jueves, 9 de julio de 2015

LOS INSTRUMENTOS MUSICALES Y SU USO SOCIAL EN LA ANTIGÜEDAD COSTARRICENSE.







Introducción

A pesar de las pocas fuentes históricas y etnohistóricas con que contamos sobre este tema es posible dar un breve vistazo a los diversos instrumentos musicales autóctonos y su modo de empleo social. 

Los datos con que se cuenta para este tema son confusos y escasos, pocos son lo suficientemente claros como para estar no estar “incómodos” al momento de escribir sobre este tema. Sin embargo existen fuentes cruzadas que, apoyadas en la evidencia material y etnohistórica, permiten cierto margen de certeza sobre el uso social de los instrumentos musicales arqueológicos. 

Muchos instrumentos realizados en materiales orgánicos desaparecieron para siempre y solo sabemos de su existencia por representaciones hechas en cerámica, metal y piedra. Unos pocos instrumentos de hueso y madera sobrevivieron al tiempo y son hoy tesoros invaluables que nos dan una clara dirección del uso que tuvieron más allá de su simple función material. 

El uso social de instrumentos musicales en la antigüedad

Tenemos que empezar forzosamente por separar de la discusión el instrumento musical más antiguo y universal que existe, la voz humana, de los instrumentos propiamente dichos que son aquellos hechos a medida de las posibilidades y necesidades culturales.

En Costa Rica, al igual que en el resto del continente americano, los instrumentos musicales fueron muy variados, hechos de madera, frutos de cascara dura, semillas, arcilla, hueso, caña, metal, caracoles y partes rígidas de ciertos animales, como el armadillo y las tortugas. El uso de cuerdas fue totalmente desconocido hasta la llegada de los europeos, lo mismo que el quijongo y la marimba, que fueron introducidos al continente por los esclavos negros.

Las crónicas y reportes españolas para Costa Rica indican claramente que los instrumentos musicales en general se usaron en ritos específicos, ceremonias comunales y en la guerra. No existe registro del periodo de conquista sobre del uso de estos objetos en actividades comunes, pero hay algunos sobre la guerra y ritos religiosos, tales como festividades a dioses o espíritus de las cosechas o actividades religiosas particulares, como sería el caso de los oficios de enterramiento o curación ejecutados por los sacerdotes y, las reuniones asociadas a este tipo de suceso.

Oviedo fue testigo durante su estadía en el pueblo de Nicoya de varias festividades. En la descripción que de ellas hace menciona el uso del atabal, o tambor pequeño, el cual era tocado con las manos por los principales y sus allegados (Fernández, 1975, pág. 39). 


Figura 1: atabales o tambores de parche. Región Occidental.


Lo mencionado por Oviedo es muy importante ya que aclara el uso social de esta clase de tambor, en el sentido de que no era de uso exclusivo por parte de los chamanes como es normal escuchar, sino más bien era un instrumento usado por los caciques y sus principales durante festividades comunales, mismas que eran en sentido estricto religiosas, pero la fiesta en general era dirigida por el cacique y sus principales, lo cual no quiere decir que los chamanes no los usaran, solo que este aspecto no fue reportado por el cronista. 

Todas las festividades comunales reportadas por Oviedo son de carácter devoto, se realizaban en determinadas fechas según fuera el calendario religioso: “Tienen diversos dioses, é así en el tiempo de su cosecha del maíz, ó del cacao ó del algodón ó fesoles, con día señalado y en diferentes días, les hacen señaladas é particulares é diferentes fiestas é sus areitos é cantares al propósito de aquel ídolo é recogimiento del pan ó fruto que han alcanzado” (Fernández, 1975, pág. 41), pero tienen que haber existido festejos de índole mundana de los cuales no quedó ningún registro. En este sentido, tenemos un problema de evidencia material: ¿fueron todos los atabales hechos de un material para una funcion determinada? Es muy posible que no, y que existieran otros atabales hechos en madera que pudieran ser los usados en ciertas ceremonias como las mencionadas por Oviedo, mientras que los realizados en arcilla eran de uso exclusivo de los chamanes.





Es muy factible que otros instrumentos se usaran en estas festividades y no fueran mencionados en ningún reporte europeo. Por ejemplo el atabal inferior de la fig. 1 es también sonajero o “maraca” y cómo veremos luego, este instrumento se usó en, al menos, ritos funerarios en la región suroccidental, normalmente acompañado del atabal.

Otro tipo de tambor se usó en toda la región oriental y suroccidental. Es también un atabal pero un poco más grande que los antes vistos, aunque Stone sostiene que los hay también de menor tamaño (Stone, 1993, pág. 151). Este tambor se caracteriza por su forma de copa alargada y base hueca, siendo la base lo que diferencia ambos atabales (los occidentales y los suroccidentales). El uso social de este tambor abarca casi todas las actividades comunes y religiosas, inclusive la guerra (fig.2).

Una buena descripción de las costumbres de Talamanca fue realizada por el Colegio de las Misiones y Reducciones durante el siglo XVII. En esta se encuentra una mención a diversos instrumentos usados durante la ceremonia de entierro secundario (o sea, solo se sepultaban los huesos, no el cuerpo): “Llegado el día y junta de gente, no se da principio a la función hasta que el isogro principal la comienza con sus cantos, llamando al alma del difunto para que venga a ver la celebridad. Cuando avisa que ya está allí la alma por ciertas señas ó supersticiones que ellos tienen, entonces comienzan todos con mucha alegría y algazara á tocar sus tambores, pitos y chinchines…” (Fernández L. , 1976, pág. 283). El isogro es el sacerdote encargado de  estos asuntos de los muertos, y su traducción literal es cantor. En esta importante relación se aclara mucho el uso social del atabal en esta región, y vemos que aunque podía ser usado en asuntos religiosos, su normal uso era profano. Esto se refuerza por la anotación de William Gabb: “Se usa principalmente para acompañar y llevar el compás del canto, y es parte indispensable de toda fiesta o reunión de cualquier clase.” (Gabb, 1978, pág. 152). La situación de uso social de los atabales de la región suroccidental puede que coincidiera con los de la región occidental vistos arriba.


Figura 2: Atabales o tambores de parche propios de las regiones oriental y suroccidental. De izquierda a derecha, atabal de madera del año 960 d.C. Atabal de arcilla del año 1000 aprox. Y tambor del siglo XX, en madera.


El tambor que tenía un uso muy restringido es el maguaré, un tambor muy grande que se tocaba no por sus extremos, sino en la parte media (sobre la lengüeta o a los lados de la ranura ancha vertical) y no tenía parche. Este instrumento tenía una lengüeta que vibraba produciendo un sonido particular, y se tocaba ya fuese con palos o huesos, no con las manos (Gabb, 1978, pág. 153). Stone señala que su uso era exclusivo para acompañar las pompas fúnebres de un jefe o personaje muy importante (Stone, 1993, pág. 151). En el impresionante sitio arqueológico de Retes, Cartago, se encontraron varios tambores maguaré. Unos tienen la lengüeta típica, pero otros presentan una larga apertura vertical. El cambio en la forma del orificio produce sonidos distintos y el gran tamaño de estos instrumentos hizo que su sonido se escuchara de muy lejos (fig. 3).


Figura 3: Maguarés o tambores de lengüeta. El tipo de hendidura y la caja de resonancia daban sonidos diferentes que se oían a muy larga distancia.  Retes, Cartago, región central. 900-1000 d.C.


Arqueológicamente se tiene documentado un atabal pequeño, de forma cilíndrica. Es de épocas bastante antiguas, al menos desde el 800 a. C. hasta el 300 d. C. Los ejemplares que se conocen son todos de arcilla con ambos extremos libres, o sea, que podían tener el parche en ambos lados, aunque esto es especulativo, pudiera ser una versión de atabal muy interesante. No hay duda, por la rareza, época y decoración de estos objetos que su uso se restringió a las actividades chamánicas o religiosas. Su pequeño tamaño y lo delgado de sus paredes están acordes con esta apreciación de uso (fig. 4).


Figura 4: Atabales pequeños de arcilla (30-40 cm de alto), usados posiblemente por chamanes. 800 -300 a.C, región occidental.


El cascabel y el sonajero se menciona normalmente acompañando al atabal y parece que su uso no era exclusivo de una actividad religiosa, sino profana usada también en ritos espirituales. Pero este instrumento fue realizado de formas muy distintas y en materiales muy variados, por lo que hay que tener cierto cuidado y no caer en una generalización que lleve al error, lo cual es un problema común cuando se interpretan datos arqueológicos.


Los sonajeros de uso más común son aquellos realizados en arcilla adheridos a vasijas en las cuales los soportes o figuras adheridas son sonajeros (fig.5). Debido a que estos sonajeros son frecuentes en los residuos superficiales de los yacimientos habitacionales, se supòne que su uso era común. Lo que no queda claro es la función social del instrumento, ya que no existe un registro que cuantifique meticulosamente la aparición de este instrumento en relación con el resto del material de desecho en un mismo nivel. Nuestra visión puede estar afectada cuando nos referimos a estos sonajeros por una generalización inducida por el descuido y puede que estos objetos, aun siendo comunes, no fueran de uso simple. Un ejemplo de lo anterior lo tenemos en algunas huacas de la región central, norte y oriental, donde en no pocas sepulturas se depositó un soporte-sonajero en una esquina de la tumba. Puede que esta singularidad también esté presente en otras regiones o sub-regiones de Costa Rica, pero no se ha publicado nada al respecto.



Figura 5: Sonajeros modelados en formas zoomorfas que a la vez son soportes de vasijas. Izq. Región oriental; der. Región occidental.


El tipo de sonajero denominado maraca si fue bien documentado como un objeto usado en ceremonias funerarias (fig. 6). Este fue hecho usando el fruto de una calabaza llamaba jícara o jícaro (según su tamaño) que es de forma ovoide o esférica. Una vez preparada la calabaza se le ponía un mango de madera o hueso y estaba lista. También se hacían de arcilla, siguiendo la misma forma de la calabaza, o utilizando el caparazón de una tortuga pequeña, que se trabajaba de forma similar a la maraca de jícara y de arcilla (Stone, 1993, pág. 151).

Según Gabb, los sonajeros los usaban en Talamanca los isogros o cantores, sacerdotes que oficiaban los ritos funerarios que incluían una gran fiesta de hasta dos semanas. Cada evento ejecutado por los isogros incluía los sonajeros, con que se llevaban no solo el ritmo, sino también indicaban el final o principio de una etapa de la ceremonia (Gabb, 1978, págs. 124-125).  Stone presenció la ceremonia funeraria de un niño, en la cual se describe el uso de la maraca y el atabal: “La danza de huesos presenciada por la autora fue llevada a cabo por una fila de mujeres y otra de hombres. La persona que tomaba el lugar del “Cantor” cantaba la existencia del muerto, y llevaba el ritmo con una maraca. Sus cuatro asistentes colocados en la fila de los hombres tenían bajo sus brazos los tambores, y los iban golpeando a medida que bailaban.” (Stone, 1993, pág. 154).

No existe ningún registro del uso de los cascabeles y sonajeros por parte de la gente común, y parece que al menos en la región de Talamanca estaba limitado este instrumento a los sacerdotes, al menos en las festividades públicas. 


Figura 6: Maracas o sonajeros de arcilla. Región Occidental. El agujero de estas maracas se usaba para dar un tono distinto durante su uso, tapándose y destapándose con el dedo pulgar.


En cuanto a los cascabeles de metal no hay referencias directas sobre el modo de usarlos. En unos pocos objetos arqueológicos aparecen figurillas de arcilla o metal que muestran personajes que bien pueden altos sacerdotes, no pocas veces disfrazados o personificando diversos animales, que llevan tobilleras de lo que parecen ser cascabeles. La cantidad de estos objetos fue grande, y aun hoy en las excavaciones no es inusual encontrarlos, aunque muchos se han destruido en forma natural pues la gran mayoría se hicieron de cobre.

En la cuenta que hace Andrés Decereceda del botín logrado por Gil Gonzales de Ávila (1522-23), menciona la suma de 6, 182 pesos en cascabeles de cobre y guanín (Fernández, 1975, pág. 31), lo que quiere decir una cantidad inmensa de estos instrumentos sonoros pues el valor en pesos era dado por el oro y no por el cobre con que normalemnte estos se mezclaban. La cantidad puede deberse a que estos artefactos se usaran en grandes sartales, usados en los tobillos, brazos y otras partes del cuerpo, de modo que cuando la persona se movía los cascabeles sonaban.

Se tienen documentados dos clases de cascabel metálico: el de forma esferoide con una bolita al interior, y el de placas (figs. 7 y 8). El de placas es un estandarte que tiene múltiples ganchos de los cuales cuelgan placas, las cuales al moverse hacen un tintineo suave, que mezclado con el sonido del cascabel esferoide hacían que el movimiento del personaje así ataviado fuese sonoro y muy llamativo.


Figura 7: Cascabeles de forma esferoide en oro y guanín –mezcla de oro y cobre--. Región suroccidental.





Figura 8: cascabel de placas y sonajeros esferoides. Guanín. Región suroccidental.

El tamaño y el material hacían que los sonajeros metálicos tuviesen diferentes tonalidades y se debieron usar muchos simultáneamente en festejos de alto nivel. No se puede asegurar que tales festividades fueran de orden religioso o de estatus social, ni que fueran celebraciones masivas o restringidas. Sin embargo, los modelos de cascabeles parecen indicar dos formas de uso de los mismos: los más elaborados puede que fueran de altos personajes, los cuales intervendrían en ciertos ceremoniales muy puntuales, mientras que aquellos de fabricación más simple fueran usados por sacerdotes de bajo nivel, o en ceremonias masivas.

La evidencia arqueológica demuestra que los cascabeles más sencillos pudieron ser usados en forma exclusiva por sacerdotes de rango bajo o medio, como se desprende del hallazgo de un individuo en Nacascolo el cual tenía una pulsera con un cascabel de cobre (Wallace y Accola, 1980). La pulsera era de conchas, lo cual coincide con el uso de esos objetos por parte de sacerdotes en la región suroccidental, como lo narra Stone: “Otros artículos que componen el equipo de un curandero y que fueron dejados por Sibu…vienen a ser… conchas y caracoles de las cuales tres son de especial importancia.” (Stone, 1993, pág. 97). Al unir esta información a la de los etnohistoriadores podemos tener un poco de seguridad extra para afirmar que estos objetos tuvieron un uso restringido a los sacerdotes, más que a cualquier otro personaje.

Otro instrumento musical mencionado por diversos investigadores es el caparazón o coraza del armadillo, el cual tiene una serie de bandas duras en su sección central. Al curvarse de cierta manera, el resto del caparazón hace de caja de resonancia. Este objeto, una especie de “güiro” o raspador, es un instrumento de percusión y se empleaba raspando la superficie rugosa con una semilla grande o con un hueso (fig. 9).

En la región suroriental hasta mediados del siglo XX, los poseedores de caparazones musicales eran los jawá, un sacerdote común. Al respecto escribió Stone: “En Talamanca, y por regla general en todas las casas jawá, se tocan carapachos de armadillo frotándolos con un palo…” (Stone, 1993, pág. 151). Por su parte, Gabb, en las primeras décadas del siglo XIX, observó y describió las danzas realizadas durante un funeral, en las cuales los tambores eran alternados o acompañados en momentos por el ruido del “güiro” o caparazón de armadillo, que se tocaba con una semilla grande (Gabb, 1978, págs. 122, 153). El caparazón de una tortuga pequeño también se usó como instrumento de percusión, golpeándolo con un hueso (Stone, 1993, pág. 151).


Figura 9: Caparazón de armadillo (Dasypus novemcinctus)


Los instrumentos de viento, tales como la quena, ocarina, pito y flauta, parece que se usaron de manera similar a los antes vistos, siendo la mayoría de estos de uso particular de los chamanes y sacerdotes. Pero es importante anotar antes de seguir adelante, que las referencias de uso de estos objetos están muy poco documentado y para la mayoría de ellos no se tiene ninguna referencia escrita, aunque se sabe que algunas quemas y pitos se hacian para fiestas comunes, y otras se usaron en los encuentros bélicos.

Las ocarinas en términos generales son de dos categorías sonoras: las de timbre dulce o suave (fig. 10) y las de timbre agudo (fig.11).


Figura 10: Ocarinas de sonido dulce. El sonido se debe al ancho de la caja de resonancia. Izquierda región occidental, centro región suroccidental y derecha, región oriental.   



Figura 11: Ocarinas de sonido agudo. El sonido agudo se da por lo estrecho de la caja de resonancia. Región occidental.


El uso social de las ocarinas es dudoso y no se ha establecido que fueran usadas exclusívamente por sacerdotes o por otras personas de rango y por consiguiente tampoco queda claro el ámbito de su uso.  El contexto arqueológico en que se hallan sugiere que no eran personas comunes las que hacían uso de estos objetos, siendo lo más plausible que estos instrumentos fueran usados en su mayoría por sacerdotes en ceremonias diversas, desde individuales como sería el caso de curación, hasta eventos públicos donde se congregaba una gran cantidad de personas. 

La incidencia de ocarinas en el registro arqueológico varía mucho por época y región, y esta variación tan marcada puede ser el reflejo de usos distintos en términos sociales, tanto en lo referente a quien lo usa, como en el contexto comunitario o evento social en que el instrumento musical se empleaba.

El pito se puede definir como una especie menor de ocarina de una o dos notas, muy agudas, cuyo sonido se puede oír a una distancia bastante larga, cosa que no sucede con la ocarina. Por lo general los pitos se hicieron de hueso y cañas silvestres, pero también los hay de arcilla. Es importante reconocer que en las publicaciones especializadas no se hace diferenciación cuando se mencionan hallazgos de estos objetos, enmarcándolos dentro del grupo de ocarinas. A lo sumo se dice “ocarinas y pitos”, pero sin mayor distinción. Esto es un problema a la hora de plantear hipótesis funcionales a nivel social de estos artefactos (fig. 12).


Figura 12: Pitos sencillos de la región occidental. 500 – 800 d. C


Al parecer el pito tuvo una función distinta a la de la ocarina y no parece ser de uso masivo, al menos los de arcilla, ya que no son lo suficientemente comunes, siendo el contexto arqueológico similar al de las ocarinas. Puede que los pitos de arcilla fueran usados por chamanes de cierta clase en actividades específicas de su cargo, pero no es improbable que se usaran en otras actividades. En muchas culturas el ruido agudo se usaba para que los espíritus negativos se fueran, algo así como los fuegos artificiales entre los chinos actuales. Una característica importante de señalar es que las ocarinas siempre tienen un hoyo por donde se pasaba una fina cuerda, supuestamente para que la persona la llevara colgando del cuello, pero esto en los pequeños pitos no se da nunca, lo que da pie a suponer que se llevaran dentro de un pequeño bolso, de forma similar a como los chamanes llevan las piedras adivinatorias. 

Varios son los tipos de flauta usados en la antigüedad. Stone hace referencia a la flauta del jawá, o chaman curandero (Stone, 1993, pág. 102). Esta se describe como hecha de cañuela y larga, siendo parte de los enseres del sacerdote. En algunas figuras de metal y piedra se puede apreciar un individuo que de la boca sale una larga flauta que termina en forma de cabeza de serpiente. El personaje representado suele estar tocando también un tambor y estar en algunas ocasiones ejecutando un baile.

Las flautas de los jawás son conocidas como quenas. Es un tubo largo con orificios en un lado y concluye en una bola de cera, misma que se podía modelar en forma de cabezas de animales o de cualquier cosa. También se hacían quenas de huesos largos, pero estas no eran exclusivas de los sacerdotes. Gabb narra que las quenas eran usadas por cualquiera, y las hacían de huesos largos de patas de aves (Gabb, 1978, pág. 153). Sin embargo en el importante yacimiento de Tierra Blanca de Cartago, Guido von Schöter excava varias tumbas de personajes de alto rango, y entre los objetos reporta varias quenas de hueso muy pulimentadas (Villalobos, 2007, pág. 33), demostrando que las quenas de hueso también fueron usadas por personas de muy alto nivel  a juzgar por el contexto reportado (fig. 13).


Figura 13: Objetos de Tierra Blanca, Cartago. Colección Schöter 1921. En la fila superior varias quenas, caracoles grandes y restos de una calavera que tuvo una máscara funeraria de guanín (oro y cobre). Abajo varios objetos de oro, el del centro de casi 30 cm de alto. (Villalobos, 2007).


La antara o flauta de pan fue otro tipo de flauta usado, al menos en la región suroccidental, como fácilmente se aprecia en una escultura de dicha región en la que se aprecia una persona tocando uno de estos instrumentos (fig. 14). Sin embargo el uso social de este instrumento es totalmente desconocido, pudiendo ser de uso tanto profano como religioso.


Figura 14: Escultura en piedra de una mujer tocando una antara. Región suroccidental.


Los caracoles fueron usados como cornetas o bocinas, generalmente para avisar o llamar otros vecinos y para aturdir al enemigo en la guerra, como narra Gaspar de Espinoza, capitán de Pedrarias Dávila, al llegar por vez primera al golfo de Chira, llamado luego de Nicoya: “Allí cercan los navíos gran número de canoas llenas de gente armada, y otra mucha gente que apareció en la costa con sus trompetillas y cornetas, haciendo grandes y fieras amenazas” (Fernández L. , 1975, pág. 24). Se deduce del hecho narrado dos sonidos que se distinguían, uno muy fuerte, grave, y otro agudo, que podían ser producidos con caracoles de distinta clase o tamaño. 

En otra narración donde las tropas invasoras al mando del Gobernador Diego Gutiérrez fueron interceptadas y cercadas, relata Jerónimo Benzoni: “El Gobernador, que entonces estaba del lado por donde los enemigos vinieron…fue el primero á quien mataron; y habiendo pasado adelante, con espantosos gritos y ruido, haciendo estrépito con bocinas y tambores…” (Fernández L. , 1975, pág. 54). El ruido de estos objetos en muy fuerte y si sumamos muchos caracoles de distintos tonos en un mismo momento, se produce un efecto de aturdimiento muy apropiado para efectos bélicos.

El caracol mejor reconocido para los efectos antes mencionados y que se usó hasta mediados del siglo XX en diversos parajes y haciendas retiradas, era el cambute (Strombus galeatus), el cual da un timbre grave y fuerte que es perceptible a larga distancia (fig. 15).



Figura 15: Corneta hecha del caracol cambute (Strombus galeatus). El orificio lateral por donde pasa la cuerda sirve para dar un tono más bajo –si se deja abierto- o más grave si se tapa con el dedo, a la ves sirve para pasar el cordel para su acarreo.


Fig.15-bis: Caracol reina, (Triplofusus princeps).


Los caracoles que se observan en la figura 12 son cambutes, los cual da una pista sobre su posible uso por parte de sacerdotes. En las investigaciones etnohistóricas, se documenta el uso de un tipo de caracol por parte del jawá, el que le era dado durante la ceremonia de graduación. Este caracol se describe como grande sin más referencia, y el nombre local era duk (Stone, 1993, pág. 97). 

No es posible afirmar que el duk fuera el caracol cambute, ya que tambien pudo ser el caracol reina (fig.15-bis). En el comercio habitual de las tierras altas y la costa los caracoles y las conchas estaban incluidas como elementos de valor, y el comercio se daba con los pueblos del océano Pacifico, de donde es natural tanto el cambute como el reina.

El otro tipo de caracol que sabemos usaban es del genero múrex, según nos dice Gabb “Los hombres llevan a veces suspendido del collar, el caracol de una especie de múrex, con las aristas pulidas y con un hoyo para que sirva de pito. Los compran en Térraba y son muy estimados” (Gabb, 1978, pág. 157).

En la figura 16 se ve un caracol de espinas del género múrex, (Hexaplex ambiguus), que tiene las espinas dorsales y posteriores pulidas como menciona Gabb. Esta especie de caracol es muy apta para usarse como trompetilla o pito, pues tiene una gran caja que sirve de resonancia. Es un caracol liviano y no muy grande, y una vez eliminadas las espinas puede usarse cómodamente.


Figura 16: Caracol de espinas (Hexaplex ambiguus). Las espinas fueron eliminadas y las bases pulidas. Región occidental.


El uso del caracol de espinas lo describe Stone como solo para enviar señales, y es enfática al decir que no se usaba en otras actividades (Stone, 1993, pág. 151). Queda claro que para épocas recientes en la región suroriental se usaron tres tipos de caracol con fines específicos, dos de estos, el cambute y el reina, pudieron ser los usados por los chamanes de distintos grados, y el otro fue de uso común. No es posible saber si solo alguno de estos caracoles o todos ellos, se usaron en las batallas de modo común, tal y como ya se mencionó antes. Lamentablemente los informes sobre el uso de caracoles y sus cualidades no están  bien documentadas, lo cual deja una serie de interrogantes que quizá algún día se despejen.


Figura 17: Figuras humanas tocando caracoles, con lo que parecen ser cascabeles sobre el empeine. Región suroccidental. 



Conclusiones 

En las antiguas sociedades de Costa Rica los eventos masivos o públicos no eran de carácter solamente festivo, casi todos conllevaban una motivación religiosa o mágica. Pero estos eventos no eran para nada aburridos, como normalmente nos viene a la cabeza cuando hablamos de cosas religiosas. Eran eventos que reunían una gran cantidad de personas y en los cuales abundaba el licor, los bailes y la actividad sexual (bastante libre, por cierto). En estas reuniones masivas era común el inicio de los matrimonios, y debió ser una buena ocasión para introducir a los extranjeros en la sociedad, con fines de amistad y comercio, tal como sucedió con los europeos primero, y los “ciudadanos” costarricenses luego.

Dos eventos masivos parece que no estaban reglados o basados en los principios religiosos: la guerra y las juntas. Las juntas era una acción social masiva en la cual para hacer obras de gran envergadura se convocaba a toda la población regional, y el pago por la colaboración era en bailes, comida y diversión. Para la guerra bastaba la necesidad creada por el peligro de un grupo contra otro, no pocas veces entre grupos de la misma cultura. Qué en el pasado remoto estas actividades tuvieron principios de orden espiritual es muy posible, y aun puede que los tuvieran cuando los europeos los vieron o sintieron por vez primera, pero éste aspecto no fue registrado.

El registro arqueológico demuestra en parte lo antes dicho, pues los artefactos musicales no son tan comunes como puede pensarse. Cierto que hay regiones en los cuales algunos tipos de instrumentos “parecen” comunes, pero en la mayoría de los casos lo que se tiene es una combinación de elementos que nos da esa impresión. Por ejemplo en la región occidental las ocarinas y pitos son comunes, pero solo los de cierta época y en muy determinados yacimientos. 

Esto tiene su principio explicativo en el orden ideológico religioso, tal y como más o menos encontramos narrado en las crónicas y reportes escritos. 

Si bien la música podía ser espontánea y de uso individual, la mayoría de instrumentos recuperados arqueológicamente fueron de uso exclusivo de los diversos rangos de sacerdotes que existieron. Algunos instrumentos musicales, y de cierta clase, fueron de uso libre, individual, como es el caso del tambor portátil –atabal- o de parche, como lo atestiguan los diversos estudios etnohistóricos. Pero ciertos modelos del atabal, por su acabado y perfección estética, señalan un uso restringido a solo algunos individuos de prestigio, claro está, para ser usados en las reuniones masivas, las cuales casi todas partían de principios espirituales, mágicos, calendáricos y religiosos.

Sin embargo los datos históricos, arqueológicos y etnográficos son muy limitados. Es muy posible que la mayoría de objetos musicales fueran hechos de materiales perecederos y que su uso fuera solamente festivo, fuera este individual o colectivo. Muchas fiestas profanas tambien debieron existir usándose instrumentos como los antes vistos pero hechos de manera más simple y en materiales perecederos. Estos eventos y sus instrumentos no fueron de interés para ningún cronista lo cual produce un doble vacío histórico: por un lado carecemos de todo dato relacionado con el ocio y las festividades profanas, y por el otro todos los instrumentos usados en estos eventos se perdieron para siempre, produciendo este lamentable hecho la falsa impresión del uso de los instrumentos musicales casi siempre ligados a las actividades espirituales.







Bibliografía

Fernández, L. (1975). Historia de Costa Rica. San José: Ed. Costa Rica.

Fernández, L. (1976). Indios, reducciones y el cacao. San José: Editorial Costa Rica.

Gabb, W. (1978). Talamanca. San José: Imprenta Nacional.

Stone, D. (1993). Las tribus talamanqueñas. Heredia: Dep. Publicaciones de la Universidad Nacional.

Villalobos, M. R. (2007). Diario de Arquelogía de José Fidel Tristán. San José: Museo Nacional de Costa Rica.

Wallace y Accola. (1980). Investigaciones arqueologicas preliminares de Nacascolo. Vinculos, 51-65.