martes, 2 de junio de 2015

LA REPRESENTACION HUMANA EN LAS SOCIEDADES ANTIGUAS COSTARRICENSES.








Introducción

Todo pueblo en la historia de la humanidad ha elaborado distintas representaciones de sí mismos, según fuera lo que querían expresar: fertilidad, nacimiento, vida y muerte, son temas recurrentes desde la era paleolítica hasta la fecha de hoy. Los magos, jefes y, ciertas personalidades con cualidades especiales aparecen en Europa y África pintadas en paredes de abrigos rocosos y cavernas desde hace cuarenta y cinco mil años, según fuera la visión que de ellos tenían, lo cual ha permitido no solo estudiar aspectos psicológicos de aquellas lejanas personas sino que nos permiten “verlos” en acción. Y desde aquella lejana etapa del desarrollo humano no se ha cesado en ningún lugar ni en ningún tiempo, de crear representaciones “espejo” de personajes y situaciones culturalmente importantes.

Las distintas sociedades que poblaron el hoy territorio de Costa Rica incorporaron la representación humana de sí mismos y de los otros, a su arte funcional figurado. No hay manera de saber qué se quería demostrar con tales imágenes que de seguro tuvieron un significado especial, pero podemos aun ver a esos pueblos retratados por ellos mismos a través de las formas particulares, ya fuesen de índole naturalista, tipo retrato o estilizadas.


Forma y estética


¿Qué manera de representar al ser humano encontramos en el arte antiguo de Costa Rica? La representación humana por lo general bastaba con una figura sencilla, sin mucho detalle en los elementos singulares, ya que en la antigüedad lo que se buscaba era determinar particularidades mediante signos que delataran quién era la persona representada. O sea, la mayor parte de las figuras humanas no se puntualizan en sus facciones, sino en los emblemas que se le incorporan o en la postura. Así encontramos figuras que abarcan casi todas las actividades normales de la vida, desde el acto sexual hasta la muerte.
Para nuestro beneficio, muchas figuras tienen toques de naturalismo en detalles que nos dicen cómo se veían. Atuendos varios, peinados y formas de vestir son comunes. También encontramos insignias de poder religioso, militar y civil, poses que reflejan fuerza y orgullo, así como la de individuos comunes en actividades cotidianas.

Poco encontramos de los rasgos naturales y únicos de un individuo particular, como en el caso de las representaciones humanas de la cultura mochica en Perú. La estética en la antigüedad costarricense se enfocaba más en la armonía general, con los signos particulares en poses recurrentes para retratar personas, pero también hay algunos retratos muy exclusivos, realistas, con los cuales podemos ver los rasgos físicos y la expresión única de una persona.

Conjugando la representación naturalista simple y la figura tipo retrato, tenemos un vasto panorama que nos muestra al hombre como era en la vida diaria y en los momentos solemnes, acorde con su rango social.

Existe una estética particular que trata de la muerte o, de los muertos. Figuras de sacrificados, cabezas cortadas y rostros cadavéricos.  Curiosamente en este grupo es donde encontramos los mejores ejemplos de retratos, y veremos porqué en su momento.
El caso de ciertas patologías también están presentes, individuos deformes o enfermos fueron representados, pero de forma naturalista, donde al igual que en la mayoría de las presentaciones humanas, el sujeto se identificaba por signos o emblemas, y no por sus rasgos particulares.



Ilustración 1: Regiones arqueológicas y culturales de Costa Rica, cómo se emplean en este artículo




La figura femenina

La mujer ocupa un lugar de privilegio en la representación antigua. En principio es normal que al analizar diversas figuras pensemos en estas desde nuestra óptica cultural, perdiendo de vista la realidad del rol de la mujer en la sociedad ancestral.

La mujer cumplió con funciones comunes y así fue retratada, pero también lo fue en funciones de poder religioso, chamánico. Hay representaciones antropomorfas de mujer-jaguar, mujer-cocodrilo, entre otras, que señalan directamente a que tales funciones mágicas de transformación física no estaban limitadas al hombre. Un grupo de figuras femeninas de la región de Nicoya y Guanacaste occidental resulta importante por ser de las más antiguas figuras femeninas encontradas hasta la fecha. En ellas podemos ver varios aspectos llamativos, entre los que destaca el modo de enfatizar una expresividad singular en cada objeto, aunque todos sean hechos de modo naturalista, parece que representaban a mujeres de rango superior.



Figura 1: Vasos modelados conforme a la figura de la mujer. Este tipo de representación es de orden naturalista, aunque enfatiza en ciertos rasgos exclusivos que parecen indicar casos particulares. Esta clase de objetos corresponden a las figuras femeninas más antiguas conocidas en Costa Rica. Se hicieron durante el formativo tardío (500 a.C-300 d.C). Región occidental.



En la figura 1-a vemos una mujer de fuerte contextura, hombros prominentes que sugieren fuerza. Está ataviada con un collar que, a juzgar por la época y que se enfatizara en el mismo, será de cuentas de jadeíta u otro material marcador de rango social de la época, al igual que las orejeras. Sobre el ombligo tiene lo que será un tatuaje y en la cintura una banda, igual que en ambos antebrazos. Los rasgos faciales son particulares: nariz perfilada, pómulos pronunciados, ojos pequeños bajo un marcado arco supra orbitario. El cabello aparece con un corte común, el cual consiste en un corte frontal que enmarque el rostro, exponga las orejas y cubra la cabeza atrás. Pero el rasgo más llamativo y de interpretación más polémica es lo que tiene sobre la boca. Para mí, se trata de una regurgitación ritual. Por supuesto caben más interpretaciones como sería el caso de embarazo, o que simplemente sea “algo” que cubre la boca. El embarazo se descarta pues lo prominente es el tórax, no el abdomen.

La pose, la forma de la cara inferior y el atuendo, me recuerdan ciertas imágenes de un chamán que, luego de consumir ciertas sustancias alucinógenas que provocan el vómito, realiza el viaje al mundo de los espíritus.
La pose típica del chaman también la vemos en la figura 1-b, donde una mujer de rasgos más suaves, ataviada con collar, pintura facial o tatuajes que cubren también los hombros y las manos, parece estar en trance. Sobre las muñecas lleva algo que pueden ser pulseras grandes. Este último elemento no aparece en el caso 1-a, pero sí en el 1-c.

El ejemplo de la figura 1-c es muy interesante. No hay duda que se trata de una mujer embarazada, con las manos sobre el vientre y una clara mueca de dolor en la boca. La cabeza inclinada a un lado, ojos grandes almendrados y pómulos fuertes, conjugado todo en un retrato único, de un momento especial. En esta representación no aparece el collar ni ningún otro elemento agregado, pero si las pulseras, la pintura facial casi idéntica a la de la figura 1-b, y lo que serían tatuajes en los brazos y piernas. Las manos aparecen en todas estas representaciones pintadas de negro, lo que podría ser tatuajes o algo que las cubra. En ninguna de las tres figuras mostradas se aprecian rasgos esquemáticos que indiquen que lo que se representa sea un símbolo. Hay individualidad en las poses, las facciones, el cuerpo y el atuendo. Esto sugiere fuertemente que se está de alguna manera retratando un caso singular, un chamán poderoso. Lo que hay que recalcar es que en todos los casos siempre es una mujer.



Figura 2: Mujer sentada en banco con dos cabezas de cocodrilo. Todo el cuerpo aparece ya sea pintado o tatuado con diversos signos. Compárese la postura con  el objeto “b”. El caso “a” es de la región occidental, mientras que “b” es de las llanuras centro-orientales


En la figura 2 se aprecia una corpulenta mujer sentada sobre un taburete de cuatro patas, que lleva una cabeza de cocodrilo en cada extremo. La mujer carece de rasgos que la individualicen, ya que la figura fue modelada de modo estilizada, enfatizando en la pose, el taburete y lo que puede ser pintura corporal o tatuajes.

La forma en que aparece sentada esta mujer la vemos en otros objetos que siempre se han identificado con los chamanes, muy típicos de la región central y oriental de Costa Rica (fig. 2-b). Esta descrito etnohistóricamente la pose y la parafernalia típica de los chamanes, donde se indica el uso de una banca de cuatro patas con cabeza de animal a un extremo y cola en el otro (Stone, 1993, pág. 102). 

En la figura 3 se aprecian trajes o atuendos de chamanes, en este caso mujeres. Las representaciones “a” y “b” están sentadas en pequeños bancos, mientras que el caso “c” retrata un chamán danzando, con la cabeza cubierta totalmente por un yelmo.



Figura 3: Representaciones de chamanes de sexo femenino. En este ejemplo se ve que no usan pinturas ni tatuajes corporales, sino un vestido que cubre todo el cuerpo. Los rostros “a” y “b” tienen una máscara, mientras que “c” tiene toda la cabeza cubierta. Región occidental.


 Existen otras representaciones femeninas que pudieran corresponder tanto a chamanes como a jefes o caciques. En todo caso hay que tener presente que no pocas veces los grandes sacerdotes eran jefes.

La mujer también aparece representada en sus actividades normales, ya sea moliendo en una piedra o manipulado una vasija (fig. 4; a, b).



Figura 4: Representaciones de mujeres en actividades cotidianas. A la izquierda una mujer sentada con una vasija entre las manos; a la derecha otra en la actividad de moler. Región occidental.


En la figura 4, izquierda, se ve una mujer con un vestido especial. Consiste en una especie de manta que también le cubre la cabeza, dejando fuera solo el rostro. No es clara la imagen para saber si tal traje cubría los brazos, pero sí que es muy largo, como se aprecia su final arriba de las rodillas. Este traje o cubierta también aparece en algunas esculturas en piedra de la zona de Palmar Sur, en la región suroccidental de Costa Rica. Un testigo español, según Ferrero, narra cómo vestían las mujeres Boruca “… las mujeres con una manta se tapan la cabeza, la sien, y llega hasta los pies… (entre los) chánguinas, térrabas y dorases…las mujeres con mucha honestidad traen sus mantas de algodón, de la que menos desde el cuello hasta la rodilla” (Ferrero, 1975, pág. 208).

 La figura de la derecha aparece desnuda, con brazaletes o pulseras, un gorro plano y lo que pueden ser tatuajes arriba del antebrazo.


Figura 5: Mujer con su hijo en una hamaca. Lado izquierdo “a” muestra la vasija completa, mientras que a la derecha “b”, es un acercamiento de la idílica escena enmarcada en blanco y resaltada en color para su mejor apreciación.  Región occidental.



Figura 6: Representaciones de madres con sus hijos. En la figurilla “a” una mujer amamantando a su hijo, mientras que en “b” vemos la forma de transportarlo. En el objeto “c” hay una escena doméstica, donde una madre arregla el cabello de su hijo, o juega con él sentados en una banca. Objeto "a", región suroccidental; "b-c", región occidental.

 En la figura 5 aparece representada una escena donde la madre, recostada en una hamaca, se balancea usando de mecedor su pie, mientras sostiene a su hijo recostado en ella. La madre lleva un gorro circular cónico, y el niño unas pulseras sobre el pie. Una imagen parecida o del mismo carácter se ve en la figura 6-c, donde una madre parece que peina el cabello del hijo, ambos sentados en una banca. La madre y el hijo llevan una banda que recoge el cabello largo para que no caiga sobre la cara.

Escenas maternales las miramos en la figura 6. En “a” se aprecia una madre amamantado a su hijo, mismo que parece llevar unas pulseras. La madre tiene pintura facial roja y, ya sean tatuajes o pintura negra corporal. En el objeto b se mira una madre llevando a su hijo en un bolso especial sobre la espalda. Ambos tienen pintura roja alrededor de los ojos y el cabello cortado recto al frente y corto a los lados y atrás. La madre lleva ya sean tatuajes o pintura facial y corporal, y cubriendo el pubis una tanga, atada por una correa roja.

La deformación de la cabeza mediante la técnica de presionar partes de la cabeza desde que la persona es un niño fue una práctica común en el norte de Perú. En el área maya también se tiene ampliamente documentada, donde la deformación craneana era un símbolo de estatus. De acuerdo con determinadas figurillas modeladas parece que tal práctica fue usada durante un tiempo indeterminado en Nicaragua y Costa Rica occidental. Lo curioso es que ningún cronista europeo registrara tal práctica, que en otros lugares les llamó mucho la atención.

No se ha encontrado, o al menos no que yo sepa, ninguna representación de un hombre con la cabeza deformada, lo cual sugiere que esta costumbre pudo tener un origen maya, y que solo ciertas mujeres por su posición social podían tener tal atractivo.



Figura 7: Ejemplos de mujeres con deformación craneal de la región occidental. El caso “a” representa mujeres muy ataviadas, con vestido completo y un gorro elaborado. Abajo del gorro una banda horizontal sobre la frente que puede ser pintura facial o una cinta. La pintura facial casi que se limita a la parte inferior de a cara, en color rojo.  En “b” y “c” vemos el estilo norte  de este tipo de figurillas. Llevan un traje parecido a un “bikini” o bañador. “b” tiene una especie de pantaloncillo que cubre la cintura hasta arriba del muslo, mientras que “c” omite el pantaloncillo y se limita a unas tiras anchas dejando al descubierto el sexo. El caso “a” vemos que ambas figuras tienen cubiertos los pies. Solo el caso “c” muestra el cabello con un corte que consiste en eliminar todo pelo en una franja central, dejando en ambos lados el cabello peinado hacia atrás y sujetado por una banda. “b” y “c” llevan collares con un gran dije central. Solo el caso “b” tiene todo el rostro cubierto por pintura facial.


 En la figura 7 aparecen unas representaciones de mujeres con deformación craneal y con un atuendo muy elaborado, que no deja margen de error en cuanto a quienes así representadas eran personas importantes, ya fuese por poder religioso o civil.

La práctica de deformar el cráneo tenía que hacerse bien si no se quería crear un problema a la persona. Lo que se amarraba era la parte arriba de las cejas, haciendo que la cabeza creciera hacia arriba. Cuando se amarraba más abajo, casi sobre el tabique de la nariz producía estrabismo, como se ve en la figura 7-b y c. Debido a que en el grupo “norte” de estas representaciones siempre está presente el estrabismo, parece que era inducido a propósito, lo cual recalca más el hecho de que estas figurillas representaban personas de alto nivel, aunque nunca encontremos un objeto realizado tipo retrato.

Otra forma en que se retrató a la mujer de modo consistente, es en poses eróticas, donde aparece normalmente ofreciendo sus mamas en una forma que se ha conocido como “esculturas de pechos oferentes”. El significado simbólico del retrato se ha perdido y debió de ser importante (fig. 8)




Figura 8: Mujeres representadas ofreciendo sus mamas. La figurilla “a” tiene un gorro cónico, aretes y los muslos cubiertos con caparazón de armadillo. Dos bandas se entrecruzan sobre el pecho, y otra abajo sobre la cintura de la cual sale una tanga que le cubre el pubis. La escultura “b” solo tiene un gorro circular sobre la cabeza y una banda debajo de la cintura, mientras que “c” presenta unos elementos que salen de las mamas hacia los costados. El cabello en “b” y “c” esta recortado al ras en toda la parte frontal y lateral, dejándose largo atrás. “a” proviene de la región occidental, mientras “b” y “c” son de la región centro-oriental.


Figura 9: Representacion de una mujer dispuesta al acto sexual. Región centro oriental.



El sexo en las antiguas sociedades conllevaba un acto mágico, pues de él surgía la vida. Es esperable que tal acontecimiento se envistiera de sentido religioso, estableciendo tabúes y reglas, mitos y leyendas que sirvieran ya fuera para fomentar el crecimiento de la población o para contenerla. También el acto sexual con sentido religioso se extendió a la naturaleza, explicando así la reproducción de todo lo existente como obra de espíritus superiores o dioses. En tal sentido ha de verse las expresiones materiales como las mostradas en las figuras 8 y 9. 


La mujer también fue representada como guerrera, cazadora de cabezas. El acto de cortar cabezas al enemigo vencido tenía un alto valor social y simbólico pues era signo de valentía en la guerra. 

Pero no a cualquiera se le representaba como guerrero, y menos con alguna cabeza trofeo, puesto que para que esto sucediera se tenía que haber vencido a alguien importante que mereciera retratar tal evento. En la figura 10 se muestran tres ejemplos de esculturas de mujeres guerreras. Los ejemplos a y b llevan una cabeza trofeo cada una (“b” en la espalda), mientras que “c” muestra una mujer con un hacha de guerra en la mano derecha. El retrato en estas esculturas no era como lo entendemos hoy, sino que una característica propia de la persona servía de identificación, como son los gorros o peinados. El caso “a” lleva un gorro segmentado y limitado en su circunferencia por una banda, mientras que en el caso “b” solo se aprecia un gorro circular. El caso “c”, en el cual se enfatiza en las piernas largas, lleva un gorro cónico con marcas distintivas. Como elementos de vestido y adorno, el caso “a” lleva solo un collar, “b” una correa sobre la cadera y, “c” nada, salvo una marca horizontal sobre el vientre que pudiera interpretarse de muchas maneras. Fuera lo que fuera esta marca era importante para identificar a la guerrera, pues es muy raro que marcas de este tipo fuesen representadas.


Figura 10: Mujeres guerreras que blanden un hacha de guerra (c), transportan una cabeza trofeo en la espalda (b) o muestran la cabeza trofeo, quizá reducida, al frente. Son representaciones más o menos comunes y muestran que la mujer fue a la batalla junto con los hombres de igual a igual, y de esa forma fueron representadas. Esculturas de la región centro oriental.



La figura masculina

        
La representación del hombre cambia con respecto a la de la mujer más en grado que en forma. El hombre enfatiza en determinadas acciones de una manera más retratista en algunos casos, recalcando de forma especial el rango social, la fuerza y el poder.

No hay en las representaciones antiguas costarricenses figurillas familiares como las encontramos en Perú o en México, porque lo que se caracterizaba era una acción individual, aunque dentro de un modo más o menos monótono que da la falsa impresión de estar ante interpretaciones y no representaciones de casos específicos.

La representación más realista se da en lo que parece ser imágenes de jefes. En estas imágenes no encontramos elementos significativos que sugieran que lo en ellas visto sean sacerdotes o chamanes, pues carecen del simbolismo asociado principalmente en la pose, o sea, nunca es ritual.

En estas manufacturas vemos singularidad y detalles que señalan a una sola persona, tanto en pinturas o tatuajes corporales como en indumentaria textil u otro tipo de accesorio. El la figura 11-a vemos la imagen de un jefe. Como accesorios lleva un gorro circular con emblemas y orejeras. En la figura 10-b se representa un jefe ricamente ataviado. El rostro está cubierto por tatuajes, la boca y alrededor de los ojos con pintura facial roja. Tiene orejeras y discos metálicos adheridos a un traje con múltiples diseños. Un gran disco cuelga de un collar sobre el pecho, y más abajo se ve dónde termina el traje en forma de picos. Si se observa la postura se nota que mira de arriba hacia abajo, en una posición corporal de autoridad.


Figura 11: Retratos de jefes. Nótese los detalles que individualizan cada personaje. “a” está realizado en piedra, mientras “b” en cerámica. “a” proviene de la región oriental, mientras “b” es de la región occidental.

 El retrato de jefes también aplicó para altos sacerdotes chamánicos. En este caso son relativamente pocos lo que se conocen, ya que los diversos chamanes se solían representar en estado de transición, o sea, parte animal y parte humana.

En la figura 12-a se mira el retrato de un chamán. La expresión en conjunto con los emblemas pintados en el rostro es enigmática. No se ve en este tipo de retrato el orgullo y la firmeza que sí muestran los retratos de jefes (fig. 12; b-c).



Figura 12: Retratos de personajes importantes. “a” lo es de un chamán, como se deduce se su expresión y símbolos en pintura facial. Nótese el corte de cabello, típico del periodo entre el año 500 y el 900 d. C. en la región occidental. “b” y “c” son retratos de jefes, donde las facciones los individualizan. También el corte de cabello, su arreglo y el tipo de gorro son indicativos del estatus del individuo. Región oriental.

 La representación del chamán como “hombre”, sin mezcla de elementos con animales, es frecuente en la región suroccidental y centro oriental, donde tanto en cerámica como en piedra se estampó la imagen de estos sacerdotes. En la región occidental la figura en estos términos del chamán no es tan popular, limitándose bastante esta representación, cosa opuesta a lo que antes vimos con las mujeres, las cuales desde épocas anteriores a Cristo ya se hacían de modo más o menos frecuente.



Figura 13: Representaciones de chamanes típicos de la zona de Osa en la región suroccidental de Costa Rica. Los casos “a” y “B” sostienen espejos metálicos, donde “b” parece estarse mirando. En cada caso el espejo es diferente, al igual que el peinado o gorro, pero la postura y los pendientes de las orejas son iguales. “c” aparece en una postura distinta, con los brazos cruzados en X y apoyados sobre las rodillas. La forma de representar los brazos cruzados en X es común en la escultura de la vecina zona de Diquís. Obsérvese como los tres casos tienen una manta en la espalda que les cubre desde los hombros hasta debajo de la cintura. Región suroccidental, zona de Osa.




Figura 14: Esculturas de chamanes, realizadas según estilos culturales diferentes. En el caso “a” vemos la figura de un chamán sosteniendo con la mano derecha una pequeña vasija, mientras con la izquierda sostiene al frente la trenza de cabello. Lleva por atuendo una ancha correa con diversos signos. En “b” se aprecia un chamán en pose rígida, delgado. De atuendo lleva algo colgando del cuello, una cinta en cada pierna y un gorro simple. “c” tiene una postura corporal distintiva. Piernas flexionadas soportando el peso del cuerpo, con las manos sobre las rodillas. El cuerpo muy erguido con la cabeza ligeramente hacia atrás. Sobre el pecho y los hombros parece llevar un tatuaje, mientras que la cabeza está cubierta con un gorro decorado sobre el que aparece un pequeño animal con la cola sobre la espalda, lo que representa un espíritu auxiliar u otro con él que se comunica. “a” región centro oriental, “b” región suroccidental, “c” región suroriental. 


 Como se puede apreciar en las figuras 13 y 14 la forma de representar al chamán como “persona” era muy regular, dándose lógicas variaciones según la época y la cultura. En el caso de las representaciones naturalistas de Osa vemos algo muy interesante, y es el traje. Cada figurilla tiene una especie de manta que le cubre todo el cuerpo, a excepción de un orificio por donde sale el pene (fig.12) El traje se acompaña de un complicado gorro que en cada caso es distintivo.

En las interpretaciones de chamanes en metal (oro, cobre y guanina, una aleación en oro y cobre) es donde se ve al chamán en más “movimiento”, no en poses tan rígidas cómo las mostradas antes (fig. 15).



Figura 15: Representaciones de chamanes en diversas actividades relacionadas con la música, el canto y la danza. En estas imágenes se aprecian todos los instrumentos esenciales del chaman, excepto las piedras. “a”, danzante y cantor; “b” tocando el caracol; “c” tocando la flauta ceremonial y el tambor. Región suroccidental.



 En la figura 15-a se ve un chamán en el acto de danzar y cantar, en una pose que debió ser muy importante en las diversas ceremonias que se practicaban pues es algo común en objetos metálicos. El canto era realizado en un idioma secreto que solo los chamanes comprendían, pues era para llamar a diversos espíritus. La boca del danzante está abierta de manera natural, lo que solo se mira en estas representaciones danzantes. Había instrumentos musicales de uso exclusivo para los sacerdotes, tal el caso del “duk”, un caracol grande que se aprecia en la figura 15-b, sonado por dos chamanes al unísono y que llevan sonajeros atados sobre el empeine. Otro instrumento de particular importancia ritual era una flauta larga que solo los chamanes podían hacer y que se tocaba en casos especiales, como se mira en la figura 15-c (Stone, 1993, págs. 97, 102). El tambor aunque de mucha importancia en el ritual chamánico, no era un instrumento exclusivo de estos personajes aunque sí muy usado durante las sesiones mágicas donde el ritmo monótono inducia al trance, ya fuera de ellos mismos o de los demás, según fuera la ceremonia oficiada. 

No hay imágenes masculinas en actividades domésticas, comunes, como ocurre con las mujeres. Existe un grupo de cabezas retrato que podrían caber entre este tipo de representación Es realmente difícil asegurar que tales cabezas no sean de jefes o parientes clánicos de los mismos, pero difieren bastante de la típica imagen de un jefe o un chamán. Apoyándome en lo dicho por Colon en el diario de su cuarto viaje, diría que es posible que estas cabezas sean las que el navegante observó cómo retratos de unas momias en Cariai (actual costa de Limón, posiblemente al norte del puerto de Moín) en el año de 1502: …”i en algunas la figura del que estaba sepultado, i con él Joias de las mas preciosas tenían” ( Academia de Geografia e Historia de Costa Rica, 1952, pág. 264). Siendo estas figuras las cabezas que aquí refiero, aun así no serían de la gente común, sino de ciertos personajes que Martir de Anglería denomina “próceres y sus padres” (ídem, pág. 134), que eran a quienes se momificaban.



Figura 16: Cabezas retrato propias de la región oriental central. Nótese la expresión en los rostros donde no hay intención de marcar rasgos fuertes ni indicativos de alguna actividad que denote rango.


Las cabezas retrato muestran rostros simples en los cuales no se puede señalar ningún elemento que vaya más allá del retrato de un rostro común. Como elementos distintivos lo más destacable son los gorros, todos con diseños distintos pero de la misma forma. En la fig. 16-c se marcó sobre la frente algunas líneas que pudieran ser tatuajes muy simples. En los casos “a” y “b” de la misma figura se señalan con hoyos sobre el lóbulo de las orejas para colocar aretes, pero no se representaron.

La representación del guerrero presenta gran variación entre las distintas regiones de Costa Rica, pero no dentro de las mismas. O sea, tenían un modelo para representar a los guerreros según una visión cultural. Puede que esta característica refleje el nacionalismo de cada pueblo, estableciendo para algo tan importante como serían sus mejores guerreros una forma propia de mostrarlos, y que fuera excluyente con respecto a otros pueblos.

La región oriental y norte son las que más representaciones de este tipo tienen, lo cual indica su carácter belicoso, mientras que la región con menos representaciones de guerreros es la occidental, lo cual es extraño y amerita en el futuro un estudio particular.

El guerrero se representa ya sea con un hacha y cabezas humanas cortadas, o solo con uno de estos elementos, ya sea el hacha o las cabezas. Se singulariza al individuo representado por algún rasgo notable, generalmente un peinado o un gorro único.

En la figura 17 se ve claramente las distintas formas de llevar la cabeza del enemigo. En “a-1” la cabeza está sujeta por una correa que pasa por los oídos quedando en posición frontal, natural, mientras que la otra cabeza (a-2) está atada por abajo, quedando al revés y sujeta por la misma cuerda que lleva la cabeza frontal. En el caso de la escultura “b” la cabeza está atada de igual manera que en el caso “a-2”, llevándose al revés. Las dos formas de llevar las cabezas del enemigo mostradas en la figura 17 son exclusivas de la región suroccidental y oriental.



Figura 17: Esculturas de guerreros típicos de la región suroccidental. Obsérvese la forma de llevar las cabezas del enemigo.

La representación del guerrero en las regiones norte, central y oriental enfatiza en un personaje que no solo lleva una cabeza cortada, sino que mantiene visible un hacha de guerra (fig. 18). La cabeza cortada nunca es llevada del lado izquierdo, y el hacha siempre se representa en la mano izquierda. Cada escultura para individualizar al guerrero enfatiza en detallar el gorro, el cual según ya hemos visto debió ser singular de cada personaje, ya fuera por su forma o por su arreglo (comparece los gorros de las esculturas de la figura 18).
Las  representaciones de guerreros de las regiones norte, central y oriental se dividen en dos grandes grupos, donde el más corriente es en el que aparece el guerrero desnudo sin elementos agregados como tatuajes, correas, pendientes o aretes. El segundo grupo se constituye por imágenes de guerreros ataviados con distinciones especiales. En la figura 18-b se aprecia un individuo con lo que parecen ser tatuajes en forma de banda vertical desde el ante brazo hasta la rodilla. Sobre cada rodilla y como término de la banda vertical hay dos pequeñas cabezas que parecen calaveras, lo mismo que sobre el codo. Lleva este personaje una correa en la cintura de la cual cuelgan unos “dientes” que adquieren la forma de lo que parecen cabezas.

El guerrero “a” de la misma figura tiene la pose típica y normal de estas representaciones, mientras que el “c” aparece llevando la cabeza sujetada de lo que parece la trenza del pelo, tirada sobre la espalda.




Figura 18: Forma de representar los guerreros en las regiones norte, central y oriental de Costa Rica. Obsérvese como llevan la cabeza de la víctima: a, la lleva al frente sostenida por la base con la mano derecha, y con la mano izquierda sostiene el hacha de guerra. “b” lleva atada la cabeza a la muñeca de la mano derecha y con la izquierda muestra el hacha, en tanto “c” lleva la cabeza sostenida por la trenza del pelo con la mano derecha (c-1) colgando la misma sobre la espalda (c-2). Con la mano izquierda sostiene el hacha, que es de puño largo, a diferencia de las vistas en “a” y “b”, que lo son de puño corto.



 El prisionero aparece figurado en formas variadas, aunque la más común sea con las manos amarradas sobre la cabeza. Esta forma de representar al detenido muestra, al igual que en el caso de los guerreros, dos maneras de reproducirlo, ya sea con elementos agregados que indiquen de quien se trata la imagen (cinturones, emblemas, gorros particulares) o sin nada, totalmente desnudo. Un ejemplo de escultura de prisionero con elementos agregados para la identificación del personaje se aprecia en la figura 19-c, donde una amplia correa cubre casi todo el abdomen, mientras que la cabeza tiene puesto el gorro. Tanto la correa como el gorro tienen signos que identificaban al personaje.

Hay algunas representaciones de prisioneros en poses que bien pueden ser de tortura, como la que se observa en la figura 19-d, donde los soportes de una vasija tienen forma de personas amarradas y colocadas cabeza abajo. En cada caso el prisionero tiene amarras distintas y está despojado de todo signo de identificación particular, por lo que se supone serán prisioneros comunes. La imagen de prisionero al lado derecho carece de ambos brazos. Esto se puede deber a que los mismos se quebraran con el paso del tiempo, o que se representara al individuo con los mismos amputados. En la imagen izquierda los brazos están bien colocados y amarrados, cruzados sobre el abdomen, mientras que en la figura derecha es claro que nunca las amarras pasaron sobre los brazos.

Una representación muy interesante es la mostrada en la figura 19-a, donde un individuo amarrado tiene la parte frontal abierta. Obviamente es porque tuvo una incrustación de alguna piedra, al igual que en los ojos, pero con o sin incrustación la imagen de un individuo sacrificado es evidente. Nótese el gorro con puntas, que individualizaba al sujeto.



Figura 19: Formas de representar prisioneros. “a” en metal, región suroccidental; “b” y “c” región oriental.

 La mujer también fue representada cómo prisionera, aunque no de una manera habitual o con mucho detalle. En la figura 20 se aprecian dos pequeñas esculturas cuya imagen es la de mujeres prisioneras. En la figura 20-a la imagen enfatiza en un rostro triste o preocupado. Las manos sobre la cabeza agarrándose el pelo recuerdan las cabezas cortadas vistas antes llevadas por el guerrero cogidas por una larga trenza de cabello. En la imagen de la figura 20-b se mira una mujer con las manos atadas a la espalda. Tiene un gorro cónico truncado que debió individualizarla. Obsérvese el cabello largo atrás, pero cortado en toda la parte frontal, lo cual es muy típico de la manera de llevarlo en la región oriental.



Figura 20: Representaciones de mujeres prisioneras. Región oriental.



La representación del coito.

El acto sexual fue representado de varias maneras, pero no de una forma individualista, aunque si realista. Tampoco puede decirse que tales representaciones sean comunes.

El sexo en todas sus formas fue una actividad sin sanción moral, natural. No había grandes restricciones salvo aquellas referentes al matrimonio y al incesto, aunque en lo tocante al matrimonio había múltiples variaciones según fuese la legislación de cada nación.

En la región occidental, de donde son la mayoría de las representaciones del acto sexual, la prostitución era una actividad aceptada donde la mujer entre sus clientes escogía al esposo y, ya casada era una mujer igual a aquellas que no ejercieron tal oficio (Ferrero, 1975, pág. 124). También se tenía la costumbre de entregarle al cacique de turno las mujeres jóvenes y esto era a pedido de los mismos padres (ídem, pág. 15).

Todos los datos existentes sobre las costumbres sexuales de la antigüedad hay que tenerlos con cierta prudencia, pues se debe tener en cuenta que corresponden a lo que un observador extranjero vio y comprendió en una época determinada. Curiosamente las representaciones de actos sexuales no corresponden al tiempo en que llegaron los europeos a tales regiones, sino que son anteriores en varios siglos.



Figura 21: Representaciones del acto sexual y detalles de vestimenta y accesorios. “a” y “b” son de la región occidental y “c” es de la región norte.


 En la figura 21-a una pareja realiza el coito en la misma posición que “c”, donde el hombre pasa las piernas debajo de las de la mujer, y ambos se sujetan mutuamente a la altura de los hombros. En el caso “a” de esta figura se aprecia claramente como ambos personajes tiene sobre sus espaldas una capa o manto. La mujer aparece con un gorro circular mientras el hombre usa una especie de gorro levantado (borde de la vasija). Solo en el hombre se puede ver algo de cabello escapando bajo el gorro y cayendo sobre la frente.

La figura 21-b resulta muy interesante por la representación de las cabezas, ya que la de la mujer es aplanada al frente y atrás, o sea, con deformación craneal de origen cultural, mientras que la cabeza del hombre es normal. Tanto la mujer como el hombre llevan grandes orejeras, y solo la mujer unas pulseras sobre el empeine, mientras el hombre las lleva en la muñeca. Como distinción singular la mujer tiene lo que pudiera ser un tatuaje o pintura corporal sobre el abdomen.

En la misma figura 21-b se aprecia claramente el tipo de gorro que llevaba la mujer y el hombre. El de la mujer es idéntico al de otras representaciones femeninas (ver figura 7) que es de forma oblonga, mientras el del hombre es cónico invertido terminado en cuatro picos, uno en cada esquina.

El caso mostrado en la figura 21-c es de carácter simple. Aun así se ve un complejo peinado en el hombre que se adecua al tipo de gorro usado. Este gorro circular parece que cubre con una tira toda la parte central de la cabeza, pero tiene unas aperturas en los lados sobre los hombros por donde sale el cabello, que se aprecia largo. La mujer parece tener una cara feliz, con el cabello tirado hacia atrás.


Los rostros de la muerte


Toda cultura humana enfrenta a la muerte desde una óptica que, necesariamente, debe ser mágica y religiosa. La muerte produce miedo pues es inevitable y misteriosa, ni aun la promesa de una “vida mejor” después de la muerte elimina el temor de enfrentarla.

En el caso material de las antiguas sociedades de Costa Rica la muerte tuvo dos grandes vertientes representativas, ambas como es lógico esperar, mágico-religiosas. La primera forma es la del honor al fallecido, ya fuese por su relación clánica, su poder personal o, alguna otra característica que hubiese tenido en vida. Es aquí donde se da una interesante representación del sujeto, pues se le retrata no como se miraba en vida, sino muerto. Esto difiere radicalmente de la representación vista en la figura 16, donde el retrato giraba en torno al recuerdo de cómo se miraba al muerto en sus mejores momentos en vida.

Por supuesto que ambos tipos de retratos pertenecen a la misma vertiente representativa, pero el segundo no es un “rostro de la muerte”, sino lo contrario.  La cabeza retrato busca, para aclarar el punto, hacer una figura de la manera que se veía la persona en vida, aunque fuese hecha para fines de enterramiento. Los rostros de la muerte por el contrario buscan que quién los mira, sepa que mira un muerto. Es en esta vertiente que encontramos dos formas interesantes de retrato: la máscara personal y, el retrato del enemigo vencido y decapitado.



Figura 22: Máscaras de metal que cubrían el rostro del muerto, ya fuese momificado o no. Se procuraba en esta variable guardar los rasgos del sujeto, por lo que pueden considerarse retratos del cadáver.  


La máscara fue un elemento importante en los ritos funerarios de personas de alto rango social, y fueron hechas en metal (oro, guanín y cobre), piedra y madera. En la figura 22 a-b se aprecian dos máscaras de metal (“a” de guanín y “b” de oro) donde se pueden observar los rasgos de la persona ya fallecida. No hay en estos objetos ningún resto de vida; ojos semi-cerrados, pómulos salientes y boca ligeramente abierta, con la forma de las mandíbulas superior e inferior frontales bien indicadas, tal y como se mira el rostro de un cadáver. Solo el caso “a” conserva una corona muy elaborada, lo cual sirvió para identificar el cadáver por su rango. Este tipo de máscara se solía usar sobre el rostro de momias enfardadas, y por ese motivo no tienen hoyos para sujetarlas.

En la figura 23 a-c se aprecian máscaras de calaveras realizadas en arcilla (a, b) y piedra (c). Los pequeños hoyos que se les observa indican el método de empleo, ya que eran para coserlas al fardo funerario, sobre el rostro del difunto. Las aperturas que se miran muy bien en la figura 23 b-c, eran para pasar por ahí una tira o banda que sujetara la máscara al rostro del muerto. Por los hoyos para fijarlas se deduce que estas máscaras eran fijadas contra el rostro del difunto cuando ya estaba envuelto en su fardo fúnebre. Solo la máscara “c” carece de estos hoyos, pero muy posiblemente fuese suficiente con la banda sujetadora que iba a través de las aperturas laterales.



Figura 23: Máscaras de calavera (a-b) y máscara tipo rostro. Aunque tradiciones muy distintas en su modo de expresión, ambas corresponden a un mismo efecto, darle vida al muerto.

En estas representaciones no se buscaba que el muerto fuese identificado por el rostro, sino que elementos de orden mágico-religioso eran los que incidían en la forma y material empleado para la máscara.

Por supuesto que se ignora el alcance real de esta clase de artefactos dentro de la cultura antigua, y no podemos saber el porqué de hacer máscaras en forma de calavera. Pero considerando la importancia espiritual que se les daba a los huesos en Talamanca hasta no hace muchos años atrás, bien puede darse el caso de que representado el material óseo se trasfiriera “vida” a los restos. Esta idea que parece hoy estrafalaria no lo es tanto cuando recordamos a ciertas reliquias sagradas de la fe católica, donde se conservan partes de cuerpos para su veneración. Otro ejemplo de la importancia de la materia ósea lo tenemos en México, donde en ciertas regiones los huesos eran símbolo de vida y salud (de aquí salen las famosas fiestas del día de los muertos en México, donde se consumen golosinas en forma de esqueletos y calaveras).

El otro modo de representar al muerto es si se quiere, despectivo. No se le agregan elementos innecesarios al objeto, pues basta con uno que otro detalle si se le quiere identificar. Se trató de representaciones de cautivos o de personajes decapitados en la guerra. Era costumbre en todas las culturas costarricenses el decapitar enemigos, y no pocas veces vemos artefactos semejando a un individuo en particular. Esto sucedía cuando el guerrero derrotaba a un enemigo de rango mayor o igual, pues no tenía sentido representar una cabeza de alguien sin importancia.

En el año de 1710 durante un levantamiento indígena en Talamanca, los seguidores del cacique de Suinsa, Pablo Presberi y Melchor Deparí, cacique de Urinama, cortan la cabeza de unos curas (Pablo de Rebudilla y Juan Antonio de Zamora) y, recibieron la oferta de cambiar la cabeza de otro cura de nombre José Rozas que tenían los de Boruca por la de Pablo de Rebudilla  (Fernández, 1976, págs. 259-260). Es importante señalar que también se habían matado soldados, los cuales se determinaron por los indígenas como de baja o ninguna importancia. Las cabezas capturadas eran aquellas de los que se tenían como importantes enemigos, y su valor era tan alto que eran objetos de intercambio. Quién tuviera la cabeza de un enemigo importante, obtenía poder y prestigio. Lo mismo había ocurrido unos siglos antes durante la conquista emprendida por Diego Gutiérrez, gobernador de Cartago (Costa Rica) en el año 1540, donde perdió la cabeza el gobernador y casi todos los que le acompañaban, pero solo se llevaron la cabeza de Diego Gutiérrez y de los negros esclavos (Fernández L. , 1975, pág. 56). Resulta evidente por qué cortaron la cabeza de los negros, eran personas que nunca habían visto antes.



Figura 24: Representación de cabezas cortadas. Esta clase de objetos, típicos de la región occidental, se caracterizan por mostrar la cabeza ya seca, o sea, momificada.


 La representación de la cabeza retrato del muerto se dio de modo especial en las regiones occidental y oriental, aunque de modo distinto entre sí.

En la región occidental la cabeza se figuró “seca”. Se puede ver en tales objetos las características propias de las cabezas de momias, tales como la piel hundida, muy estirada, ausencia de ojos y dentadura expuesta debido  al estiramiento de la piel. Es obvio y se aprecia bien en las dichas representaciones que la cabeza se mantenía con la calavera, o dicho de otra manera, no se reducía (fig. 24).

Una característica interesante de la cabeza de la región occidental es que pareciera que se le realizó un corte a la altura de la frente. No hay ninguna representación de estas que tenga la cabeza completa, siempre  la parte superior es plana o, en el caso de vasijas, es el borde que viene a dar la misma imagen de una cabeza sin la parte superior. En la figura 24 lo anterior se mira claramente, mientras que un caso interesantísimo lo encontramos en la figura 25-a, donde una cabeza de estas tiene claramente un corte circunferencial arriba de los ojos, dejando expuesto lo que sería el hueso craneal. Esta práctica podía darse con el fin de sacar el cerebro y evitar que la cabeza se pudriera.

En la región oriental la cabeza se representa completa, con todas sus partes y elementos agregados que identificaban al muerto, tal y como se mira en la figura 25-b. La cabeza mostrada en esta figura tiene unas características importantes muy bien definidas: la ausencia de cuello hace que la cabeza se incline hacia atrás y se mire más gruesa, o sea, no natural. La nariz aparece muy grande, debido a que el cartílago la mantiene en su forma y dimensión normal, mientras el resto de la carne de la cabeza tiende a caer sobre sí misma. El pelo, tipo de corte, gorro, pintura o tatuaje facial se representa cuando lo había. En el caso 25-b las orejas tienen el hoyo donde estaban los aretes, cosa que también se aprecia en el caso 25-a.



Figura 25: Tipos de representación de cabezas de muertos. “a” propia de la región occidental; “b” típica de la región oriental.



Consideraciones finales


En este breve repaso a la figura humana en la antigüedad podemos ver los usos y costumbres según cada época y región. La manera de llevar accesorios como aretes, collares, pulseras. El tipo de vestimenta, gorros, peinados; instrumentos musicales y hasta pasos de baile, todo fue registrado por los participantes de cada esfera cultural tal cual ellos mismos se miraban.

Los retratos de actividades y eventos abarcan muchísimo más de lo que aquí se trató. La complejidad y riqueza del conjunto es casi un libro de fotografía, lo único que hay que hacer es juntar y acomodar las fotografías y tendremos una visión más amplia de las personas de aquellas épocas perdidas.

Todas las figuras humanas representaron una cosa ideológica comprensible y estimable solo en la cultura y tiempo en que se hicieron, pero nosotros ahora las podemos apreciar y analizar desde nuestra óptica. ¿Para qué hicieron retratos de quienes estaban sepultados? No importa, porque es imposible retomar el pensamiento de ese momento, el significado mágico-religioso. Importa el contexto en que tales figuras están inmersas y lo que nos revelan hoy, pero hay que saber leer y comprender tal material gráfico, para no caer en el coleccionismo museístico las más de las veces estéril y seco.

La arqueología ha cometido el máximo error posible en los tiempos actuales: recolectar todo lo posible sin darlo a conocer plenamente, sin interpretación histórica que, aunque pudiera ser errada, puede también ser luego corregida y aumentada. Si a esto sumamos la destrucción (intencional o no) de los yacimientos antiguos y, el saqueo mercantil de los mismos, la pérdida de todos esos capítulos de la historia será  un  desastre global e irreversible. Recordemos que la historia antigua no es parte de una nación actual, sino más bien es la historia de todos nosotros, de la humanidad completa que no existiría sin cada fragmento regional.








Bibliografía consultada


Academia de Geografia e Historia de Costa Rica. (1952). Colección de documentos para la historia de Costa Rica relativos al IV y último viaje de Cristóbal Colón. San José: Editorial Atenea.

Fernández, L. (1975). Historia de Costa Rica. San José: Costa Rica.

Fernández, L. (1976). Indios, Reducciones y el Cacao. San José: Editorial Costa Rica.

Ferrero, L. (1975). Costa Rica Precolombina. San José: Editorial Costa Rica.


Stone, D. (1993). Las Tribus Talamanqueñas. Heredia: Departamento de Publicaciones Universidad Nacional.