicho lugar, pues niños y mujeres fueron igualmente eliminados junto con los hombres. Puntas bifaciales fueron encontradas en asociación directa con los huesos, otros con serias lesiones por armas contundentes y al menos dos hombres que no murieron en la lucha, fueron presumiblemente ejecutados, posiblemente por ahogamiento o estrangulación (ídem). Con esta información, queda comprobado que el ser humano ha recurrido a los procesos violentos grupales desde al menos el periodo paleolítico superior.

En esta nota se verá un aspecto de la actividad guerrera documentada por la historia, etnohistoria y la arqueología en Costa Rica, enfatizando en los botines de guerra, primordialmente las llamadas cabezas trofeo, práctica que involucró diversas maneras de conservar las cabezas cercenadas del enemigo.

Según los datos históricos, etnológicos y arqueológicos, se perciben diferencias, algunas pequeñas, otras importantes, dependiendo de la región y el periodo temporal de la evidencia. Para facilitar la comprensión de las regiones a que haré referencia, se ilustran en la figura 1 los espacios geográficos donde hay datos de una cierta manera cultural de tratar los restos humanos en forma de trofeo de guerra y/o culto.




Figura 1: Regiones de Costa Rica según serán tratadas en este escrito.




2-El aspecto religioso


Aun no se sabe en qué época de la historia humana partes del cuerpo humano adquieren un valor mágico, religioso, es de suponer que este aspecto derivado de la guerra es sumamente antiguo. Por supuesto, el problema principal es la prueba de que esta o estas partes fueran vistas como un receptáculo de poder mágico después de la muerte. Un claro ejemplo de este punto lo tenemos en Goyet (Bélgica), donde se encontraron restos de huesos humanos que claramente fueron descarnados para consumir su carne, muchos de los cuales fueron quebrados para extraer el tuétano (H. Rougier, Crevecoeur, Beauval et. al. 1916). Este acto de canibalismo datado entre 40 y 45.500 años de antigüedad pudo ser parte de la estrategia de sobrevivencia de estos cazadores, pero también hipotéticamente se podría pensar que las víctimas fueron consumidas como parte de un ritual mágico, de igual manera que se ha documentado para muchos pueblos antiguos del mundo. Claro está que, sin más información física o escrita, la sola evidencia de cortes de descarnamiento en los huesos no señala más que un acto de consumo caníbal sin relación a algún rito religioso.

Para poder saber con algún grado de certeza si una o más partes del cuerpo humano sirvieron como elementos mágicos, debemos encontrar objetos relacionados con tal fin o que reflejen estos sistemas de creencias religiosas, como ocurre con las manos humanas pintadas en cavernas y abrigos rocosos en todos los continentes, siendo las más antiguas fechadas alrededor de hace 40,000 años (fig.2).


Figura 2: Manos pintadas de Carnarvaon Gorge, Queensland, Australia.


Las fuerzas que llevaron al hombre al pensamiento simbólico están directamente relacionadas con el pensamiento mágico, de modo que las ideas religiosas se expresan simbólicamente usando diversos medios materiales, algunos de los cuales han perdurado hasta nuestro tiempo (fig.2). Es basado en estos residuos culturales que podemos aseverar que una u otra actividad social en pueblos ágrafos estuvo o no relacionada con prácticas espirituales. 

Para el caso de Costa Rica la información tanto material como escrita señala un valor mágico a la cabeza cortada, aunque sin dejar de ser un signo de poder y estatus. Esto parece que se dio según fuera la importancia del vencido. Los símbolos asociados a casi todas las representaciones de cabezas decapitadas no solo son mágicos, también funcionaron en alguna medida como indicador del rango social que en vida tuvo la persona. 



La corta de cabezas en la información histórica: 1545-1820







Jerónimo Benzoni, un soldado italiano al servicio de la corona española tuvo la fortuna para la historia de haber servido de cronista y no haber muerto durante la entrada que realizó el primer gobernador de Costa Rica desde Suerre al interior. Narra Benzoni la gran derrota sufrida por los europeos, y de cómo una vez aniquilados los españoles y sus esclavos negros, los indígenas “…habían cortado y llevándose la cabeza, pies y manos del Gobernador, así como de dos negros, y a todos los demás habían despojado (de sus cosas) y arrojado a un riachuelo…” (León Fernández, 1889, pág. 90). De esta importante crónica vemos el primer aspecto importante de la costumbre, al menos en la región de Tayutic (fig.1; R-II), de solo decapitar al principal, en este caso el gobernador, y a dos negros, lo cual es lógico pues nunca los habían visto antes. Pero de los personajes decapitados, también se les cortaron las manos y los pies, lo que indica que además del prestigio de guerra que conllevaba cortar la cabeza del enemigo, aspectos mágicos también eran importantes, pues las manos y pies solo pueden tener significación en el contexto religioso.

A todos los demás soldados y esclavos que iban con la tropa conquistadora les tomaron las cosas que llevaban, desde las armaduras hasta las armas y calzados, dejando los cadáveres sin mutilar en una hondonada, lo que quiere decir que los indígenas comunes se podían llevar los objetos, pero solo los principales podían llevarse las partes del cuerpo de los vencidos, escogiendo para este efecto solo a aquellos individuos significativos, ya fuera por ser el jefe (en este caso Diego Gutiérrez) o de los negros, por ser distintos a los demás. Este aspecto del ritual de los decapitadores lo vemos comúnmente en las estatuas de guerreros con cabezas en la mano y en las cabezas individuales hechas en piedra o cerámica, donde a manera de identificación física o espiritual de quién fue el enemigo muerto y su rango, en la parte superior de la cabeza aparecen signos específicos que no se repiten en ninguna otra escultura de estas (fig.3 y 7). 


Figura 3: Distintos “peinados” o símbolos de cabezas esculpidas en piedra.  Mason, 1945.


Era muy importante individualizar la cabeza y esto se trataba de hacer en la escultura de piedra marcando los rasgos faciales más sobresalientes del individuo, pero siempre se reforzaba la imagen con emblemas especiales, muchos de los cuales parecen gorros, entre mayor su complejidad es de suponer que mayor fuera el rango del decapitador o de su víctima (fig.4).


Figura 4: Cabezas con gorros y tocados complejos. Mason, 1945.

También se encuentran cabezas que enfatizan más en su condición momificada, unas con símbolos de rango y otras simples, lo que apunta a un complejo sistema de conservación de la cabeza real durante mucho tiempo, hasta que la humedad ambiental las deteriorara irreversiblemente (fig.5).

El aspecto de conservar la cabeza del vencido y marcar el rango que en vida tuvo está más acorde con un acto de trofeo de guerra mientras la figura retrato en piedra o cerámica procuraba extender en el tiempo el prestigio del guerrero. Sin embargo, es posible que a la escultura se le diera algún tipo de culto. En excavaciones realizadas en Las Mercedes, Guápiles, (fig.1, R-II), por el Museo Nacional de Costa Rica, se encontraron algunas estatuas de guerreros que en una mano llevan una cabeza y en la otra un hacha, notándose que normalmente se les quebraba una pierna, colocándose la misma al lado, algo así como “matando” la escultura. Este aspecto también se ha visto en otras esculturas, en algunas amputándoles las cabezas o los brazos, o bien, quebrándolas en varias partes, eso sí, colocando todas las partes juntas (fig.6).


Figura 5: Tipos de cabezas trofeo, donde se aprecian varias momificadas. Esto se nota en la forma de los ojos hundidos y la quijada extendida, ya sea mostrando los dientes o no. Mason, 1945.



La importancia del símbolo radica en su poder mágico o religioso, además de indicar la posición social del individuo. Resulta en muchos casos difícil identificar uno de otro y puede que en todo caso ambos aspectos estuvieran mezclados, ya que al parecer no se buscaba conservar cualquier cabeza, sino aquella del más poderoso. Por tanto, el símbolo de rango y el símbolo mágico estarían relacionados. 

Figura 6: Estatua de un Usekar con rasgos de jaguar y un collar de colmillos del mismo felino sosteniendo una cabeza. La flecha señala el quiebre intencional de una pierna al momento de ser enterrada, cosa muy común en estas esculturas de la región de Línea Vieja (R-II).


El poder del símbolo quedó milagrosamente documentado en la crónica realizada por el hijo de Cristóbal Colón, Hernando Colón, al desembarcar en el pueblo de Cariay en 1502: “Y al día siguiente, bajando a tierra el Adelantado para tener información de aquellas gentes, se acercaron dos de los principales a la barca donde él estaba, y tomándolo por los brazos en medio de ellos, lo sentaron en la hierba de la orilla; y preguntándoles el Adelantado algunas cosas, mandó a los escribanos de la nave que anotasen lo que respondían. Pero viendo el papel y la pluma se alborotaron de tal forma que la mayor parte de ellos se dieron a la fuga. Lo cual, según se pudo conjeturar, fue por el miedo que tuvieron a ser hechizados con palabras o signos…(Colección de documentos para la historia de Costa Rica relativos al IV y último viaje de Cristobal Colon., 1952, pág. 156).


Figura 7: Retratos de cabezas cortadas en cerámica, propios de la región II (fig.1, R-II). Nótese la gran cantidad de símbolos que las cubren. Estos estarían no solo indicando el rango del individuo, sino también elementos mágicos.


Una magnífica descripción de lo que parece ser un sitio especial para matar prisioneros de guerra la hace Juan Vásquez de Coronado luego de la batalla en la cual se dio la caída del fuerte y pueblo de Couto en el año de 1563 (fig.1, R-III). Vázquez de Coronado describe un montículo situado a la entrada del fuerte donde se encontraban una gran cantidad de cadáveres indicando que se trata de “sacrificios”, ya que no eran muertos durante la batalla, sino capturados para ser ejecutados en ese lugar específico. En palabras de Vásquez de coronado: “Tienen junto al fuerte un cerrezuelo (montículo artificial) en que hay mucha cantidad de cabezas y cuerpos muertos de los que en la guerra cautivan, que los sacrifican, sino son mugeres y niños, que los tienen por esclavos…” (Fernández, 1976, pág. 97). No queda claro en esta relación de hechos que tratamiento se le hacía a los cuerpos de los muertos en batalla, si solo eran dejados en el sitio o también se les cortaba la cabeza a todos o solo a algunos. En la misma crónica anterior de Coronado, este anota: “Vimos una cosa notable, que están allí la auruas (buitres) tan encarnizadas y son tan comunes las batallas y guaçabras entre los naturales, que luego como se da una grita acude tanta cantidad dellas que casi quitan el sol, entendiendo que a de aver cuerpos muertos en que se ceben” (ídem). Aquí queda claro que muchos cuerpos quedaban tirados en el campo siendo que los cuerpos vistos en el montículo habían sido de prisioneros.

En otra relación de hechos sobre el mismo asunto, Coronado aclara el punto anterior, y no queda duda que la costumbre era la de cortar la cabeza a todos: “A los que toman en la guerra a todos los matan y les toman por trofeo las cabeças; a los muchachos y mugeres tienen por esclavos y para sus sacrificios…” (ídem, pag.107-108). Queda por saber a que se refiere Coronado con lo de “sacrificios”, si era esta costumbre u otra derivada de la guerra, pero con efectos prácticos distintos, como sería el de sepultar los esclavos con el amo cuando este moría: “…quando muere el señor manda a matar y sacrificar a los esclavos que tiene y enterrarlos consigo” (ídem: pag.108). Pero también cabe la posibilidad de que se tomaran prisioneros y fueran ejecutados luego. Estos serían los que observó Coronado en el montículo a la entrada del fuerte.

De acuerdo con los relatos de Coronado y Benzoni, la forma de escoger a quienes se les cortaba la cabeza variaba según fuera un pueblo u otro. En la crónica de Benzoni (fig.1: R-II), solo se ejecutaba este acto sobre aquellos personajes determinados como importantes, acto que se ejecutaba en el mismo sitio de la batalla, mientras que en la crónica de J.V. de Coronado (fig.1, R-III) sería llevada a cabo sobre todos los prisioneros de guerra y sobre aquellos que quedaran muertos en el campo de batalla. Esto revela que el montículo servía de lugar especial donde se ejecutaba la decapitación, pues estaban las cabezas y los cuerpos sobre él.

Un montículo que posiblemente tuvo una función similar a la vista por Juan Vázquez de Coronado fue excavado en Las Mercedes, Línea Vieja (R-II), por el arqueólogo sueco Carl Hartman a finales del siglo XIX. Este era una estructura de piedra en forma de cono truncado, de 30 metros de diámetro en la base y 20 en la parte superior, con una altura de 6.5 metros. Tuvo en la parte superior dos grandes estatuas colocadas de forma contrapuesta una de otra, a 1,20 metros del borde hacia adentro. En el centro de la plataforma superior encontró unas grandes piedras enterradas que sirvieron para sostener un gran poste, lo cual Hartman interpreta como el poste base de un techo que cubriría toda la plataforma superior. (Hartman, 1991, págs. 58-62).




Figura 8: Idealización de cómo se vería el montículo excavado por C. Hartman en Las Mercedes.


De ser el montículo de Las Mercedes semejante al descrito por V. de Coronado, la función de ambos pudo ser la misma, o sea, un sitio especial donde se decapitaban prisioneros de guerra. Uniendo la información de Coronado y la descripción del montículo de Las Mercedes con un gran poste en su centro, podemos inferir que algunos de los vasos trípodes de la R-II describen la función del poste. En la figura 9 se aprecian tres casos de estos, donde hay un individuo amarrado a un poste.

En el ejemplar 1 se ve un cuerpo completo en estado de pudrición, con un buitre sobre el cadáver, mientras que en los ejemplares 2 y 3 se ven los cuerpos decapitados amarrados en vigas o troncos. En los tres casos de la figura 1 se ve claramente que el poste era especialmente diseñado para sujetar cuerpos, así en el caso 1 de la parte vertical sale una prolongación que termina en una especie de corona, sobre la que se ataba el cuerpo. El caso 2 es un poste más complejo, el cual tiene dos prolongaciones en “V” atravesadas por un tronco horizontal, de modo que el cuerpo quedara con los brazos en alto. Otro poste horizontal sirvió para que el cuerpo estuviera sentado, que no colgara, y lo mismo se observa para los pies. El caso 3 es interesante, pues el cadáver carece de brazos y está amarrado por la cintura sobre un travesaño horizontal de modo que se apoye, mientras los pies están amarrados en forma individual al poste vertical. Toda la escena es rematada por dos buitres que, desde arriba con la cabeza hacia abajo, empiezan a comerse el cadáver.


Figura 9: Trípodes típicos de la R-II, mostrando cuerpos amarrados a un poste especialmente hecho para este efecto. 


En la estatuaria de Las Mercedes y de la toda la zona de Línea Vieja, son muy frecuentes las figuras de decapitadores, los cuales llevan en una mano el hacha y en la otra una cabeza (fig.12). Pero también aparecen esculturas de prisioneros en distintas poses (fig. 10), mostrando lo importante que era el aspecto de la guerra, la toma de prisioneros y esclavos (niños y mujeres). Todos los aspectos de la guerra fueron plasmados en diferentes objetos, incluyendo el oro y el jade, lo que sugiere que algunos aspectos relacionados o derivados, como la cabeza, tuvieron un valor religioso importante. 


Figura 10: Esculturas que muestran prisioneros. En ambos casos se pueden apreciar los símbolos de rango que en su momento identificaron al prisionero. Línea Vieja, R-II.


Además de la figura del decapitador también aparecen esculturas donde un individuo lleva entre ambas manos una cabeza la cual puede ser de tamaño más o menos normal o reducida. Es muy probable que estos casos muestren a un personaje de alta categoría social que exhibe una cabeza trofeo de otra persona que en vida fue también de alto rango. En estos casos la escultura funciona como un “retrato” de una hazaña, de un gran logro, y debió tenerse por un bien muy preciado ya fuera por el clan o la familia nuclear del personaje triunfante (fig.11).


Figura 11: Escultura de un personaje de alto rango que exhibe una cabeza reducida de quien tuvo que ser otro individuo importante. Línea Vieja, R-II.


Nuevamente las fuentes escritas junto con la evidencia arqueológica señalan una importancia dual de la cabeza capturada en la guerra. El aspecto mágico de los poderes de la cabeza del enemigo radica en el poder que reside en la misma cabeza, por este motivo es que hay cabezas más valiosas que otras, las cuales se marcaban con símbolos que servían tanto para identificar al personaje, como por la importancia que tuvo en vida.

Un relato importante de la escogencia de a quién se le cortaba la cabeza y a quienes no en algunos pueblos, lo tenemos en los autos hechos con motivo de la sublevación de la Talamanca y su castigo, suceso acaecido entre los años de 1709 y 1710 en Talamanca (fig.1, R-IV). En estos documentos vemos como al llegar al pueblo de San Joseph de Cavécar, el capitán y gobernador José de Casasola encuentra entre las ruinas de la iglesia los huesos de Fray Antonio de Zamora, entre ellos la cabeza, aunque partida en dos (Fernandez, 1976, pág. 236). En otro auto menciona el capitán Casasola “Logre recoger los vasos sagrados y los huesos de los muy reverendos Padres misioneros y soldados, menos la cabeza de Fray Pablo…” (ídem, pág. 240). Hasta aquí esta claro que solo la cabeza de Fray Pablo de Rebullida fue cortada, no así la de otros misioneros y soldados. Es evidente que los indígenas determinaron quienes eran los más importantes, los jefes, y a esos se les cortó la cabeza dejando los restos de soldados y otros misioneros en el campo de batalla. El valor mágico de la cabeza lo vemos en este caso en la forma en que se corto en dos la perteneciente a Fray Antonio de Zamora. Era importante destruirla, pero no valía como trofeo.

Finalmente encontramos otro auto firmado por Lorenzo Antonio Granda y otros, donde se menciona un curioso evento “…Deparí había muerto un soldado en el Real San José; y el dicho Presbere y los demás referidos (indígenas presos) le han dicho cómo Antonio Cachaverí, que fue el que trajeron preso de mi orden de Boruca, á esta ciudad (Cartago), había salido á dicho Boruca con otros y que habían ofrecido á los Talamancas llevar la cabeza del Padre Fray José Rozas en cambio de la del Padre Fray Pablo…” (ídem, pág. 260). Resulta interesante esta propuesta de intercambio, pues siempre se supone que la cabeza trofeo más importante era conservada por el jefe o su clan vencedor, pero en la cita anterior se manifiesta que estos trofeos podían ser que tuvieran más valor para un grupo distinto, y que este tuviera una cabeza que era importante para el otro grupo. En este punto no se aprecia un valor religioso importante en la cabeza, siendo la tenencia de esta una demostración de poder y estatus personal. Otro dato que se deduce de la anterior cita es que la cabeza estaba conservada, posiblemente momificada, pues de no ser así se hubiera podrido quedando solo la calavera, la cual no tendría valor de intercambio, pues era un simple resto oseo, con importancia solo para quien hubiera llevado la cabeza aun con facciones ante los miembros de su pueblo.

La momificación era una costumbre común, incluso fue observada por el propio Cristóbal Colon en Cariay (fig.1, R-II). En el relato que hace Hernando Colon se lee: “Lo más notable, que vio (C. Colón), fue que dentro de un palenque grande de madera, cubierto de cañas, tenían sepulturas, y en una de ellas, había un cuerpo muerto, embalsamado, en otra, dos, sin mal olor, envueltos en unos paños de algodón…” (Colección de documentos para la historia de Costa Rica relativos al IV y último viaje de Cristobal Colon., 1952, pág. 156). Por su parte, Pedro Mártir de Anglería menciona como momificaban los cuerpos: “También los de Cariai conservan, desecándolos en parrillas, lo cadáveres de sus próceres y padres…” (ídem, 134). El proceso de momificación consistía en poner el cuerpo en un enrejado sobre brasas, de modo que se fuera secando lentamente hasta quedar la momia en la posición que se quisiera.

La costumbre de momificar cuerpos fue observada aun entre los años de 1853 y 1854 por los viajeros alemanes Wagner y Scherze, quienes en la zona de Chirripó de Talamanca (fig.1, R-IV), vieron un sitio muy semejante al descrito por Colón y Anglería. Ellos lo describen de la siguiente manera: “El cadáver se exhibía durante tres años en una casa mortuoria especial hecha de enrejados de palma, y que se celebran todos los años el día de su fallecimiento solemnidades especiales cuidando y velando el cadáver de nuevo. Este se soterra solo a fines del tercer año; entonces estaba tan duro y enjuto como el tronco de un árbol” (Wagner, 1944, pág. 343).

Debido al clima sumamente húmedo y lluvioso los cuerpos y cabezas momificadas poco a poco se iban carcomiendo por los hongos, motivo por el cual finalmente se enterraban. Esto causó la necesidad de conservar para la memoria del pueblo, en el caso de las cabezas trofeo, hacerlas de materiales más durables, tales como cerámica y piedra. Igual se hizo con la imagen del guerrero y su trofeo de mayor valía en esculturas de piedra (fig.12).


Figura 12: Guerreros que en una mano sostienen una cabeza y en la otra un hacha. Obsérvese los símbolos distintivos que sirvieron para identificar al guerrero. Al igual que en las cabezas retrato de piedra y cerámica, los signos y símbolos nunca son repetidos, individualizando la figura de manera que todos supieran quién era.


La reducción de cabezas fue un medio muy usado, principalmente en la R-II y IV, donde las vemos en muchas esculturas. El proceso de reducir una cabeza consiste en abrir el cuero de la cabeza por atrás para sacar la calavera, luego mediante una serie de baños en agua hirviendo el cuero se encoje hasta quedar del tamaño requerido, aplicando durante el proceso raspados internos. El tamaño puede variar según el tratamiento que se haga en la etapa final, aplicando piedras calientes o con arena caliente para evitar deformidades. Hubo dos modos de presentar la cabeza al público, uno era con los ojos y boca cocidas, y el otro era sin costuras visibles amarrando la mandibula al cráneo para evitar que se abriera. Los ojos podían dejarse como una concavidad que luego, si se quería, se podían rellenar de algún material, o se cocían durante el proceso para luego quitar las costuras. Por ejemplo, en la fig. 13 se ven dos cabezas con la mandibula amarrada mediante una cuerda que pasa de lado a lado por los oídos, mientras los ojos son una simple raya, lo que revela que posiblemente estuvieron cocidos.


Figura 13: Cabezas trofeo en cerámica. En este caso no hay muchos elementos individualisadores, como signos o símbolos. En cambio el peinado y la pintura facial indicaban a que pueblo pertenecian. Una tira con refuerzo sobre la barbilla servía para mantener la mandíbula cerrada, paso previo a su reduccion o momificado. Los buitres de cabeza roja sobre la frente parecen ser un símbolo de muerte. R-II.


En la figura 14 se aprecia un sistema parecido al anteriormente descrito, solo que la mandíbula se asegura por dentro de la cabeza, mientras que los ojos ya rellenos fueron cocidos.

Estos métodos procuran evitar que las cabezas queden con tiras o amarres muy visibles, ya que todo lo usado para sostener la mandibula y para tratar la concavidad de los ojos es luego retirado, quedando la cabeza expuesta de modo más natural (fig.15, a). 



Figura 14: Cabeza trofeo en cerámica que muestra la forma en que la mandíbula era sujetada por dentro de la cabeza. Los ojos abultados con puntos al medio muestran como la cavidad ocular fue rellenada y cocida. Este caso muestra múltiples signos o símbolos sobre la cabeza. R-II.


Las cabezas se representaban del modo en que tuvieran valor, fuera este mágico o por estatus. Esto obligaba no solo a marcar símbolos y rasgos especiales, sino también a hacerlas lo más parecido al modelo natural, ya fuera momificada, reducida o recién cortada. En la figura 15 (b), se aprecia la efigie de una cabeza recién cortada. Esto se ve claramente en la forma plana de la base, misma que es extendida, pues al cortar la cabeza esta se debe apoyar sobre sí misma. También se nota claramente la boca semi abierta y la barbilla pequeña, disminuida por servir de base. En contraste, una cabeza muy parecida pero ya tratada se observa en la misma figura 15 (a).

El motivo de representar unas cabezas de una forma y otras de manera distinta puede obedecer a una forma particular, cultural, de un pueblo determinado de conservar o tratar la cabeza cortada. Pero esto también puede tener implicaciones religiosas o referentes al rango del decapitado. No hay duda de que entre más realista la representación mejor, pero esto solo tiene sentido si se quiere presentar a los demás un retrato de alguien muy importante, algo que diera estatus al guerrero. Al no existir un estudio de los símbolos que acompañan a estas cabezas retrato es imposible saber si los mismos solo correspondían a un mensaje de identidad, o si son símbolos mágicos para controlar el poder del enemigo muerto o ambos. Puede sugerirse que ciertos detalles de la representación sirvieran para indicar el origen del decapitado, pero es importante tomar en cuenta la narración de Hernando Colón sobre el peso mágico de los signos o símbolos. En todo caso es de esperar que tanto aspectos de estatus como religiosos impregnan estas cabezas retrato o trofeo, siendo los signos o símbolos la parte mágica, y los detalles físicos los que dieran el estatus, mientras que el origen del individuo se señalaba mediante otros arreglos de orden cultural, como son los gorros, corte de cabello, uso de cinturón, máscaras zoomorfas y/o tatuajes corporales. 


Figura 15: Cabezas retrato o trofeo mostrando una cabeza seca, reducida. Obsérvese la línea de puntos sobre las cejas, indicando costuras hechas durante el proceso de reducción  (a); y una cabeza recién cortada (b). R-II.


Los únicos datos sobre el tratamiento de cabezas cortadas provienen de Talamanca (fig.1, R-IV). Se trata de varios relatos recogidos por algunos investigadores, entre ellos D. Stone y M.E Bozzoli, donde se narran hechos y costumbres sobre la guerra que tuvieron alrededor de 1820 los Cabécares y Bribris contra los Térrabas. En todas las narraciones está claro que la guerra era liderada por los Usékares -máximos jefes religiosos, con amplios poderes administrativos- y se recuerda específicamente la muerte de uno de estos jefes religiosos como algo de suma importancia (Stone, 1993, págs. 106-109). Aunque no se narra la toma de cabezas por parte de los Bribris y Cabécares, si se describe la de los Teribes o térrabas, y debemos suponer que las costumbres eran iguales o semejantes.

Es evidente que el siguiente párrafo describe la reducción de cabezas: “Los Terribíes cercenaban cabezas, las limpiaban, y las usaban como copas. Cocinaban las cabezas, las secaban bien y luego las ponían en ciertas casas” (ídem, pág.106). Al decir que las limpiaban era que sacaban la calavera, la cual era cortada para ser usada como una copa. La reducción de las cabezas se confirma cuando se indica que cocinaban las cabezas, las secaban y las ponían en bohíos especialmente construido para estos fines.

En una narración recopilada por Bozzoli se describe cómo se llevaban las cabezas habidas en la batalla: “Cuando los tëröm (Teribes o Térrabas) ganaban la pelea, ellos cortaban la cabeza de los bribis. Esta cabeza la metían en un bejuco y la amarraban a un palo, y se la llevaban a su casa para hacerle una gran fiesta, ellos le cantaban a la cabeza” (Bozzoli, 1977, pág. 78). Dos formas tenían de trasportar la cabeza, una era haciendo un orificio en los oídos pasando una cuerda de lado a lado de esta, amarrando la o las cabezas a un palo. La otra forma era metiendo la cuerda por la boca y sacándola por debajo de la garganta “…luego decidieron meter un bejuco por la boca y llevarla en la espalda…” (ídem, pág.79), (fig.16).


Figura 16: Esculturas de Diquís que muestran guerreros llevando cabezas. En el caso “a” se ve claramente como lleva una cabeza al frente colgada de una cuerda pasada por los oídos, mientras que en la espalda lleva otra, que en este caso fue atada por la boca. En el caso “b” aparece un guerrero con hacha y una cabeza colgando por la espalda, atada por un cordel que pasa por los oídos. R-III.


Tal y como lo narran las crónicas de Vásquez de Coronado, una ves terminada la batalla se llevaban a las mujeres y los niños de esclavos. En los relatos Bribris y Cabécares se señala esta situación con respecto a una niña, pues esta era sobrina de un Usekar que había sido decapitado: “Un día de tantos mataron un useköL y ellos como no creían en los sukias ni “usékares”, mataron un montón de cabécares y entre ellos un useköL; les cortaron la cabeza para llevárselos, también se llevaron una chiquita usékar que era la sobrina del que mataron…” (ídem; pág. 80).

En todas las narraciones el personaje importante era el Usekar y su sobrina, aunque se mencione que a todos cortaban la cabeza y se la llevaban. Esto refuerza la idea que las representaciones en piedra y cerámica eran siempre de jefes, ya fueran religiosos o no, nunca de gente común. Otro dato importante es el de la fiesta que se les hacían a las cabezas en un recinto especial, pues está en concordancia con la idea de que estas tenían poder y había que aplacarlo. De hecho, la cabeza tan mencionada del Usekar terminó por encubar un gigantesco jaguar que vengó a los Bribris y Cabécares.

La cabeza, aunque fuera un bien de prestigio que daba estatus a quién la tenía, también era un peligro potencial por sus poderes espirituales. Posiblemente esto tenga relación con los símbolos que se ven en las cabezas trofeo-retrato de la región II.

Algo que refuerza aún más el valor mágico de las cabezas, era una danza que se hacía entre los Bribris, la cual se registró por Stone como la danza de los huesos: “Los hombres y las mujeres forman un círculo con los brazos entrelazados…se bailaba y los cráneos se balanceaban en los brazos…los hombres cantaban y las mujeres se les unen en coro cantando ékéké que quiere decir “bueno” o “bien”.” (Stone, 1993, pág. 154). Esta danza no tenía fecha especial para realizarse y solo se hacía cuando un sacerdote “está particularmente seguro de sí mismo” (ídem, 154). Nuevamente se ve el poder mágico de las cabezas, en este caso calaveras, de los guerreros muertos durante las guerras. Aunque de la danza casi no se sabe nada, solo lo antes expuesto, tiene información valiosa. Esta no era danza común, no era tampoco un festejo de triunfo. Está claro que se trataba de un acto religioso donde el sacerdote tenía que aplacar el poder que radicaba en las cabezas, para lo cual debía estar preparado y no tener ningún miedo de enfrentarse a una colectividad de espíritus poderosos que permanecían en las cabezas o calaveras.

De acuerdo con algunas crónicas del siglo XVIII los Bribris no conservaban cabezas momificadas o reducidas, sino solo las calaveras (como queda claramente explicado en la danza de los huesos). En un fragmento de una carta misionera que describe como eran los funerales de los Bribris, se indican los casos en que él fallecido había sido un guerrero o una persona de estatus: “…y llegados al sepulcro, si el muerto había sido principal o valiente llevan una guacamaya prevenida: allí la matan y la entierran; si tiene esclavo también lo matan y lo entierran, y encima ponen los huesos del difunto (se trataba de entierros secundarios)…si había hecho muertes, allí cerca le ponen las calaveras de los que había muerto…” (Fernandez, 1976, pág. 284).

La información escrita sumada a los diferentes residuos materiales recuperados arqueológicamente en conjunto brinda una importante información de las diversas prácticas culturales en torno a la cabeza trofeo. Lo primero que se debe resaltar es que esta actividad derivada de la guerra mantuvo diferencias según el pueblo y no la región. En algunos casos solo se cortaban las cabezas de aquellos individuos que fueran importantes en la comunidad derrotada, mientras que en otros se procedía a decapitar a todos los vencidos, ya fueran muertos en combate o prisioneros, en tanto que es una regla no matar mujeres ni niños, los cuales se incorporan al servicio del pueblo ganador.

También queda claro que cada pueblo tuvo una forma distintiva de conservar las cabezas, aunque aquí es importante señalar que se carece de información suficiente para saber si el modo de conservación tenía relación con el estatus social del decapitado. En unos casos la cabeza era reducida, en otros fue momificada y en otros se dejó podrir para conservar la calavera. Pero en todos los casos se tenía un gran respeto y hasta temor ante la cabeza, recinto que guardaba algún tipo de poder mágico, mismo que derivaba del sistema religioso en general.

Otro aspecto que no queda explicado es el de si el trofeo era conservado por el guerrero, o era depositado en un lugar especial, manipulado solo en determinadas ceremonias. De ser esto, el de guardarlas en unas casas especiales, las esculturas tanto de las cabezas como del guerrero con su trofeo vendrían a sustituir la tenencia de la real. Esto tiene su fundamento en la práctica de inutilizar ciertas esculturas quebrándolas, pero conservando todas sus partes al ser finalmente enterradas. Por tanto, aun la representación de la cabeza tenía cierto poder, al igual que la del guerrero.

El prestigio social adquirido por el guerrero queda manifiesto en el esfuerzo colectivo de hacer las cabezas retrato y las esculturas vinculadas a la guerra, entre ellas las de prisioneros y demás. Estas esculturas se han encontrado in situ tanto fuera de estructuras de piedra supuestamente habitacionales, como también en recintos públicos como plazas o montículos (Guayabo de Turrialba y Las Mercedes, región II), pero también en sepulturas evidentemente de personas que pertenecieron a la elite social. Prestigio social y de orden religioso parecen que van juntos en esta praxis cultural en las regiones II, III y IV.



Inferencias relativas a las cabezas trofeo según regiones: la evidencia material.


Las representaciones de guerreros y cabezas trofeo varían en frecuencia según la época y la región. En el caso de la región I, las representaciones de guerreros son prácticamente nulas y las de cabezas trofeo no son frecuentes. Además, pareciera que luego del año 1300 d.C. no se hacen más. En las crónicas y relatos del periodo de conquista no se menciona nada de las prácticas guerreras, pero si de sacrificios humanos estrictamente relacionados con el calendario agrícola, esto al menos en el pueblo de Nicoya.

En la región I la representación de cabezas trofeo más común es la de una cabeza sin ojos, con dientes expuestos y con la parte superior del cráneo exhibido o cortado. En la figura 17 se ven dos cabezas de estas hechas en cerámica. La cabeza de la derecha muestra claramente el corte del cuero cabelludo dejando expuesto el cráneo, mientras que la del lado izquierdo aparece con el cráneo cortado en su sección superior, en ambos casos los ojos no están, dejando la cavidad ocular vacía.


Figura 17: Cabezas trofeo de cerámica cuyas características concuerdan con haber sido momificadas. R-I.


El modelo de la cabeza trofeo con la parte superior cortada, sin ojos y con dientes descubiertos también aparece en esculturas de piedra (fig.18). Es muy interesante que estas no tengan elementos que sirvieran para efectos de identificación de la persona, como es lo usual en la región II. Este mismo aspecto se ve en las esculturas de guerreros con cabezas trofeo de la región III, aunque aquí quien lleva símbolos o signos es el guerrero, mismo que muchas veces aparece con rostro de jaguar (fig.21).


Figura 18: Esculturas que representan personas momificadas. La 1 corresponde a una cabeza trofeo con la parte superior de cráneo cortada, mientras que la 2, también con la parte superior del cráneo cortado representa un individuo completo, con las piernas flexionadas. R-I.


En cierto tipo de representación cerámica de cabezas trofeo de la región I, estas pueden aparecer con o sin ojos, pero siempre presentan símbolos, algunos muy complicados. Sin embargo, estos emblemas no son singulares de cada caso apareciendo los mismos en otros artefactos, lo que sugiere que poco tienen para identificar al individuo como persona, más bien estos emblemas relacionan la cabeza con el sistema de creencias religiosas (fig.19).


Figura 19: Vasijas retrato de cabezas trofeo. Los casos 1 y 2 conservan los ojos, aunque hundidos, piel estirada y dientes expuestos. El caso 1 corresponde a la cabeza de alguien que fue importante, pues los dientes limados están en relación con el estatus del individuo. El caso 3 representa la manera tradicional en que estas cabezas aparecen, o sea sin ojos, con la piel estirada y dientes expuestos. En los tres casos la efigie corresponde con la cabeza que su parte superior fue cortada. En el caso 1 esto se ve en el punto donde surge el cuello de la vasija, mientras que en caso 3 la sección cortada está marcada por una línea negra horizontal. R-I.


El seccionar la parte superior del cráneo está relacionado con la extracción del cerebro. La sección superior cortada pudo usarse como envase de manera similar a la antes vista de los Teribes de la región IV. Las representaciones de cabezas trofeo de la región I muestran, al parecer, dos formas de tratarlas: la primera sería la momificación, las cuales se distinguen por carecer de ojos, mientras que la segunda es la de cabezas no tratadas. Pero en ambos casos parece que se trato de efigies de personas importantes, siendo relativamente pocas cabezas de estas las recuperadas arqueológicamente. Una posibilidad para explicar este fenómeno es el de que las cabezas fueran cercenadas solo a personas que tuvieran un rol social muy importante, y que este acto se realizara totalmente dentro de un ritual religioso, o sea, que corresponden a sacrificios. Esto se refuerza por la poca -o ninguna- importancia dada a representaciones de guerreros y prisioneros, cosa tan común en las regiones II y IV (fig.1).

A pesar de ser extremadamente raras, también existen algunas cabezas trofeo de la misma tradición de la región II en la región I (fig.20).


Figura 20: Cabeza trofeo en cerámica que no presenta emblemas rituales. Las líneas faciales estarían señalando de quién se trató en vida. R-I.


La cabeza de la figura 20 muestra claramente estar fresca, un poco hinchada y con una tira que mantiene la mandíbula cerrada. No tiene ningún símbolo asociado, solo lo que evidentemente es pintura facial que estaría indicando quién fue la persona.

A pesar de encontrar más comúnmente representaciones de decapitadores con su trofeo en la región III, son bastante menos frecuentes que en la región II. Además, en la región III las figuras de cabezas individuales son rarísimas. Otro elemento importante que tener presente es que en la región III los decapitadores normalmente aparecen con rostro de jaguar, indicador de su estatus religioso (los máximos líderes espirituales podían convertirse en este felino, que era su emblema), y solo se representan en estatuas de piedra (fig.21).


Figura 21: Estatuas típicas de regíon de Diquís, en la region III. Lo normal es que los personajes que aparecen llevando las cabezas trofeo tengan rostros zoomorfos relacionados con el jaguar y cinturones que representan serpientes.


En las esculturas de decapitadores de la región III es normal encontrar que la cabeza se sostiene al revés. En ciertos casos aparece un individuo llevando dos cabezas, una al frente y otra a la espalda, siendo que una de estas está al revés mientras la otra se sostiene en posición normal. Las cabezas pueden estar sostenidas por una cuerda o simplemente llevadas en las manos, pero nunca aparecen hachas u otras armas en las esculturas, lo cual está en relación directa con mostrar la cabeza en un acto ritual o comunal por parte de personaje de orden religioso muy importante, equivalente al Usékar de Talamanca (región IV). Un dato muy importante es que la mayoría de estas esculturas no se marca el sexo, en su lugar va la cabeza de una serpiente que sirve de cinturón al individuo (fig.21).

La región IV es más complicada en cuanto a las representaciones de decapitadores y cabezas trofeo, pues se encuentran aquí estilos propios de las regiones II y III. No está claro la distribución geográfica ni temporal de las diferentes expresiones materiales, pues esta región es la menos estudiada arqueológicamente. Por las crónicas españolas sabemos que en la región IV vivieron una gran cantidad de grupos distintos, con costumbres que, si bien tenían una base en común, diferían bastante en determinadas creencias, lo cual lógicamente se refleja en la diversidad de expresiones materiales. Los límites de los macro-grupos (establecidos mediante sus restos materiales) son muy variables en el tiempo, o al menos esto es lo que se presume, pues no se tiene una seriación formal ni temporal de los restos materiales. Aun así, en las tierras altas encontramos un estilo de escultura típica de estos lugares, en las cuales se nota un parecido con el estilo de Chiriquí y de Diquís. Estas esculturas siempre tienen una cabeza reducida en una mano y en la otra un objeto cilíndrico indefinido (fig.22).


Figura 22: Esculturas de las tierras altas de la región IV donde la cabeza trofeo es cogida por el cabello y mostrada de medio lado. Normalmente llevan en una de sus manos un objeto cilíndrico no identificado.


En este tipo de representación puede o no aparecer un hacha como parte del atuendo, pero no en la mano, sino en el cinturón (fig.22, 2). Lo más interesante es que siempre llevan la cabeza trofeo de medio lado agarrada por la cabellera, siendo esta claramente del tipo reducido, sin que exista el menor interés de señalar el origen tribal de las cabezas cercenadas. En cambio, elementos como collares y cinturones elaborados funcionan como indicador de quien es el personaje central de la escultura.

Llama la atención que estas representaciones no tengan nunca símbolos mágicos que hagan referencia al poder del personaje central o para contener cualquier peligro espiritual que emane de las cabezas cortadas, por lo que se puede creer que estos individuos representados con las cabezas más que grandes guerreros sean sacerdotes. Si esta posibilidad es cierta, las cabezas cortadas en la región III y parte de la IV solo aparecen en esculturas de usékares o su equivalente.

Conclusiones

La guerra y su botín más preciado no eran los cientos de cabezas que se podían capturar, fueron unas pocas las que tenían valor suficiente para dar prestigio y poder. Tenían que capturarse los individuos de máxima categoría social, los sacerdotes y los jefes, o los representantes de clanes importantes. Pero esto tuvo un costo muy alto pues en todo momento fue un crimen y no pocas veces entre pueblos o clanes que se conocían muy bien. El descargo de conciencia por causar la muerte se debía aplacar, y esto solo se podía hacer manteniendo las cabezas del enemigo en lugares especiales y con ceremonias y bailes de los cuales también disfrutaran los vencidos.

La forma de retener y lograr un balance de conciencia era la de incorporar los restos enemigos dentro de un sistema muy complejo de orden espiritual (mágico, religioso) y con más razón si el decapitado era un alto personaje del pueblo contrario. Prestigio y crimen debían estar balanceados de manera que el ganador pudiera exhibirse como un gran guerrero, un conquistador, sin temer las represalias de la conciencia manifestada en la represalia que el poder del trofeo podía desatar.

En las diversas regiones vistas en este escrito se ven distintas maneras de tratar este asunto variando también la manera de tratar tan prestigioso y peligroso trofeo. Puede ser este factor el que determinara en la región II la amputación de ciertas esculturas al momento de ser sepultadas, era digamos, matar de forma definitiva el peligro que tenía el decapitador, causante de la muerte de alguien poderoso, capaz de tomar represalias contra todos aquellos que tuvieron contacto con el guerrero ganador. Este temor a las represalias espirituales fue el causante de que unos pueblos tomaran todas las cabezas y otros solo las de las personas importantes. Para algunos es obvio que la gente común no era un peligro ya muerta, pero no así la gente de estatus religioso o de jefatura incluyendo a los miembros de los clanes a los cuales pertenecían los sacerdotes y los jefes. El temor se concentraba en aquello que podía tomar represalias. Pero en otros pueblos el poder que radicaba en la cabeza, fuera de quien fuera, obligaba a cortarla y mantenerla de manera que no se enfureciera. Esto no es más que la culpa del ejecutor trasladada a todo su pueblo, lo cual motivaba al esfuerzo general de tratar las cabezas de manera distinta, ya fuera momificándolas, reduciéndolas o cuidando las calaveras.


Figura 23: región II.


En la figura 23 se puede apreciar bien el punto antes expuesto. Lo primero que se ve con claridad es el atuendo del personaje que lleva la cabeza: múltiples signos dirigidos a protegerse del poder de la cabeza. Por otro lado, este individuo lleva una corona de plumas, signo de rango. La forma de sostener la cabeza con cuidado señala respeto. Por último, la misma cara del individuo toma la forma de una cabeza cortada. En este caso es obvio que se trata de un acto ceremonial, de respeto, posiblemente durante algún festejo a los caídos en batalla. La vasija en si debió usarse solo en determinadas ocasiones y no de forma cotidiana.

Pero no en todos los casos existió respeto por los muertos, ya que en ocasiones las representaciones muestran a personas sacrificadas, sostenidas en postes y aseguradas por travesaños, las cuales se dejaban podrir para que los buitres hicieran su trabajo. Esto no solo lo vemos en ciertas vasijas trípodes, también fue narrado por Vásquez de Coronado en Couto, incluso el conquistador castellano enfatiza que se trata de sacrificios, supuestamente de cautivos. En las regiones II, III y IV no son tan extrañas las figuras de prisioneros atados de pies y manos, mismos que siempre llevan emblemas de rango y no de tipo religioso. En estos casos solo puede especularse que los prisioneros llevados al "sacrificio" eran de pueblos distantes, con los cuales existió poco o ningún contacto en tiempos de paz, o bien que existiera una necesidad de tipo religiosa que obligara a dar muerte a alguien de manera especial. ¿Son las representaciones de prisioneros comunes los amarrados a postes? Puede que determinados personajes capturados ya fuera por su rango, linaje u oficio debían morir de una manera pública. Estas son cosas que posiblemente nunca sabremos.

Por último, cabe resaltar la intención de cambiar una cabeza por otra entre los borucas y los talamancas. Este acto no tiene una explicación sencilla, pues va en contra del supuesto de que el jefe o el guerrero destacado se deje la cabeza principal. Se puede intentar una explicación de este hecho, la cual sería que entre iguales era posible que un grupo tuviera el trofeo que al otro grupo le importaba y viceversa, pudiéndose dar un intercambio de cabezas trofeo de manera que cada pueblo tuviera la que le importaba, implicando el mismo efecto de prestigio para ambas partes.

Se puede concluir diciendo que el fenómeno de la cabeza trofeo es algo complejo y difícil de entender en todas sus dimensiones, pues tiene que ver con prestigio social del guerrero o jefe, pero en mucho tiene que ser justificado por el sistema religioso. Esto como es lógico era distinto según el pueblo de que se trate y la época en que se realizó el acto, de quién era el enemigo y de las causas que motivaron el conflicto.





Bibliografía


Bozzoli, M. (1977). Narraciones bribis. Vinculos, Vol. 3, Nos.1-2, 67-113.

Academia de Geografia e Historia de Costa Rica. (1952)Colección de documentos para la historia de Costa Rica relativos al IV y último viaje de Cristobal Colon. (1952). San José: Editorial Atenea.

Fernández, L. (1976). Conquista y poblamiento en el siglo XVI. Relaciones historico geograficas. San José: Editorial Costa Rica.

Fernandez, L. (1976). Indios, Reducciones y el Cacao. Indios no sometidos. Matina. San José: Editorial Costa Rica.

Hartman, C. (1991). Arqueologia costarricense. Ciudad universitaria Rodrigo Facio: Editorial de la Universidad de Costa Rica.

Hélène Rougier, Isabelle Crevecoeur, Cédric Beauval, Cosimo Posth, Damien Flas, Christoph Wißing, Anja Furtwängler, Mietje Germonpré, Asier Gómez-Olivencia, Patrick Semal, Johannes van der Plicht, Hervé Bocherens & Johannes Krause. (2016). Neardental cannibalism and Neardental bones used as tools in Northen Europa (version electronica). Scientific Reports, volumen 6.

León Fernández, p. p. (1889). Historia de Costa Rica durante la dominacion española. Madrid: Tipografía de Manuel Ginés Hernández.

M. Mirazón Lahr, F. Rivera, R. K. Power, A. Mounier, B. Copsey, F. Crivellaro, J. E. Edung, J. M. Maillo Fernandez, C. Kiarie, J. Lawrence, A. Leakey, E. Mbua, H. Miller, A. Muigai, D. M. Mukhongo, A. Van Baelen, R. Wood, J.-L. Schwenninger, R. Grün, H. A. (2016). Inter-group violence among early Holocene hunter-gatherers of West Turkana, Kenya. Nature, International journal of science, ISSN 1476-4687 (online)(529), 394-398.

Mason, J. A. ( Vol. 39, part 3. 1945). Costa Rican Stonework. The Minor Keith Collection. Anthropological papers of de the American Museum of Natural History., 193-317.

Stone, D. (1993). Las tribus talamanqueñas. Heredia: Dep. de publicciones de la Universidad Nacional.

Wagner, M. y. (1944). La republica de Costa Rica en Centroamerica. San José: Biblioteca Yurusti.